Junto a las tradiciones orientalistas, los relatos de la reina de Saba cuentan también con una vertiente africana que debe mencionarse: el Kebra Nagast, la epopeya nacional de Etiopía, cuyas raíces se remontan probablemente al año 600 d. C., pero que fue compilado en la versión conocida actualmente en el siglo XIV.
También esta vez tiene la reina una pezuña de burra, originada por la sangre de un dragón al que debe ser sacrificada y que le salpica en el pie durante su liberación. El tema del sacrificio al demonio que se apunta en la novela ha sido extraído del Kebra Nagast. Sin embargo, el demonio de la lluvia que aparece aquí, Afrit, pertenece al panteón sabeo.
Cuando la muchacha del Kebra Nagast oye que el rey Salomón puede curar cualquier dolencia, va a Jerusalén a buscarlo, sana y queda también embarazada. Su hijo visitará más adelante a Salomón, le roba el Arca de la Alianza y se convierte, una vez regresa, en el monarca del que la casa real etíope dice descender hasta nuestros días.
Falta mencionar todavía a los alquimistas, que también conocieron a la reina de Saba como poseedora de la piedra filosofal y reina «Viento del Sur», mediadora entre los elementos. De ahí extraje la inspiración para ponerle nombre, entre otras cosas también porque en el Yemen existen unas ruinas que, según la tradición local actual, reciben el nombre de Palacio del Viento del Sur. Así eludí el dilema de tener que decidirme entre los dos nombres tradicionalmente atribuidos a la reina: Bilquis, en árabe, y Makeda, en la tradición etíope.
La reina de Saba ha tenido una presencia gloriosa en la historia del arte occidental, que en incontables ocasiones la ha representado como visitante de Salomón y anunciadora de Jesucristo, en forma de estatua en las catedrales góticas de Chartres y Amiens, en los vitrales de la catedral de Canterbury y en frescos del Renacimiento europeo, de los cuales los más famosos son seguramente los frescos del coro de Arezzo, de Piero della Francesca. Rafael, Veronese, Tintoretto, Rubens y Lorraine, por nombrar sólo a unos pocos, la han retratado.
También los escritores se han dedicado a ella. Al margen de la literatura teológica, la encontramos en Calderón y en el De claris mulieribus, de Boccaccio, donde de ella se dice: «No se consagraba a la tranquilidad, como tampoco a la suavidad femenina en la dicha de la riqueza.» En épocas más recientes, Flaubert la estiliza y la convierte -en La tentación de san Antonio- en una gran seductora. Como tal aparece también en las óperas de Gounod y Goldmark que le están dedicadas, y en las que, además, un jardinero se apasiona por la bella reina.
El cine la adoptó en este mismo sentido; Betty Blythe interpretó su papel en 1922, y en 1960 Gina Lollobrigida, cuyas escenas de baño son de las más inolvidables de la estrella.
Una mina de plata, varias revistas de la farándula y una marca de comida para gatos llevan el nombre de esta mujer que ha acabado siendo la encarnación de la fémina enigmáticamente seductora de Oriente.
Todavía hoy, los investigadores siguen sin ponerse de acuerdo en cuanto adonde debió de situarse exactamente Saba, aunque hay pruebas que hablan a favor del actual Yemen como antiguo reino de los sabeos. Las excavaciones del Deutschen Archàologischen Institut (DAI, Instituto Arqueológico Alemán) están sacando a la luz los contornos de una cultura con escritura propia e impresionantes construcciones, que debía su riqueza al incienso y que en la supuesta época de estos acontecimientos, alrededor del 950 a. C., pudo ser ciertamente el hogar de una reina.
La gran presa de Marib, que abastecía los huertos del oasis, es en la actualidad Patrimonio Cultural de la Humanidad. Sin embargo, ni en el templo de Baran dedicado a Almaqh, cuyas columnas de granito han acabado siendo un monumento turístico, ni en las torres funerarias de la necrópolis vecina, que van reapareciendo poco a poco gracias a las palas del DAI, como tampoco bajo los escombros que cubren todavía la fortaleza del Salhin se han encontrado hasta la fecha pruebas inequívocas de la existencia de la reina de Saba, que continúa siendo una imagen lejana bajo una iluminación cambiante.
SOBRE LA AUTORA
Tessa Korber nació en 1966 en Grünstadt (Alemania), donde realizó estudios universitarios de Historia, Germanística y Ciencias de la Comunicación. Además de El médico del emperador, es autora de las novelas Die Karawanenkönigin y Die Kaisierin.
En la actualidad reside en Erlangen, donde continúa dedicada a la literatura. Estudió Filología Alemana, Historia Moderna y Ciencias de la Comunicación, doctorándose en la Universidad de Nuremberg. Ha trabajado en una editorial y en librerías, antes de dedicarse por completo a la literatura.
Sus obras se dividen en dos grupos, la ficción histórica y las novelas detectivescas. Tiene una narración muy gráfica que hace que sus novelas sean de fácil lectura sin grandes complicaciones.