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14. Y van a sobrar sombreros

Era cierto que la suerte iba y venía. Después de una buena temporada, aquel año empezó mal y empeoró en primavera. La mala fortuna se combinaba con otros problemas. Una Skymaster 337 con doscientos kilos de cocaína fue a estrellarse cerca de Tabernas durante un vuelo nocturno, y Karasek, el piloto polaco, murió en el accidente. Eso puso sobre alerta a las autoridades españolas, que intensificaron la vigilancia aérea. Poco después, ajustes de cuentas internos entre los traficantes marroquíes, el ejército y la Gendarmería Real complicaron las relaciones con la gente del Rif. Varias gomas fueron aprehendidas en circunstancias poco claras a uno y otro lado del Estrecho, y Teresa tuvo que viajar a Marruecos para normalizar la situación. El coronel Abdelkader Chaib había perdido influencia tras la muerte del viejo rey Hassan II, y establecer redes seguras con los nuevos hombres fuertes del hachís llevó cierto tiempo y mucho dinero. En España, la presión judicial, alentada por la prensa y la opinión pública, se hizo más fuerte: algunos legendarios amos da fariña cayeron en Galicia, e incluso el fuerte clan de los Corbeira tuvo problemas. Y al comienzo de la primavera, una operación de Transer Naga terminó en desastre inesperado cuando en alta mar, a medio camino entre las Azores y el cabo San Vicente, el mercante Aurelio Carmona fue abordado por Vigilancia Aduanera, llevando en sus bodegas bobinas de lino industrial en envases metálicos, cuyo interior iba forrado de placas de plomo y aluminio para que ni los rayos X ni los rayos láser detectaran las cinco toneladas de cocaína que se ocultaban dentro. No puede ser, fue el comentario de Teresa al conocer la noticia. Primero, que tengan esa información. Segundo, porque llevamos semanas siguiendo los movimientos del pinche Petrel –la embarcación de abordaje de Aduanas–, y éste no se ha movido de su base. Para eso tenemos y pagamos un hombre allí dentro. Y entonces el doctor Ramos, fumando con tanta calma como si en vez de perder ocho toneladas hubiese perdido una lata de tabaco para su pipa, respondió por eso no salió el Petrel, jefa. Lo dejaron tranquilito en el puerto, para confiarnos, y salieron en secreto con sus equipos de abordaje y sus Zodiac en un remolcador que les prestó Marina Mercante. Esos chicos saben que tenemos un topo infiltrado en Vigilancia Aduanera, y nos devuelven la jugada.

Teresa estaba inquieta con lo del Aurelio Carmona. No por la captura de la carga –las pérdidas se alineaban en columnas frente a las ganancias, e iban incluidas en las previsiones del negocio–, sino por la evidencia de que alguien había puesto el dedo y Aduanas manejaba información privilegiada. En ésta nos rompieron bien la madre, decidió. Se le ocurrían tres fuentes para el picazo: los gallegos, los colombianos y su propia gente. Aunque sin enfrentamientos espectaculares, seguía la rivalidad con el clan Corbeira, entre discretas zancadillas y una especie de aquí te espero, no haré nada para tiznarte pero como resbales ahí nos vemos. De ellos, a partir de los proveedores comunes, podía venir el problema. Si se trataba de los colombianos, la cosa tenía poco arreglo; sólo quedaba pasarles el dato y que actuaran en consecuencia, depurando responsabilidades entre sus filas. Quedaba, como tercera posibilidad, que la información saliera de Transer Naga: En previsión de eso, era necesario adoptar nuevas precauciones: limitar el acceso a la información importante y tender celadas con datos marcados para seguir su pista, a ver dónde terminaban. Pero eso llevaba tiempo. Conocer al pájaro por la cagada.

–¿Has pensado en Patricia? –preguntó Teo. –No friegues, güey. No seas cabrón.

Estaban en La Almoraima, a un paso de Algeciras: un antiguo convento entre espesos alcornocales que se había convertido en pequeño hotel, con restaurante especializado en caza. A veces iban un par de días, ocupando una de las habitaciones sobrias y rústicas abiertas al antiguo claustro. Habían cenado pata de venado y peras al vino tinto, y ahora fumaban y bebían coñac y tequila. La noche era agradable para la época, y por la ventana abierta escuchaban. el canto de los grillos y el rumor de la vieja fuente.

–No digo que esté pasando información a nadie –dijo Teo–. Sólo que se ha vuelto habladora. E imprudente. Y se relaciona con gente a la que no controlamos.

Teresa miró hacia el exterior, la luz de la luna filtrándose entre las hojas de parra, los muros encalados y los vetustos arcos de piedra: otro lugar que le recordaba a México. De ahí a descubrir cosas como la del barco, respondió, hay mucho trecho. Además, ¿a quién se lo iba a contar? Teo la estudió un poco sin decir nada. No hace falta nadie en especial, opinó al cabo. Ya has visto cómo anda últimamente; se pierde en divagaciones y fantasías sin sentido, en paranoias raras y caprichos. Y habla por los codos. Basta una indiscreción aquí, un comentario allá, para que alguien saque conclusiones. Tenemos una mala racha, con los jueces encima y la gente presionando. Incluso Tomás Pestaña guarda las distancias en los últimos tiempos, por si acaso. Ése las ve venir de lejos, como los reumáticos que presienten la lluvia. Todavía podemos manejarlo; pero si hay escándalos y demasiadas presiones y las cosas se tuercen, acabará volviéndonos la espalda.

Aguantará. Sabemos mucho sobre él.

–No siempre saber es suficiente –Teo hizo un gesto mundano–. En el mejor de los casos, eso puede neutralizarlo; pero no obligarlo a seguir... Tiene sus propios problemas. Demasiados policías y jueces pueden asustarlo. Y no es posible comprar a todos los policías y a todos los jueces –la miró con fijeza–. Ni siquiera nosotros podemos.

–No pretenderás que agarre a Pati y le haga echar el mole hasta que nos cuente lo que dice y lo que no dice.

–No. Me limito a aconsejar que la dejes al margen. Tiene lo que quiere, y maldita la falta que nos hace que siga al corriente de todo.

–Eso no es verdad.

–Pues de casi todo. Entra y sale como Pedro por su casa –Teo se tocó la nariz significativamente–. Está perdiendo el control. Hace tiempo que ocurre. Y tú también lo pierdes... Me refiero al control sobre ella.

Ese tono, se dijo Teresa. No me gusta ese tono. Mi control es cosa mía.

–Sigue siendo mi socia –opuso, irritada–. Tu patrona.

Una mueca divertida animó la boca del abogado, que la miró como preguntándose si hablaba en serio, pero no dijo nada. Es curioso lo vuestro, había comentado una vez. Esa relación extraña en torno a una amistad que dejó de existir. Si tienes deudas, las has pagado de sobra. En cuanto a ella...

–Lo que sigue es enamorada de ti –dijo al fin Teo, tras el silencio, agitando con suavidad el coñac en su enorme copa–. Ése es el problema.

Iba deslizando las palabras en voz baja, casi una por una. No te metas ahí, pensaba Teresa. Tú no. Precisamente tú.

–Es raro oírte decir eso –respondió–. Ella nos presentó. Fue quien te trajo.

Teo frunció los labios. Apartó la vista y volvió a mirarla. Parecía reflexionar, como quien duda entre dos lealtades o más bien sopesa una de ellas. Una lealtad remota, desvaída. Caduca.

–Nos conocemos bien –apuntó al fin–. O nos conocíamos. Por eso sé lo que digo. Desde el principio ella sabía qué iba a pasar entre tú y yo... No sé lo que hubo en El Puerto de Santa María, ni me importa. Nunca te lo pregunté. Pero ella no olvida.