Sin embargo, había seguido contando Willy Rangel, las cosas cambiaron. Vargas hizo mucho dinero con el negocio de la efedrina: cincuenta mil dólares el kilo en los Estados Unidos, frente a los treinta mil de la cocaína y los ocho mil de la mariguana. Tenía buenas relaciones que le abrían las puertas de la política; era momento de rentabilizar el medio millón mensual que durante años invirtió en sobornar a funcionarios públicos. Veía ante sí un futuro tranquilo y respetable, lejos de los sobresaltos del viejo oficio. Después de establecer lazos financieros, de corrupción o de complicidad con las principales familias de la ciudad y el estado, tenía dinero suficiente para decir basta, o para seguir ganándolo por medios convencionales. Ásí que de pronto empezó a morir gente sospechosamente relacionada con su pasado: policías, jueces, abogados. Dieciocho en tres meses. Era como una epidemia. Y en ese panorama, la figura del Güero representaba también un obstáculo: sabía demasiadas cosas de los tiempos heroicos de Norteña de Aviación. El agente de la DEA se clavaba en su pasado como una cuña peligrosa que podía dinamitar el futuro.
Pero Vargas era listo, matizó Rangel. Muy listo, con aquella astucia campesina que lo había llevado hasta donde estaba. De modo que le endosó el trabajo a otro, sin revelar por qué. El Batman Güemes nunca habría liquidado a un agente de la DEA; pero un piloto de avionetas que iba por libre, engañando a sus jefes un poquito por aquí y un poquito por allá, era otra cosa. Vargas le insistió al Barman: un escarmiento ejemplar, etcétera. A él y a su primo. Algo para desanimar a quienes andan en tales transas. A mí también me dejó asuntos pendientes, así que considéralo un favor personal. Y a fin de cuentas, tú eres ahora su patrón. La responsabilidad es tuya.
–¿Desde cuándo saben todo eso? –preguntó Teresa.
–En parte, desde hace mucho. Casi cuando ocurrió –el hombre de la DEA movía las manos para subrayar lo obvio–. El resto hará cosa de dos años, cuando el testigo protegido nos puso al corriente de los detalles... También dijo algo más –hizo una pausa observándola atento, como si la invitara a cubrir ella misma los puntos suspensivos–... Que más tarde, cuando usted empezó a crecer a este lado del Atlántico, Vargas se arrepintió de haberla dejado salir viva de Sinaloa. Que le recordó al Batman Güemes que tenía cosas pendientes allá en su tierra... Y que el otro envió dos pistoleros a completar el trabajo.
Es tu historia, apuntaba la expresión inescrutable de Teresa. Tú eres quien la trae entre manos.
–No me diga. ¿Y qué pasó?
–Eso tendría que contarlo usted. De ellos nunca más se supo.
Terció Héctor Tapia, suave.
–De uno de ellos, quiere decir el señor. Por lo visto, otro sigue aquí. Retirado. O casi.
–¿Y por qué vienen a platicarme ahorita todo eso?
Rangel miró al diplomático. Ahora sí que es de veras tu turno, decía aquella mirada. Tapia se quitó otra vez los lentes y volvió a ponérselos. Después se miró las uñas como si llevara notas escritas allí.
–En los últimos tiempos –dijo–, la carrera política de Epifanio Vargas ha ido para arriba. Imparable. Demasiada gente le debe demasiado. Muchos lo quieren o lo temen, y casi todos lo respetan. Tuvo la habilidad de salirse de las actividades directas del cártel de Juárez antes de que éste empezara sus enfrentamientos graves con la justicia, cuando la lucha se llevaba a cabo casi en exclusiva contra los competidores del Golfo... En su carrera ha involucrado lo mismo a jueces, empresarios y políticos que a altas autoridades de la Iglesia mejicana, a policías y a militares: el general Gutiérrez Rebollo, que estuvo a punto de ser nombrado fiscal antidrogas de la República antes de que se descubrieran sus vínculos con el cártel de Juárez y acabara en el penal de Almoloya, era íntimo suyo... Y después está la faceta popular: desde que consiguió que lo nombraran diputado estatal, Epifanio Vargas hizo mucho por Sinaloa, invirtió dinero, creó puestos de trabajo, ayudó a la gente...
–Eso no es malo –interrumpió Teresa–. Lo normal en México es que quienes se roban el país lo guarden todo para ellos... El PRI pasó setenta años haciéndolo.
Hay matices, repuso Tapia. De momento, ya no gobierna el PRI. Los nuevos aires condicionan mucho. Tal vez al final cambien pocas cosas, pero existe la intención indudable de cambiar. O de intentarlo. Y justo en este momento, Epifanio Vargas está a punto de ser designado senador de la República...
Y alguien quiere fregárselo –comprendió Teresa. –Sí. Tal vez sea una forma de expresarlo. Por una parte, un sector político de mucho peso, vinculado al Gobierno, no desea ver en el Senado de la nación a un narco sinaloense, incluso aunque esté oficialmente retirado y sea ya diputado en ejercicio... También hay viejas cuentas que sería prolijo detallar.
Teresa imaginaba esas cuentas. Todos hijos de su pinche madre, en guerras sordas por el poder y el dinero, los cárteles de la droga y los amigos de los respectivos cárteles y las distintas familias políticas relacionadas o no con la droga. Gobierne quien gobierne. México lindo, como de costumbre.
–Y por parte nuestra –apuntó Rangel– no olvidamos que hizo matar a un agente de la DEA. –Exacto –aquella responsabilidad compartida parecía aliviar a Tapia–. Porque el Gobierno de la Unión Americana, que como usted sabe, señora, sigue muy de cerca la política de nuestro país, tampoco vería con buenos ojos a un Epifanio Vargas senador... Así que se intenta crear una comisión de alto rango para actuar en dos fases: primera, abrir una investigación sobre el pasado del diputado. Segunda, si reúnen las pruebas necesarias, desaforarlo y acabar con su carrera política, llegando incluso a un proceso judicial.
–A cuyo término –dijo Rangel– no excluimos la posibilidad de solicitar su extradición a los Estados Unidos.
Y qué pinto yo en ese desmadre, quiso saber Teresa. A qué viene viajar hasta aquí para contármelo como si fuéramos todos carnales. Entonces Rangel y Tapia se miraron de nuevo, el diplomático carraspeó un instante, y mientras sacaba un cigarrillo de una pitillera de plata –ofreciéndole a Teresa, que negó con la cabeza–, dijo que el Gobierno mejicano había seguido con atención la, ejem, carrera de la señora en los últimos años. Que nada había contra ella, pues sus actividades se realizaban, hasta donde podía saberse, fuera del territorio nacional –una ciudadana ejemplar, apuntó Rangel por su parte, tan serio que la ironía quedó diluida en las palabras–, Y que en vista de todo eso, las autoridades correspondientes estaban dispuestas a llegar a un pacto. Un acuerdo satisfactorio para todos. Cooperación a cambio de inmunidad.
Teresa los observaba. Suspicaz. –¿Qué clase de cooperación?
Tapia se encendió el cigarrillo con mucho cuidado. El mismo con el que parecía meditar sobre lo que estaba a punto de decir. O más bien sobre la forma de decirlo.
–Usted tiene cuentas personales allí. También sabe mucho sobre la época del Güero Dávila y la actividad de Epifanio Vargas –se decidió al fin–... Fue testigo privilegiado y casi le cuesta la vida... Hay quien piensa que tal vez la beneficiaría un arreglo. Posee medios sobrados para dedicarse a otras actividades, disfrutando de lo que tiene y sin preocuparse por el futuro.
–Qué me dice. –Lo que oye.
–Híjole... ¿Y a qué debo tanta generosidad? –Nunca acepta pagos en droga. Sólo dinero. Es una operadora de transporte, no propietaria, ni distribuidora. La mas importante de Europa en este momento, sin duda. Pero nada más... Eso nos deja un margen de maniobra razonable, de cara a la opinión pública...
–¿Opinión pública?... ¿De qué chingados me habla? El diplomático tardó en responder. Teresa podía oír respirar a Rangel; el hombre de la DEA se removía en el asiento, inquieto, entrelazando los dedos.
–Se le ofrece la posibilidad de regresar a México, si lo desea –prosiguió Tapia–, o de establecerse discretamente donde guste... Incluso las autoridades españolas han sido sondeadas al respecto: existe el compromiso por parte del ministerio de justicia de paralizar todos los procedimientos e investigaciones en curso... Que según mis noticias, se encuentran en una fase muy avanzada y pueden poner, a medio plazo, la cosas bastante difíciles para la, ejem, Reina del Sur... Como dicen en España, borrón y cuenta nueva.