Mikael Blomkvist se despertó de golpe y sin ningún motivo aparente. No sabía dónde se encontraba. Tardó unos segundos en recordar que se había alojado en el City Hotel. La habitación se hallaba completamente a oscuras. Encendió la lámpara de la mesita de noche y miró el reloj: las dos y media de la madrugada. Había dormido quince horas sin interrupción.
Se levantó y fue al baño a orinar. Luego reflexionó durante un breve instante. Sabía que no podría volver a conciliar el sueño, de modo que se metió bajo la ducha. A continuación se vistió con unos vaqueros y un jersey color burdeos al que no le habría venido mal un lavado. Tenía un hambre de mil demonios, así que llamó a la recepción y preguntó si podía tomar un café y un sándwich a esas horas. No había ningún problema.
Se puso unos mocasines y una americana y bajó a la recepción a por el café y un sándwich, envuelto en plástico, de pan de centeno con queso y paté, que se subió a la habitación. Mientras comía, encendió su iBook y conectó la banda ancha. Entró en la página web del Aftonbladet. Como cabía esperar, la detención de Lisbeth Salander era la principal noticia. La información seguía siendo confusa pero, al menos, iba por el buen camino: se buscaba a Ronald Niedermann, de treinta y siete años, por el asesinato del agente. Y la policía también quería interrogarlo acerca de los asesinatos de Estocolmo. La policía aún no había revelado nada sobre el estado de Lisbeth Salander, y a Zalachenko ni lo nombraban. Sólo se hablaba del propietario de una finca de Gosseberga, y resultaba obvio que los medios de comunicación todavía lo consideraban una posible víctima.
Cuando Mikael terminó de leer, abrió el móvil y advirtió que tenía veinte mensajes. Tres de ellos le pedían que llamara a Erika Berger. Dos eran de Annika Giannini. Catorce provenían de otros tantos periodistas de distintos periódicos. Uno era de Christer Malm, que le había enviado un SMS muy directo: «Mejor que cojas el primer tren para casa».
Mikael frunció el ceño. Para ser de Christer Malm le resultó un mensaje raro. Lo había mandado a las siete de la tarde del día anterior. Reprimió el impulso de llamar y despertarlo a las tres de la mañana. En su lugar, consultó en la red el horario de trenes de SJ y vio que el primero para Estocolmo salía a las cinco y veinte.
Abrió un nuevo documento de Word. Después encendió un cigarrillo y se quedó quieto durante tres minutos mirando fijamente la pantalla vacía. Acto seguido, alzó los dedos y se puso a escribir:
Su nombre es Lisbeth Salander y Suecia la ha conocido por las ruedas de prensa de la policía y los titulares de los periódicos vespertinos Tiene veintisiete años de edad y mide un metro y medio. La han descrito como psicópata, asesina y lesbiana satánica. Apenas ha habido límites para las fantasías que se han vendido sobre su persona. En este número, Millennium cuenta la historia de como unos funcionarios del Estado conspiraron contra Lisbeth Salander para proteger a un asesino patológicamente enfermo.
Escribió de modo pausado y realizó pocos cambios en el primer borrador. Trabajó concentrado durante cincuenta minutos y durante ese tiempo rellenó más de dos hojas DIN A4 que, más que otra cosa, eran un resumen de la noche en la que encontró a Dag Svensson y Mia Bergman y de por qué la policía se centró en Lisbeth Salander como presunta asesina. Citó los titulares de los periódicos vespertinos sobre la banda satánica de lesbianas y las esperanzas de que los asesinatos contuvieran suculentos y morbosos ingredientes de sexo BDSM *.
Por último, consultó su reloj y cerró rápidamente el iBook Recogió sus cosas y bajó a la recepción. Pagó con una tarjeta de crédito y cogió un taxi hasta la estación de Gotemburgo.
Mikael Blomkvist fue inmediatamente al vagón restaurante y pidió café y un sándwich. Luego volvió a abrir su iBook y leyó el texto que había escrito. Se encontraba tan sumido en la forma de presentar la historia de Zalachenko que no se percató de la presencia de la inspectora Sonja Modig hasta que ella carraspeó y le preguntó si podía hacerle compañía. Mikael levantó la vista y cerró el portátil.
– ¿De vuelta a casa? -preguntó Modig.
Mikael dijo que sí con un movimiento de cabeza.
– Por lo que veo, tú también.
Ella asintió.
– Mi colega se queda un día más.
– ¿Sabes algo del estado de Lisbeth Salander? No he hecho más que dormir desde que nos separamos.
– Hasta anoche no se despertó. Pero los médicos piensan que va a sobrevivir y que se recuperará. Ha tenido una suerte increíble.
Mikael asintió. De repente se dio cuenta de que no había estado preocupado por ella; había dado por descontado que iba a sobrevivir. Cualquier otra cosa resultaba impensable.
– ¿Ha ocurrido algo más de interés? -preguntó.
Sonja Modig lo contempló dubitativa. Se preguntó hasta qué punto podría confiar en el reportero, que, de hecho, conocía más detalles de la historia que ella. Por otra parte, había sido ella la que se había sentado en la mesa de Mikael, y a esas alturas seguro que más de un centenar de reporteros ya habrían deducido lo que estaba sucediendo en la jefatura de policía.
– No quiero que me cites -dijo Sonja.
– Sólo pregunto por interés personal.
Ella asintió y le contó que la policía estaba realizando una intensa búsqueda de Ronald Niedermann a nivel nacional, en especial por la zona de Malmö.
– ¿Y Zalachenko? ¿Le habéis tomado declaración?
– Sí.
– ¿Y?
– No te lo puedo contar.
– Venga, Sonja. Voy a saber de qué estuvisteis hablando exactamente apenas una hora después de llegar a la redacción. No publicaré ni una sola palabra de lo que me cuentes.
Ella dudó un largo rato antes de que sus miradas se cruzaran.
– Ha puesto una denuncia contra Lisbeth Salander por haber intentado matarlo. Es posible que la detengan por graves malos tratos o por intento de homicidio.
– Y es muy probable que ella alegue legítima defensa.
– Eso espero -respondió Sonja Modig.
Mikael le echó una incisiva mirada.
– Ese comentario no me ha sonado muy policial -dijo, adoptando una actitud expectante.
– Bodin… Zalachenko es escurridizo como una anguila y siempre tiene una respuesta preparada. Estoy completamente convencida de que lo que ocurrió es más o menos lo que tú nos contaste ayer. Eso significa que, desde que tenía doce años, Salander ha sido víctima de una constante violación de sus derechos.
Mikael asintió.
– Ésa es la historia que voy a publicar -dijo.
– Una versión que no resultará muy popular entre cierta gente.
Ella volvió a dudar un instante. Mikael aguardaba.
– Hace media hora que he hablado con Bublanski. No me ha dicho gran cosa, pero parece ser que la instrucción del sumario contra Salander por los asesinatos de tus amigos se ha archivado. Ahora se están centrando en Niedermann.
– Lo cual quiere decir que…
Mikael dejó que la inconclusa frase quedara suspendida en el aire, flotando entre los dos. Sonja Modig se encogió de hombros.
– ¿Quién se encargará de la investigación de Salander?
– No lo sé. Supongo que la historia de Gosseberga le corresponde en primer lugar a Gotemburgo. Pero seguro que le encargan a alguien de Estocolmo que instruya el caso para procesarla.
– Entiendo. ¿Qué te juegas a que se la dan a la Säpo?
Ella negó con la cabeza.
Poco antes de Alingsås, Mikael se inclinó hacia ella.
– Sonja… creo que ya sabes cómo acabará todo esto. Si la historia de Zalachenko sale a la luz, estallará un escándalo de enormes dimensiones. Activistas de la Säpo han colaborado con un psiquiatra para encerrar a Salander en el manicomio. Lo único que pueden hacer es aferrarse a la afirmación de que Lisbeth Salander está loca de verdad y que su ingreso forzoso en 1991 estuvo justificado.