Sonja Modig hizo un gesto afirmativo.
– Voy a hacer todo lo que esté en mi mano para impedir que se salgan con la suya. Yo digo que Lisbeth Salander está tan cuerda como tú o como yo. Rara, eso sí, pero sus facultades mentales resultan incuestionables.
Sonja Modig volvió a asentir. Mikael hizo una pausa y la dejó asimilar lo que le acababa de comentar.
– Me haría falta alguien de dentro en quien poder confiar -dijo.
Sus miradas se cruzaron.
– Yo no tengo competencia para decidir si Lisbeth Salander está psíquicamente enferma o no -contestó ella.
– No, pero sí la tienes para evaluar si se han cometido contra ella abusos judiciales o no.
– ¿Y qué me propones?
– No pretendo que delates a tus colegas, pero si descubres que Lisbeth va a ser nuevamente objeto de una vulneración de sus derechos, quiero que me lo comuniques.
Sonja Modig permaneció callada.
– No quiero que me largues detalles que tengan que ver con aspectos técnicos de la investigación ni nada por el estilo. Actúa según tu propio criterio. Pero necesito saber lo que va a pasar con el proceso judicial de Lisbeth Salander.
– No se me ocurre mejor idea para que me echen del cuerpo.
– Serás una fuente. Jamás revelaré tu nombre ni te meteré en un aprieto.
Sacó un cuaderno y escribió una dirección de correo.
– Ésta es una dirección de Hotmail anónima. Si quieres contarme algo, utilízala. No uses tu correo particular, ni el oficial. Te recomiendo que crees una cuenta temporal de Hotmail.
Ella cogió el papel y se lo metió en el bolsillo interior de su americana. No le prometió nada.
Una llamada de teléfono despertó al inspector Marcus Erlander a las siete de la mañana del sábado. Oyó unas voces en la tele y percibió un aroma a café recién hecho procedente de la cocina, donde su mujer acababa de ponerse con las tareas matutinas. Erlander había regresado a su piso de Mölndal a la una de la madrugada, así que llevaba durmiendo poco más de cinco horas, después de haber trabajado durante casi veintidós. En consecuencia, no se sentía en absoluto descansado cuando alargó la mano para coger el teléfono.
– Mártensson, del grupo de búsquedas, turno de noche. ¿Estás ya despierto?
– No -contestó Erlander-. Lo que estoy es dormido. ¿Qué pasa?
– Hay novedades. Han encontrado a Anita Kaspersson.
– ¿Dónde?
– Justo en las afueras de Seglora, al sur de Borås.
Erlander visualizó el mapa en su cabeza.
– Se dirige hacia el sur -dijo-. Por las carreteras comarcales. Debe de haber cogido la 180 por Borås y girado hacia el sur. ¿Hemos avisado a Malmö?
– Y a Helsingborg, Landskrona y Trelleborg. Incluso a Karlskrona. Y tampoco podemos olvidarnos de los ferris que van al este.
Erlander se levantó y se frotó el cuello.
– Nos lleva casi veinticuatro horas de ventaja. Puede que ya haya salido del país. ¿Cómo dieron con Kaspersson?
– Empezó a llamar a golpes a la puerta de un chalet de la entrada de Seglora.
– ¿Qué?
– Que empezó a llamar a golpes a…
– Sí, ya te he oído. ¿Quieres decir que vive?
– Perdona. Estoy cansado y no me expreso con mucha claridad. Anita Kaspersson entró en Seglora dando tumbos a las 3.10 de la madrugada, empezó a darle patadas a la puerta de un chalet y asustó a una familia con niños que se hallaba durmiendo. Iba descalza, estaba completamente congelada y llevaba las manos atadas a la espalda. Ahora mismo se encuentra ingresada en el hospital de Borås. Su marido está allí con ella.
– ¡Joder! Todos habíamos dado por descontado que no la encontrarían con vida.
– A veces la vida te da sorpresas.
– Muy gratas.
– Bueno, ahora vienen las malas noticias. La jefa adjunta de la policía, Spångberg, lleva aquí desde las cinco de la mañana. Ha ordenado que te despiertes inmediatamente y que vayas a Borås para interrogar a Kaspersson.
Como era sábado por la mañana, Mikael supuso que la redacción de Millennium se encontraría vacía. Llamó a Christer Malm cuando el X2000 pasó el puente de Årsta para preguntarle a qué se debía su SMS.
– ¿Has desayunado? -quiso saber Christer Malm.
– Uno de esos desayunos de tren.
– Vale. Pásate por casa y te prepararé algo más consistente.
– ¿De qué se trata?
– Te lo contaré cuando vengas.
Mikael cogió el metro hasta Medborgarplatsen y caminó hasta Allhelgonagatan. Fue el novio de Christer, Arnold Magnusson, quien le abrió la puerta. Por mucho que lo intentara, Mikael no podía librarse de la sensación de que se encontraba frente a un cartel publicitario: Arnold Magnusson había estado en el Real Teatro Dramático y era uno de los actores más solicitados de Suecia. Siempre le resultaba raro verlo en carne y hueso. Mikael no solía dejarse impresionar por gente famosa, pero Arnold Magnusson tenía un aspecto tan característico y estaba tan vinculado a ciertos papeles del cine y de la televisión -en particular el del colérico pero justo comisario Gunnar Frisk de una serie televisiva muy popular- que Mikael siempre esperaba que Arnold se comportara como el poli de la tele.
– Hola, Micke -saludó Arnold.
– Hola -respondió Mikael.
– En la cocina -dijo Arnold, dejándolo entrar.
Christer Malm sirvió café y gofres recién hechos con confitura de moras boreales.
Se le hizo la boca agua incluso antes de que le diera tiempo a sentarse y se abalanzó sobre el plato. Christer Malm le preguntó por lo acontecido en Gosseberga. Mikael resumió los detalles. Hasta que no se comió el tercer gofre no se le ocurrió preguntar qué sucedía.
– Ha surgido un pequeño problema en Millennium mientras tú estabas en Gotemburgo -dijo Christer.
Mikael arqueó las cejas.
– ¿Qué pasa?
– Nada serio. Erika Berger ha sido nombrada redactora jefa del Svenska Morgon-Posten. Ayer fue su último día en Millennium.
Mikael se quedó paralizado, con un gofre a medio camino entre el plato y la boca. Tardó varios segundos en comprender y asimilar por completo la importancia del mensaje.
– ¿Y por qué no nos lo ha dicho? -preguntó finalmente.
– Porque primero te lo quería contar a ti, pero como hace unas cuantas semanas que andas corriendo de un lado para otro no ha visto el momento. Sin duda habrá pensado que ya tenías bastante con la historia de Salander. Y como quería comunicártelo a ti en primer lugar, no nos ha dicho nada a los demás y los días han ido pasando… En fin… De buenas a primeras se ha visto metida en una situación que le ha provocado un cargo de conciencia de la hostia y se ha sentido fatal. Y nosotros sin enterarnos…
Mikael cerró los ojos.
– ¡Mierda! -dijo.
– Ya… El caso es que tú has sido el último en saberlo. Yo quería ponerte al corriente para que entendieras lo que ha pasado y no pensaras que hemos actuado a tus espaldas.
– No, tranquilo; ¿cómo voy a pensar eso? ¡Dios mío! Me alegro un montón por ella si quiere trabajar para el SMP… pero ¿qué coño vamos a hacer ahora en la redacción?
– A partir del próximo número, Malin será la redactora jefe en funciones.
– ¿Malin?
– A no ser que quieras tú el puesto…
– ¡Joder, no! En absoluto.
– Ya me lo imaginaba. De modo que Malin será la redactora jefe.
– ¿Y quién ocupará su lugar?
– Henry Cortez será el nuevo secretario de redacción. Lleva cuatro años con nosotros y ya no es precisamente un becario inexperto.
Mikael meditó las propuestas.
– ¿Tengo algo que decir al respecto? -preguntó.
– No -contestó Christer Malm.
Mikael soltó una seca carcajada.
– Vale. Que sea como vosotros habéis decidido. Malin es dura, aunque insegura. Henry es demasiado impulsivo. Habrá que vigilarlos.