– Eso es mentira -protestó ligeramente Teleborian.
– ¿Es mentira? -preguntó Annika Giannini a Torsten Edklinth.
– No, en absoluto. Quizá deba mencionar que Jonas Sandberg es una de las aproximadamente diez personas que han sido detenidas hoy por decisión del fiscal general del Estado. Está detenido por haber participado en el asesinato de Gunnar Björck. Forma parte de un grupo ilegal que ha operado dentro de la policía de seguridad y que ha protegido a Alexander Zalachenko desde los años setenta. Se trata de la misma banda que anduvo detrás de la decisión de encerrar a Lisbeth Salander en 1991. Tenemos abundantes pruebas, al igual que la confesión del jefe de ese grupo.
Un silencio sepulcral se extendió por toda la sala.
– ¿Desea el señor Peter Teleborian comentar algo al respecto? -quiso saber Iversen.
Teleborian negó con la cabeza.
– En ese caso, le comunico que va a ser denunciado por perjurio y es muy posible que también por otros cargos -dijo el juez Iversen
– Con la venia… -intervino Mikael Blomkvist.
– ¿Sí? -preguntó Iversen.
– Peter Teleborian tiene problemas más grandes que ésos. En la puerta hay dos policías que quieren llevárselo para interrogarlo.
– ¿Me está pidiendo que los haga pasar? -preguntó el juez Iversen
– Creo que sería una buena idea.
Iversen le hizo una seña al conserje con la mano para que dejara entrar a la inspectora Sonja Modig y a una mujer que el fiscal Ekström reconoció enseguida. Su nombre era Lisa Collsjö, inspectora de la brigada de asuntos especiales, una unidad de la Dirección General de la Policía cuya misión, entre otras cosas, era ocuparse de los abusos sexuales cometidos contra los niños y de los delitos de pornografía infantil.
– Bien, ¿a qué se debe su presencia aquí?
– Hemos venido a detener a Peter Teleborian, siempre y cuando eso no interfiera en el desarrollo de esta vista oral.
Iversen miró de reojo a Annika Giannini.
– Todavía no he terminado del todo con él, pero vale.
– Adelante -dijo Iversen.
Lisa Collsjö se acercó a Peter Teleborian.
– Queda usted detenido por cometer un delito grave contra la ley de pornografía infantil.
Peter Teleborian se quedó mudo. Annika Giannini constató que toda la luz que pudiera haber en sus ojos se había apagado por completo.
– Concretamente, por tenencia de más de ocho mil fotografías de pornografía infantil en su ordenador.
Se inclinó hacia delante y cogió el maletín del ordenador portátil que Teleborian llevaba consigo.
– Este ordenador queda confiscado -dijo.
Mientras era conducido fuera de la sala y salía por la puerta del tribunal, la mirada de Lisbeth Salander le abrasó como fuego la espalda.
Capítulo 28 Viernes, 15 de julio – Sábado, 16 de julio
El juez Jörgen Iversen golpeó el borde de la mesa con el bolígrafo para acallar el murmullo que había surgido a raíz del arresto de Peter Teleborian. Luego guardó silencio durante un buen rato, dando evidentes muestras de que no sabía cómo proceder. Se dirigió al fiscal Ekström.
– ¿Tiene algo que añadir a lo que ha sucedido durante la última hora?
Richard Ekström no tenía ni idea de qué decir. Se levantó, miró a Iversen y luego a Torsten Edklinth antes de volver la cabeza y encontrarse con la implacable mirada de Lisbeth Salander. Comprendió que la batalla ya estaba perdida. Dirigió la mirada a Mikael Blomkvist y se dio cuenta, con repentino terror, de que también corría el riesgo de acabar apareciendo en la revista Millennium… Algo que sería una verdadera catástrofe.
Lo cierto era que no comprendía lo que había ocurrido; cuando se inició el juicio, entró con la certeza de que controlaba todos los entresijos de la historia.
Tras las numerosas y sinceras conversaciones previamente mantenidas con el comisario Georg Nyström, había conseguido entender el delicado equilibrio que la seguridad del reino requería. Le aseguraron que el informe que se hizo sobre Salander en 1991 era una falsificación. Le proporcionaron la información inside que él necesitaba. Hizo muchas preguntas -cientos de preguntas- y se las contestaron todas. Un engaño. Y ahora Nyström, según la abogada Giannini, se hallaba detenido. Había confiado en Peter Teleborian, que le había parecido tan… tan competente y tan preparado. Tan convincente.
Dios mío. ¿En qué lío me he metido?
Y luego:
¿Cómo coño voy a salir de él?
Se pasó la mano por la barba. Carraspeó. Se quitó lentamente las gafas.
– Lo lamento, pero parece ser que me han informado mal sobre unos importantes aspectos de esta investigación.
Se estaba preguntando si podría echarles la culpa a los policías investigadores y le vino a la mente el inspector Bublanski. Pero él jamás lo apoyaría. Si Ekström diera un paso en falso, Bublanski convocaría una rueda de prensa. Lo hundiría.
La mirada de Ekström se cruzó con la de Lisbeth Salander. Ella aguardaba pacientemente con una mirada que revelaba tanto curiosidad como deseo de venganza.
Sin contemplaciones.
Pero todavía podría conseguir que la declararan culpable por el delito de lesiones graves de Stallarholmen. Y probablemente pudiera lograr que la condenaran por el intento de homicidio de su padre en Gosseberga. Eso significaba que se vería obligado a cambiar toda su estrategia sobre la marcha y dejar todo lo que tuviera que ver con Peter Teleborian. Y eso, a su vez, significaba que todas esas afirmaciones que aseguraban que ella era una loca psicópata se vendrían abajo; y también quería decir que la versión de Lisbeth se reforzaría hasta llegar a 1991. Toda su declaración de incapacidad se desmoronaría y con eso…
Y tenía esa maldita película que…
Acto seguido cayó en la cuenta.
¡Dios mío! ¡Es inocente!
– Señor juez: no sé lo que ha ocurrido, pero acabo de darme cuenta de que ni siquiera me puedo fiar ya de los papeles que tengo en la mano.
– ¿No? -dijo Iversen en un tono seco.
– Creo que me voy a tener que ver obligado a pedir una pausa o que el juicio se interrumpa hasta que me haya dado tiempo a averiguar con exactitud qué es lo que ha ocurrido.
– ¿Señora Giannini? -dijo Iversen.
– Exijo que mi clienta sea absuelta de todos los cargos y que sea puesta en libertad inmediatamente. También exijo que el tribunal se pronuncie sobre la declaración de incapacidad de la señorita Salander. Considero que debe ser resarcida del daño que se le ha hecho.
Lisbeth Salander miró al juez Iversen.
Sin contemplaciones.
El juez Iversen le echó un ojo a la autobiografía de Lisbeth Salander. Luego miró al fiscal Ekström.
– Yo también creo que es una buena idea averiguar exactamente qué es lo que ha ocurrido. Pero mucho me temo que usted no es la persona más adecuada para realizar esa investigación.
Meditó un rato.
– En todos los años que llevo de jurista y de juez, jamás he vivido, ni de lejos, una situación jurídica similar a la del caso que nos ocupa. Debo admitir que no sé qué hacer. Ni siquiera había oído hablar de que el testigo principal del fiscal fuera arrestado ante el tribunal, en pleno juicio, y de que lo que parecían ser unas pruebas convincentes resultaran ser unas simples falsificaciones. Sinceramente, no sé lo que quedará de los cargos de la acusación del fiscal en este momento.
Holger Palmgren carraspeó.
– ¿Sí? -preguntó Iversen.
– Como representante de la defensa, no puedo hacer otra cosa que compartir sus opiniones. A veces hay que dar un paso hacia atrás y dejar que la cordura y el sentido común se impongan sobre las formalidades. Quiero señalar que usted, como juez, sólo ha visto el principio de un caso que va a sacudir los cimientos de la Suecia oficial. A lo largo del día de hoy se ha detenido a diez policías de la Säpo. Serán procesados por asesinato y por una serie tan larga de delitos que, sin duda, pasará mucho tiempo antes de que se pueda terminar la investigación.