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– Usted dirá -concluyó Iversen.

Tras un minuto de reflexión asintió secamente.

De acuerdo, una pequeña concesión.

Durante el repaso del asunto Zalachenko de esa tarde, Annika Giannini atacó duramente al fiscal Ekström. Al cabo de cierto tiempo, el fiscal Ekström admitió que había ocurrido más o menos como Annika Giannini lo relató: recibió la ayuda del comisario Georg Nyström en la instrucción del sumario y aceptó información de Peter Teleborian. En el caso de Ekström no existía ninguna conspiración; como instructor del sumario se había dejado manipular, de buena fe, por la Sección. Cuando realmente comprendió la envergadura del asunto, decidió sobreseer los cargos contra Lisbeth Salander. La decisión significó que se podría prescindir de bastantes formalidades burocráticas. Iversen pareció aliviado.

Holger Palmgren estaba agotado tras su primer día en una sala de tribunal después de muchos años. Tuvo que volver a la cama de la residencia de Ersta. Lo llevó un vigilante uniformado de Milton Security. Antes de irse, puso la mano en el hombro de Lisbeth Salander. Se miraron un rato. Luego, ella asintió y sonrió ligeramente.

A las siete de la tarde, Annika Giannini le hizo una apresurada llamada a Mikael Blomkvist y le comunicó que Lisbeth Salander había sido absuelta de todos los cargos, pero que tendría que permanecer en la jefatura de policía unas cuantas horas más para prestar declaración.

La llamada se produjo cuando todos los colaboradores de Millennium se encontraban en la redacción. Los teléfonos no habían cesado de sonar desde que, a la hora de la comida, empezaron a distribuir, por mensajero, los primeros ejemplares de la revista a las otras redacciones periodísticas de Estocolmo. A lo largo de la tarde, TV4 había emitido en exclusiva las primeras noticias sobre Zalachenko y la Sección. Aquello era una auténtica fiesta mediática.

Mikael se situó en medio de la redacción, se metió los dedos en la boca y silbó.

– Me acaban de avisar de que Lisbeth Salander ha sido absuelta de todos los cargos

Hubo un aplauso espontáneo. Luego todos siguieron hablando por teléfono como si no hubiese pasado nada.

Mikael alzó la vista y se centró en la televisión que había encendida en la sala. El especial informativo de Nyheterna de TV4 acababa de empezar. En los titulares se mostraba un pequeño fragmento de la película en la que se veía a Jonas Sandberg colocando la cocaína en el apartamento de Bellmansgatan.

– En la imagen pueden ustedes observar cómo un funcionario de la Säpo esconde cocaína en casa del periodista Mikael Blomkvist, de la revista Millennium

Acto seguido apareció en imagen la presentadora

– Durante el día de hoy se ha detenido a una decena de agentes de la policía de seguridad acusados de numerosos delitos de gravedad; entre ellos, varios asesinatos. Bienvenidos a este informativo especial que hoy tendrá una duración mayor de lo habitual.

Mikael quitó el sonido justo cuando la de TV4 entró en imagen y se vio a sí mismo sentado en un sillón del estudio. Ya sabía lo que había dicho. Desplazó la mirada hasta la mesa donde Dag Svensson había estado trabajando. No quedaba ni el menor rastro de su reportaje sobre trafficking; el escritorio había vuelto a ser un vertedero de revistas y desorganizados montones de papeles de los que nadie se quería hacer cargo.

Fue en esa misma mesa donde el caso Zalachenko empezó para Mikael. Deseó que Dag Svensson hubiera podido vivir aquel final Algunos ejemplares de su recién impreso libro sobre el trafficking se encontraban ya allí, junto al libro sobre la Sección.

Te habría encantado todo esto.

Oyó que el teléfono de su despacho estaba sonando, pero le dio pereza cogerlo. Cerró la puerta, entró en el despacho de Erika Berger y se dejó caer en uno de los cómodos sillones que había al lado de la mesita, junto a la ventana. Erika estaba hablando por teléfono. Miró a su alrededor. Ya hacía un mes que ella había vuelto, pero aún no había tenido tiempo de abarrotar la estancia con todos esos objetos personales que había recogido cuando dejó su trabajo en abriclass="underline" tenía vacía la librería y todavía no había colgado ningún cuadro.

– ¿Qué tal? -preguntó Erika cuando colgó.

– Creo que soy feliz -dijo.

Ella se rió.

– La Sección va a arrasar. Están como locos en todas las redacciones. ¿Quieres ir a Aktuellt a las nueve para hacer una entrevista?

– No.

– Me lo imaginaba.

– Vamos a tener que hablar de esto durante meses. No hay prisas.

Ella asintió.

– ¿Qué vas a hacer esta noche?

– No lo sé.

Mikael se mordió el labio inferior.

– Erika… Yo…

– Figuerola -dijo Erika Berger, y sonrió.

Él asintió.

– ¿Va en serio?

– No lo sé.

– Ella está enamoradísima de ti.

– Creo que yo también estoy enamorado de ella -dijo él.

– Me mantendré alejada hasta que lo tengas claro.

Él hizo un gesto afirmativo.

– Bueno, a lo mejor -aclaró ella.

A las ocho, Dragan Armanskij y Susanne Linder llamaron a la puerta de la redacción. Consideraron que el momento exigía champán y traían una bolsa de Systembolaget con botellas. Erika Berger abrazó a Susanne Linder y le enseñó la redacción mientras Armanskij se sentaba en el despacho de Mikael.

Tomaron champán. Nadie dijo nada en un buen rato. Fue Armanskij quien rompió el silencio.

– ¿Sabes, Blomkvist? Cuando nos conocimos a raíz de aquella historia de Hedestad me caíste fatal.

– ¿Sí?

– Subisteis a firmar cuando contrataste a Lisbeth como investigadora.

– Me acuerdo perfectamente.

– Creo que me diste envidia. Hacía tan sólo un par de horas que la conocías y ella ya se reía contigo. Yo llevaba años intentando ser su amigo y ni siquiera logré que sonriera.

– Bueno… yo tampoco he tenido mucho éxito que digamos.

Permanecieron un rato en silencio.

– Qué bien que esto haya acabado -dijo Armanskij.

– Amén -zanjó Mikael.

Fueron los inspectores Jan Bublanski y Sonja Modig los que realizaron el interrogatorio formal de la testigo Lisbeth Salander. No habían hecho más que llegar a sus respectivas casas, después de una jornada laboral particularmente larga, cuando tuvieron que volver casi enseguida a jefatura.

Salander se encontraba acompañada por Annika Giannini, quien, sin embargo, no tuvo que hacer muchos comentarios. Lisbeth Salander contestó con precisión a todas las preguntas que Bublanski y Modig le formularon.

Mintió sistemáticamente respecto a dos cuestiones principales. Al describir lo ocurrido en Stallarholmen se obstinó en mantener que había sido Sonny Nieminen el que, por error, le disparó en el pie a Carl-Magnus «Magge» en el mismo instante en el que ella le daba con una pistola eléctrica. ¿Que de dónde había sacado la pistola eléctrica? Se la había quitado a Magge Lundin, explicó.

Tanto Bublanski como Modig se mostraron escépticos. Pero no existían pruebas ni testigos que pudieran contradecir su explicación. Si acaso, Sonny Nieminen, pero él se negó a pronunciarse sobre el incidente. La verdad era que no tenía ni idea de lo que sucedió unos segundos después de que la descarga de la pistola eléctrica lo dejara K.O.

Por lo que a Gosseberga se refería, Lisbeth explicó que su objetivo había sido ir hasta allí para enfrentarse a su padre y persuadirlo de que se entregara a la policía.

Lisbeth Salander puso carita de inocente.

Nadie podía determinar si decía la verdad o no. Annika Giannini no tenía nada que decir al respecto.

El único que sabía con certeza que Lisbeth Salander había ido hasta Gosseberga con la intención de terminar de una vez por todas sus relaciones con él era Mikael Blomkvist. Pero a él lo habían echado del juicio poco después de que la vista se hubiese retomado. Nadie sabía que él y Lisbeth Salander habían mantenido largas conversaciones nocturnas por Internet mientras ella estuvo aislada en Sahlgrenska.