– Eso es, los vigilaremos.
Mikael se quedó en silencio. Pensó en lo tremendamente vacía que se quedaría la redacción sin Erika y en lo que pasaría con la revista en el futuro.
– Tengo que llamar a Erika y…
– No, no la llames.
– ¿Por qué?
– Porque esta noche la pasa en la redacción. Mejor vas y la despiertas.
Mikael encontró a una Erika Berger profundamente dormida en el sofá cama de su despacho. Había pasado la noche vaciando las estanterías y recogiendo de su mesa sus pertenencias y los papeles que quería guardar. Llenó cinco cajas. Antes de entrar, Mikael la contempló un largo rato desde la puerta. Se sentó en el borde de la cama y la despertó.
– Ya que has decidido quedarte por aquí, ¿por qué diablos no te vas a dormir a mi casa? -le preguntó.
– Hola, Mikael -dijo ella.
– Christer me lo ha contado.
Ella empezó a decir algo cuando él se inclinó y la besó en la mejilla.
– ¿Estás enfadado?
– Mucho -contestó él secamente.
– Perdóname. Es que no podía decir que no. Pero me siento fatal; es como si os dejara con la mierda hasta el cuello en el peor momento.
– No creo que yo sea la persona más adecuada para criticarte por abandonar el barco. Hace dos años yo también me marché de aquí y te dejé sola con toda la mierda, en una situación considerablemente más complicada que la de ahora.
– Son cosas distintas: tú te tomaste un descanso; yo me voy para siempre y te lo he ocultado. Lo siento muchísimo.
Mikael permaneció callado un instante. Luego le mostró una pálida sonrisa.
– Cuando llega la hora, llega la hora. A woman's gotta do what a woman's gotta do and all that crap *.
Erika sonrió. Eran las mismas palabras que ella le soltó cuando él se fue a Hedeby. Mikael extendió la mano y le alborotó el pelo amistosamente.
– Entiendo que quieras dejar esta casa de locos, pero que quieras ocupar un puesto de jefa en el periódico más soso, carca y machista de toda Suecia me llevará algún tiempo asimilarlo.
– Hay bastantes chicas que trabajan allí.
– Bah. Échale un vistazo a la página de Opinión. De los tiempos de Maricastaña. Hay que ser masoca… ¿Vamos a tomar un café?
Erika se incorporó.
– Me tienes que contar lo que pasó anoche en Gotemburgo.
– Estoy escribiéndolo -dijo Mikael-. Pero se va a armar una auténtica guerra cuando lo publiquemos.
– Cuando lo publiquemos no, cuando lo publiquéis.
– Ya lo sé. Lo sacaremos cuando empiece el juicio. Supongo que no te llevarás la historia al SMP. La verdad es que quiero que escribas algo sobre la historia de Zalachenko antes de que dejes Millennium.
– Micke, yo…
– Tu último editorial. Puedes escribirlo cuando te dé la gana. Pero lo más probable es que no se publique antes del juicio, sea cuando sea…
– No sé si es una buena idea. ¿De qué debe tratar?
– De la moral -contestó Mikael Blomkvist-. Y del hecho de que uno de nuestros colaboradores haya sido asesinado porque hace quince años el Estado no hizo su trabajo.
No necesitaba más explicaciones; Erika Berger sabía exactamente qué tipo de editorial quería Mikael. Lo meditó un momento. Lo cierto era que ella estaba de redactora jefe cuando asesinaron a Dag Svensson. De repente, se sintió mucho mejor.
– De acuerdo -asintió-. Mi último editorial.
Capítulo 4 Sábado, 9 de abril – Domingo, 10 de abril
A la una del mediodía del sábado, la fiscal Martina Fransson de Södertälje dejó de darle vueltas al tema. El cementerio del bosque de Nykvarn era un terrible caos y el departamento criminal había acumulado ya una enorme cantidad de horas extra desde ese miércoles en el que Paolo Roberto combatió con Ronald Niedermann en aquel almacén. Se trataba de, al menos, tres asesinatos de personas que luego fueron enterradas por los alrededores, secuestro con violencia y graves malos tratos de Miriam Wu, la amiga de Lisbeth Salander, y, por último, delito de incendio. A lo de Nykvarn había que sumarle el incidente de Stallarholmen -localidad que, en realidad, pertenecía al distrito policial de Strängnäs, en la provincia de Södermanland-, en el cual Carl-Magnus Lundin, de Svavelsjö MC, constituía una pieza clave. En esos momentos, Lundin se hallaba ingresado en el hospital de Södertälje con un pie escayolado y una barra de acero en la mandíbula. En cualquier caso, todos los delitos quedaban bajo la responsabilidad de la policía regional, lo que significaba que sería Estocolmo quien pronunciaría la última palabra.
El viernes se celebró la vista oral y se dictó prisión preventiva. No había duda: Lundin estaba vinculado a Nykvarn. Al final quedó claro que el almacén pertenecía a la empresa Medimport, que a su vez era propiedad de Anneli Karlsson, de cincuenta y dos años de edad y residente en Puerto Banús, España. Era prima de Magge Lundin, no se le conocían antecedentes penales y parecía, más bien, haber hecho de tapadera.
Martina Fransson cerró la carpeta del sumario. Todavía se encontraba en su fase inicial y sería completado con unos cuantos centenares de páginas más antes de que llegara la hora del juicio. Pero ya en ese momento, Martina Fransson se vería obligada a tomar una decisión con respecto a algunas cuestiones. Miró a sus colegas.
– Tenemos suficientes pruebas para dictar auto de procesamiento contra Lundin por haber participado en el secuestro de Miriam Wu. Paolo Roberto lo ha identificado como el hombre que conducía la furgoneta. También dictaré prisión preventiva por presunta implicación en el delito de incendio. Para procesarlo por participación en los homicidios de las tres personas desenterradas, esperaremos por lo menos a que las identifiquen.
Los policías asintieron. Era la información que estaban esperando.
– ¿Qué hacemos con Sonny Nieminen?
Martina Fransson buscó a Nieminen entre la documentación que se encontraba sobre la mesa.
– Es un señor con un curriculum impresionante. Robo, tenencia ilícita de armas, malos tratos, graves malos tratos, homicidio y tráfico de estupefacientes. Fue detenido en compañía de Lundin en Stallarholmen. Estoy completamente convencida de su implicación: lo contrario sería inverosímil. Pero el problema es que no tenemos nada que le podamos atribuir.
– Dice que nunca ha estado en el almacén de Nykvarn y que sólo acompañó a Lundin a dar una vuelta con las motos -añadió el inspector responsable de la investigación de Stallarholmen para la policía de Södertälje -. Sostiene que no tenía ni idea de lo que iba a hacer Lundin en Stallarholmen.
Martina Fransson se preguntó si habría alguna manera de pasarle ese asunto al fiscal Richard Ekström, de Estocolmo.
– Nieminen se niega a hacer declaraciones sobre lo ocurrido, pero niega tajantemente haber participado en ninguna actividad delictiva -aclaró el inspector.
– No, la verdad es que más bien parece que las víctimas del delito de Stallarholmen han sido Lundin y él -soltó Martina Fransson, tamborileando irritadamente sobre la mesa con las yemas de los dedos.
– Lisbeth Salander -añadió con aparente duda en la voz-. A ver, estamos hablando de una chica que ni siquiera tiene pinta de haber entrado en la pubertad, que mide un metro y medio y que ni de lejos posee la fuerza que se necesitaría para dominar a Nieminen y Lundin.
– Si no fuera armada… Con una pistola puede compensar en gran medida su frágil constitución.
– Ya, pero no encaja muy bien en la reconstrucción de los hechos.
– No. Ella utilizó gas lacrimógeno. A continuación, le dio un puntapié a Lundin en toda la entrepierna y, acto seguido, otro en la cara, ambos con tanta rabia que el primero le reventó un testículo y el segundo le rompió la mandíbula. El tiro que le pegó en el pie debió de producirse después del maltrato. Pero me cuesta creer que fuera ella la que iba armada.