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Mikael borró todos los mensajes de los periodistas. En cambio, telefoneó a su hermana, Annika Giannini, y quedaron en verse a mediodía para comer juntos.

Luego llamó a Dragan Armanskij, director ejecutivo y jefe operativo de la empresa de seguridad Milton Security. Lo localizó en el móvil, en su residencia de Lidingö.

– Hay que ver la capacidad que tienes para crear titulares -dijo Armanskij con un seco tono de voz.

– Perdona que no te haya llamado antes. Recibí el mensaje de que me estabas buscando, pero la verdad es que no he tenido tiempo…

– En Milton estamos realizando nuestra propia investigación. Y, según me dijo Holger Palmgren, tú dispones de cierta información. Aunque parece ser que te encuentras a años luz de nosotros.

Mikael dudó un instante sobre cómo pronunciarse.

– ¿Puedo confiar en ti? -preguntó.

La pregunta pareció asombrar a Armanskij.

– ¿En qué sentido?

– ¿Estás de parte de Salander o no? ¿Puedo confiar en que deseas lo mejor para ella?

– Ella es mi amiga. Como tú bien sabes, eso no quiere decir que yo sea necesariamente su amigo.

– Ya lo sé. Pero lo que te pregunto es si estarías dispuesto a ponerte en su rincón del cuadrilátero y liarte a puñetazos con sus enemigos. Va a ser un combate con muchos asaltos.

Armanskij se lo pensó.

– Estoy de su lado -contestó.

– ¿Puedo darte información y tratar cosas contigo sin temer que se las filtres a la policía o a alguna otra persona?

– No estoy dispuesto a implicarme en ningún delito -dijo Armanskij.

– No es eso lo que te he preguntado.

– Mientras no me reveles que te estás dedicando a una actividad delictiva ni a nada por el estilo, puedes confiar en mí al ciento por ciento.

– Vale. Es preciso que nos veamos.

– Esta tarde iré al centro. ¿Cenamos juntos?

– No, no tengo tiempo. Pero si fuera posible que nos viéramos mañana por la tarde, te lo agradecería. Tú y yo, y tal vez unas cuantas personas más, deberíamos sentarnos y hablar.

– ¿Quedamos en Milton? ¿A las 18.00?

– Otra cosa… Dentro de un par de horas voy a ver a mi hermana, Annika Giannini. Está pensando si aceptar o no ser la abogada de Lisbeth, pero, como es lógico, no puede hacerlo gratis. Yo estoy dispuesto a pagar parte de sus honorarios de mi propio bolsillo. ¿Podría Milton Security contribuir?

– Lisbeth va a necesitar un abogado penal fuera de lo normal. Sin ánimo de ofender, creo que tu hermana no es la elección más acertada. Ya he hablado con el jurista jefe de Milton y nos va a buscar uno apropiado. Yo había pensado en Peter Althin o en alguien similar.

– Te equivocas. Lisbeth necesita otro tipo de abogado. Entenderás lo que quiero decir cuando nos hayamos reunido. Pero si hiciera falta, ¿podrías poner dinero para su defensa?

– Mi idea era que Milton contratara a un abogado…

– ¿Eso es un sí o un no? Yo sé lo que le pasó a Lisbeth. Sé más o menos quiénes estaban detrás. Sé el porqué. Y tengo un plan de ataque.

Armanskij se rió.

– De acuerdo. Escucharé tu propuesta. Si no me gusta, me retiraré.

– ¿Has pensado en mi propuesta de representar a Lisbeth Salander? -preguntó Mikael tras darle un beso en la mejilla a su hermana y una vez que el camarero les trajo el café y los sándwiches.

– Sí. Y tengo que decirte que no. Sabes que no soy una abogada penalista. Aunque se libre de los asesinatos por los que la andan buscando, todavía le queda una larga lista de acusaciones. Va a necesitar a alguien con un prestigio y una experiencia completamente diferentes a los míos.

– Te equivocas. Eres una abogada con un reconocido prestigio en cuestiones relacionadas con los derechos de la mujer. Me parece que tú eres justo el tipo de abogado que ella necesita.

– Mikael… creo que no lo entiendes. Este es un caso penal muy complicado, y no se trata de un simple caso de malos tratos o de agresión sexual. Que yo me encargara de su defensa podría acabar en una auténtica catástrofe.

Mikael sonrió.

– Creo que te olvidas de lo más importante: si Lisbeth hubiese sido procesada por los asesinatos de Dag y de Mia, entonces habría contratado a alguien como Silbersky o a algún otro peso pesado de los abogados penalistas. Pero este juicio tratará de cuestiones completamente distintas. Y tú eres la abogada más perfecta que puedo imaginar.

Annika Giannini suspiró.

– Es mejor que me lo expliques.

Hablaron durante casi dos horas. Cuando Mikael terminó, Annika Giannini ya se había convencido. Y Mikael cogió su móvil y llamó de nuevo a Marcus Erlander a Gotemburgo.

– Hola. Soy Blomkvist otra vez.

– No tengo novedades sobre Salander -dijo Erlander irritado.

– Algo que, tal y como están las cosas, supongo que son buenas noticias. Yo, en cambio, sí tengo novedades.

– ¿Ah, sí?

– Sí. Lisbeth Salander cuenta con una abogada llamada Annika Giannini. La tengo justo delante; te la paso.

Mikael pasó el móvil por encima de la mesa.

– Hola. Me llamo Annika Giannini y me han pedido que represente a Lisbeth Salander. Así que necesito ponerme en contacto con mi clienta para que me dé su consentimiento. Y también necesito el número de teléfono del fiscal.

– Comprendo -dijo Erlander-. Tengo entendido que ya se ha contactado con un abogado de oficio.

– Muy bien. ¿Alguien le ha preguntado a Lisbeth Salander su opinión al respecto?

Erlander dudó.

– Sinceramente, aún no hemos tenido la posibilidad de intercambiar ni una palabra con ella. Esperamos hacerlo mañana, si su estado lo permite.

– Muy bien. Entonces les comunico aquí y ahora que, desde este mismo instante, a menos que la señorita Salander diga lo contrario, deben considerarme su abogada defensora. No la podrán someter a ningún interrogatorio sin que yo me halle presente. Y sólo podrán ir a verla para preguntarle si me acepta como abogada. ¿De acuerdo?

– Sí -dijo Erlander, dejando escapar un suspiro.

Erlander se preguntó si eso sería válido desde un punto de vista jurídico. Meditó un instante y continuó:

– Más que nada, lo que queremos es preguntarle a Salander si dispone de alguna información sobre el paradero del asesino Ronald Niedermann. ¿Sería posible hacerlo sin que usted se encuentre presente?

Annika Giannini dudó.

– De acuerdo… Pregúntenle a título informativo si les puede ayudar a localizar a Niedermann. Pero no le hagan ninguna pregunta que se refiera a eventuales procesamientos o acusaciones contra ella. ¿Queda claro?

– Creo que sí.

Marcus Erlander se levantó inmediatamente de su mesa, subió un piso y llamó a la puerta de la instructora del sumario, Agneta Jervas. Le relató el contenido de la conversación que acababa de mantener con Annika Giannini.

– No sabía que Salander tuviera una abogada.

– Ni yo. Ha sido contratada por Mikael Blomkvist. Y creo que Salander tampoco lo sabe.

– Pero Giannini no es una abogada penalista; se dedica a los derechos de la mujer. Una vez asistí a una conferencia suya. Es muy buena, pero creo que bastante inapropiada para este caso.

– Eso, no obstante, le corresponde decidirlo a Salander.

– Siendo así, es muy posible que me vea obligada a impugnar esa elección delante del tribunal. Por el propio bien de Salander, debe tener un abogado defensor de verdad, y no una famosa con afán de protagonismo. Mmm. Además, a Salander la declararon incapacitada. No sé qué es lo que se aplica en estos casos.

– ¿Y qué hacemos?

Agneta Jervas meditó un instante.

– ¡Menudo follón! Además, tampoco estoy segura de quién acabará encargándose del caso; quizá se lo pasen a Estocolmo y se lo den a Ekström. Pero ella necesita un abogado. De acuerdo… pregúntale si acepta a Giannini.