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– Entiendo.

– La verdad es que es un sistema excelente. La mayoría de los colaboradores desconoce por completo la existencia de los otros. Y aquí en la Sección funcionamos más que nada como receptores de informes. Las reglas son las mismas que cuando tú estabas. Se supone que somos una organización plana.

– ¿Unidad operativa?

Wadensjöö frunció el ceño. En la época de Gullberg, la Sección tuvo una pequeña unidad operativa compuesta por cuatro personas al mando del astuto y curtido Hans von Rottinger.

– Bueno, no exactamente. Como ya sabes, Rottinger murió hace cinco años. Tenemos a un joven talento que hace algo de trabajo de campo, pero, por lo general, si resulta necesario cogemos a alguien de la organización externa. Además, montar una escucha telefónica, por ejemplo, o entrar en una casa, se ha vuelto más complicado desde un punto de vista técnico. Ahora hay alarmas y toda clase de diabluras por doquier.

Gullberg asintió.

– ¿Presupuesto? -preguntó.

– Disponemos de un total de más de once millones por año. Una tercera parte se destina a salarios, otra a mantenimiento y la restante a la actividad.

– O sea, que el presupuesto se ha reducido.

– Un poco. Pero tenemos menos plantilla, lo cual significa que, en la práctica, el presupuesto de la actividad ha aumentado.

– Entiendo. Cuéntame cómo anda nuestra relación con la DGP /Seg.

Wadensjöö negó con la cabeza.

– El jefe administrativo y el jefe de presupuesto son de los nuestros. Oficialmente hablando tal vez el único que conozca con más detalle nuestra actividad sea el jefe administrativo. Somos tan secretos que no existimos. Pero en realidad hay un par de jefes adjuntos que saben de nuestra existencia. Aunque hacen lo que pueden para no oír hablar de nosotros.

– Entiendo. Lo cual significa que si surgen problemas, la actual dirección de la Säpo se llevará una desagradable sorpresa. ¿Y qué me puedes contar de la dirección de la Defensa y del gobierno?

– A la dirección de la Defensa la apartamos hace unos diez años. Y los gobiernos van y vienen.

– ¿Así que estamos completamente solos si el viento sopla en contra?

Wadensjöö asintió.

– Esa es la desventaja que tiene esta estructura. Las ventajas son obvias. Pero nuestras misiones también han cambiado. Desde que cayó la Unión Soviética hay una nueva situación política en Europa. La verdad es que ahora tratamos cada vez menos de identificar a los espías. Ahora nos ocupamos más de asuntos relacionados con el terrorismo, pero sobre todo juzgamos la idoneidad política de las personas que ocupan puestos delicados.

– Así ha sido siempre…

Llamaron a la puerta. Gullberg vio entrar a un hombre de unos sesenta años, pulcramente vestido, y a otro joven que llevaba vaqueros y americana.

– ¡Hola, chicos! Este es Jonas Sandberg. Lleva cuatro años con nosotros y es el responsable de las intervenciones operativas. Él es la persona de la que te hablaba antes. Y éste es Georg Nyström. Ya os conocéis.

– Hola, Georg -saludó Gullberg.

Se estrecharon la mano. Luego Gullberg, se dirigió a Jonas Sandberg.

– ¿Y tú de dónde vienes? -preguntó Gullberg contemplando a Jonas Sandberg.

– Pues ahora mismo de Gotemburgo -contestó Sandberg, bromeando-. He ido a hacerle una visita.

– A Zalachenko… -aclaró Gullberg.

Sandberg asintió.

– Señores, siéntense, por favor -dijo Wadensjöö.

– ¿Björck? -dijo Gullberg para, acto seguido, fruncir el ceño al ver a Wadensjöö encendiendo un purito. Gullberg se había quitado la americana y estaba apoyado contra el respaldo de la silla. Wadensjöö le echó un vistazo al viejo: le llamó la atención lo increíblemente flaco que se había quedado.

– Fue detenido el viernes pasado por violar la ley de comercio sexual -dijo Georg Nyström-. Todavía no ha sido procesado pero, en principio, ha confesado y ha vuelto a su casa con el rabo entre las piernas. Se ha ido a vivir a Smådalarö mientras está de baja. Los medios de comunicación siguen sin publicar nada al respecto.

– Hubo una época en la que Björck fue de lo mejorcito de la Sección -dijo Gullberg-. Fue una pieza clave en el asunto Zalachenko. ¿Qué ha pasado con él desde que yo me jubilé?

– Debe de ser uno de los poquísimos que ha regresado a la actividad externa desde la Sección. Bueno, también en tu época estuvo fuera un tiempo, ¿no?

– Sí, necesitaba descansar y quería ampliar horizontes. En la década de los ochenta pidió dos años de excedencia en la Sección y prestó sus servicios como agregado de inteligencia. Ya llevaba mucho tiempo, desde 1976, trabajando como un loco con Zalachenko, casi veinticuatro horas al día, y yo pensé que realmente le hacía falta un descanso. Estuvo fuera de 1985 a 1987 y luego volvió aquí.

– Podríamos decir que dejó la Sección en 1994, cuando se fue a la organización externa. En 1996 se convirtió en jefe adjunto del departamento de extranjería y se encontró con un cargo difícil de llevar al que tuvo que dedicarle mucho tiempo y esfuerzo. Como es natural, el contacto con la Sección ha sido constante y supongo que también debo añadir que, hasta hace muy poco, hemos conversado con cierta regularidad, más o menos una vez al mes.

– Así que está enfermo…

– No es nada serio, aunque sí muy doloroso. Tiene una hernia discal. Lleva causándole repetidas molestias durante los últimos años. Hace dos estuvo de baja durante cuatro meses. Y luego volvió a darse de baja en agosto del año pasado. Estaba previsto que volviera a trabajar el uno de enero, pero la baja se le prolongó y ahora se trata básicamente de esperar una operación.

– Y se ha pasado todo ese tiempo yéndose de putas -dijo Gullberg.

– Bueno, no está casado y, si lo he entendido bien, ya hace años que anda con putas -comentó Jonas Sandberg, que había permanecido callado durante casi media hora-. He leído el texto de Dag Svensson.

– De acuerdo. Pero ¿alguien me quiere explicar qué es lo que realmente ha ocurrido?

– Por lo que hemos podido deducir ha tenido que ser Björck quien ha puesto en marcha todo este circo. Es la única manera de explicar que el informe de 1991 acabara en las manos del abogado Bjurman.

– ¿Y éste también se dedicaba a ir de putas? -preguntó Gullberg.

– Que nosotros sepamos no. Por lo menos no figura en el material de Dag Svensson. Pero era el administrador de Lisbeth Salander.

Wadensjöö suspiró.

– Supongo que eso es culpa mía. Björck y tú le disteis un buen golpe a Lisbeth Salander en 1991 cuando ingresó en el psiquiátrico. Contábamos con que así se mantuviera fuera de circulación durante mucho más tiempo, pero le asignaron un tutor, el abogado Holger Palmgren, que consiguió sacarla de allí. La metieron en una familia de acogida. Tú ya te habías jubilado.

– ¿Y luego qué ocurrió?

– La tuvimos controlada. Mientras tanto, a su hermana, Camilla Salander, le buscaron una familia de acogida en Uppsala. Cuando contaban diecisiete años, Lisbeth Salander, de repente, empezó a hurgar en su pasado. Se puso a buscar a Zalachenko en todos los registros públicos que pudo. De alguna manera -no estamos seguros de cómo exactamente- se enteró de que su hermana conocía el paradero de Zalachenko.

– ¿Y era cierto?

Wadensjöö se encogió de hombros.

– Si te soy sincero, no tengo ni idea. Las niñas llevaban muchos años sin verse cuando Lisbeth Salander dio con su hermana e intentó obligarla a que le contara lo que sabía. Aquello acabó en una tremenda riña en la que se liaron a puñetazos.

– ¿Y?.

– Vigilamos bien a Lisbeth Salander durante aquellos meses. También informamos a Camilla Salander de que su hermana era violenta y estaba perturbada. Fue ella quien contactó con nosotros después de la repentina visita de Lisbeth, cosa que nos hizo aumentar la vigilancia.