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– ¿Y me puede causar daños cerebrales?

El doctor dudó un instante antes de decir:

– Sí, el riesgo está ahí. Pero todo indica que vas evolucionando bien. Luego existe la posibilidad de que te queden secuelas en el cerebro que te puedan crear problemas; por ejemplo, que desarrolles epilepsia o alguna otra contrariedad. Pero, si te soy sincero, eso no son más que especulaciones. La cosa tiene ahora buena pinta. Te estás curando. Y si a lo largo del proceso surgen problemas, los intentaremos resolver. ¿Es mi respuesta lo bastante clara?

Ella asintió con la cabeza.

– ¿Cuánto tiempo tengo que estar aquí metida?

– ¿Te refieres al hospital? Por lo menos un par de semanas antes de que te dejemos ir.

– No, me refiero a cuándo podré levantarme y empezar a andar y moverme.

– No lo sé. Depende de la curación. Pero échale como mínimo dos semanas antes de que te dejemos empezar con alguna forma de terapia física.

Ella lo contempló seriamente durante un largo rato.

– ¿No tendrás por casualidad un cigarrillo? -preguntó.

Anders Jonasson rió espontáneamente y negó con la cabeza.

– Lo siento. Aquí no se puede fumar. Pero si quieres, voy por un parche o un chicle de nicotina.

Ella meditó la respuesta un instante y luego asintió. Acto seguido lo volvió a mirar.

– ¿Cómo está ese viejo cabrón?

– ¿Quién? ¿Quieres decir…?

– El que entró conmigo.

– Ningún amigo tuyo, por lo que veo. Bueno, sobrevivirá, y la verdad es que ha estado levantado y andando con muletas. Desde un punto de vista físico, está más maltrecho que tú y presenta una lesión facial muy dolorosa. Según tengo entendido, le diste con un hacha en la cabeza.

– Intentó matarme -dijo Lisbeth en voz baja.

– Vaya, pues eso no me parece bien… Debo irme. ¿Quieres que vuelva a visitarte?

Lisbeth Salander se quedó reflexionando. Luego asintió. Cuando él cerró la puerta, ella miró hacia el techo pensativa. ¡Le han dado muletas a Zalachenko: eso es lo que oí anoche!

Enviaron a Jonas Sandberg, el más joven del grupo, a comprar algo para comer. Volvió con sushi y unas cervezas sin alcohol y lo puso todo en la mesa de reuniones. Evert Gullberg sintió un nostálgico estremecimiento: así era en su época cuando alguna operación entraba en una fase crítica y se quedaban trabajando día y noche.

Sin embargo, en su época, a nadie se le habría ocurrido la absurda idea de pedir pescado crudo para comer. Deseaba que Sandberg hubiese pedido albóndigas con confitura de arándanos rojos y puré de patatas. Pero, por otra parte, tampoco tenía mucha hambre, así que apartó el plato de sushi sin ningún remordimiento. Cogió un trozo de pan y bebió agua mineral.

Siguieron hablando durante la comida. Habían llegado a ese punto en el que debían resumir la situación y decidir qué medidas tomar. Se trataba de decisiones urgentes.

– Nunca llegué a conocer a Zalachenko -dijo Wadensjöö-. ¿Cómo era?

– Igual que hoy en día, supongo -contestó Gullberg-. De una enorme inteligencia y con una memoria para los detalles prácticamente fotográfica. Pero, según mi opinión, un verdadero hijo de puta. Y añadiría que algo perturbado.

– Jonas, tú lo viste ayer. ¿Cuál es tu conclusión? -preguntó Wadensjöö.

Jonas Sandberg dejó los cubiertos.

– Tiene el control. Ya os he contado lo de su ultimátum. O hacemos desaparecer todo esto como por arte de magia o hará estallar la Sección en mil pedazos.

– ¿Cómo coño espera que hagamos desaparecer algo que se ha repetido hasta la saciedad en todos los medios de comunicación? -preguntó Georg Nyström.

– No se trata de lo que nosotros podamos o no podamos hacer. Se trata de la necesidad que tiene Zalachenko de controlarnos -dijo Gullberg.

– ¿Tú qué opinas? ¿Lo hará? ¿Hablará con los medios de comunicación? -preguntó Wadensjöö.

Gullberg contestó pausadamente.

– Resulta casi imposible saberlo. Zalachenko no lanza amenazas en vano, y hará lo que más le convenga. En ese sentido es previsible. Si le favorece hablar con los medios de comunicación… si puede obtener una amnistía o una reducción de pena, lo hará. O si se siente traicionado y quiere jodernos.

– ¿Independientemente de las consecuencias?

– Sobre todo eso. Para él se trata de mostrarse más duro que nosotros.

– Pero aunque Zalachenko hable es muy posible que nadie lo crea. Para probar algo tienen que entrar en nuestro archivo. Y él no conoce esta dirección.

– ¿Quieres asumir ese riesgo? Pongamos que Zalachenko habla. ¿Quién más se irá de la lengua después?¿Qué hacemos si Björck confirma la historia? Y Clinton, con su aparato de diálisis… ¿qué pasaría si de repente se convirtiera en un hombre religioso y amargado de todo y de todos? Imagínate que quiere confesar sus pecados. Créeme: si alguien habla, será el final de la Sección.

– Entonces… ¿qué hacemos?

Un silencio se apoderó de la mesa. Fue Gullbeg quien retomó el hilo.

– El problema presenta varias partes. En primer lugar, podemos estar de acuerdo con las consecuencias en el caso de que Zalachenko se vaya de la lengua. Toda la maldita Suecia constitucional caerá sobre nuestras cabezas. Nos aniquilarán. Me imagino que varias personas de la Sección irían a la cárcel.

– Desde un punto de vista jurídico, la actividad es legal; trabajamos por encargo del gobierno.

– ¡No digas tonterías! -le espetó Gullberg-. Tú sabes tan bien como yo que un papel que se redactó en términos poco precisos a mediados de los años sesenta no vale hoy una mierda.

– Yo diría que a ninguno de nosotros le gustaría saber qué ocurriría exactamente si Zalachenko largara -añadió.

Se hizo un nuevo silencio.

– Por lo tanto, el punto de partida tiene que ser intentar callar a Zalachenko -dijo Georg Nyström finalmente.

Gullberg asintió.

– Y para persuadirle de que permanezca con la boca cerrada debemos ofrecerle algo sustancial. El problema es que resulta imprevisible. Nos podría quemar a su antojo por pura mala leche. Tenemos que pensar en alguna manera de mantenerlo a raya.

– ¿Y su ultimátum?… -dijo Jonas Sandberg-. Que hagamos desaparecer todo esto y que mandemos a Salander al manicomio.

– Ya sabremos cómo ocuparnos de Salander. El problema es Zalachenko. Pero eso nos lleva a la segunda parte: reducción de los daños colaterales. El informe de Teleborian de 1991 se ha filtrado y constituye una potencial amenaza de las mismas dimensiones que Zalachenko.

Georg Nyström se aclaró la voz.

– En cuanto nos dimos cuenta de que el informe había salido a la luz y había acabado en manos de la policía tomé ciertas medidas. Fui a ver al jurista Forelius, de la DGP /Seg, quien se puso en contacto con el fiscal general. Este ordenó que la policía devolviera el informe y que no se copiara ni distribuyera.

– ¿Cuánto sabe el fiscal general de todo esto? -preguntó Gullberg.

– Nada de nada. El actúa por petición oficial de la DGP /Seg. Se trata de material altamente confidencial y el fiscal general no tiene otra elección. No puede actuar de otra forma.

– Vale. ¿Quiénes de dentro de la policía han leído el informe?

– Pues lo han leído Bublanski, su colega Sonja Modig y el instructor del sumario, Richard Ekström. Y supongo que podemos dar por descontado que otros dos policías… -Nyström hojeó sus apuntes-; un tal Curt Svensson y un tal Jerker Holmberg conocen por lo menos el contenido. Ten en cuenta que existían dos copias…