Выбрать главу

– O sea, cuatro policías y un fiscal. ¿Qué sabemos de ellos?

– El fiscal Ekström tiene cuarenta y dos años. Se le considera una estrella en ascenso. Ha trabajado como investigador en el Ministerio de Justicia y se le han dado algunos casos llamativos. Ambicioso. Consciente de su imagen. Un trepa.

– ¿Sociata? -preguntó Gullberg.

– Probablemente. Pero no está afiliado.

– O sea, que el que lleva la investigación es Bublanski. Lo vi en una rueda de prensa en la televisión. No parecía encontrarse cómodo ante las cámaras.

– Tiene cincuenta y dos años y posee un excelente curriculum, pero también tiene fama de ser un tipo arisco. Es judío y bastante ortodoxo.

– Y la mujer… ¿quién es?

– Sonja Modig. Casada, treinta y nueve años, madre de dos hijos. Ha hecho carrera con bastante rapidez. Hablé con Peter Teleborian y la describió como emocional. Cuando Teleborian estuvo haciendo una presentación sobre Salander, Sonja Modig no paró de cuestionarlo.

– Vale.

– Curt Svensson es un tipo duro. Treinta y ocho años. Viene de la unidad de bandas callejeras de los suburbios del sur y llamó la atención hace un par de años cuando mató de un tiro a un chorizo. En la investigación interna lo absolvieron de todos los cargos. Por cierto, fue a él a quien mandó Bublanski para detener a Gunnar Björck.

– Entiendo. Guárdate en la memoria la muerte de ese chorizo. Si nos interesa desacreditar al grupo de Bublanski, siempre podremos centrarnos en Svensson y decir que resulta inapropiado como policía. Supongo que seguimos contando con contactos relevantes dentro de los medios de comunicación… ¿Y el último?

– Jerker Holmberg. Cincuenta y cinco años. Procede de Norrland y en realidad es especialista en examinar el lugar del crimen. Hace un par de años le ofrecieron realizar los cursos de formación para ascender a comisario, pero declinó la oferta. Parece encontrarse a gusto con lo que hace.

– ¿Alguno de ellos es activo políticamente?

– No. En los años setenta el padre de Holmberg fue presidente del consejo municipal del Partido de Centro.

– Mmm. Parece ser un grupo bastante modesto. Suponemos que son como una piña. ¿Podemos aislarlos de alguna manera?

– Hay un quinto policía que también está implicado -dijo Nyström-. Hans Faste, cuarenta y siete años. Me han contado por ahí que ha estallado un fuerte conflicto entre Faste y Bublanski. Y tengo entendido que ha cobrado tales dimensiones que Faste se ha dado de baja.

– ¿Qué sabemos de él?

– Cada vez que pregunto por él recibo una respuesta diferente. Cuenta con una larga hoja de servicios bastante impecable. Un profesional. Pero es de trato difícil. Por lo visto, la pelea con Bublanski tiene que ver con Lisbeth Salander.

– ¿En qué sentido?

– Faste parece haberse aferrado a esa idea de una banda satánica de lesbianas de la que tanto ha escrito la prensa. En realidad no le gusta Salander; su mera presencia se le antoja un insulto personal. No me extrañaría que estuviera detrás de la mitad de los rumores. Un ex colega suyo me contó que, en general, tiene dificultades para colaborar con las mujeres.

– Interesante -dijo Gullberg para, acto seguido, quedarse meditando un instante-. Como la prensa ya ha escrito sobre una banda lesbiana podría haber razones para tirar de ese hilo. No contribuye precisamente a aumentar la credibilidad de Salander.

– O sea, que los policías que han leído la investigación de Björck representan un problema. ¿Tenemos alguna forma de aislarlos? -preguntó Sandberg.

Wadensjöö encendió otro purito.

– Bueno, el instructor del sumario es Ekström…

– Pero el que manda es Bublanski -dijo Nyström.

– Sí, pero no puede oponerse a las decisiones administrativas -Wadensjöö parecía pensativo; miró a Gullberg-. Tú cuentas con más experiencia que yo, pero esta historia parece tener tantos hilos y tantas ramificaciones… Creo que convendría mantener alejados a Bublanski y Modig de Salander.

– Está bien, Wadensjöö -contestó Gullberg-. Y eso es exactamente lo que vamos a hacer. Bublanski es el encargado de la investigación del asesinato de Bjurman y de esa pareja de Enskede. Salander ya no figura en esa investigación. Ahora se trata de ese alemán llamado Niedermann. De modo que Bublanski y su equipo tendrán que concentrar sus esfuerzos en cazar a Niedermann.

– De acuerdo.

– Salander ya no es asunto suyo. Luego está lo de Nykvarn… Son tres asesinatos de hace más tiempo. Ahí hay una conexión con Niedermann. La investigación está ahora en Södertälje, pero habría que juntar las dos en una sola. Así Bublanski tendrá las manos ocupadas durante un tiempo. Quién sabe… Quizá detenga a ese Niedermann.

– Mmm.

– Este Faste… ¿habrá alguna manera de lograr que vuelva? Parece ser la persona idónea para investigar las sospechas dirigidas contra Salander.

– Entiendo tu razonamiento -dijo Wadensjöö-. Se trata de conseguir que Ekström separe los dos asuntos. Pero todo esto hará que consigamos controlar a Ekström.

– No debería ser demasiado complicado -comentó Gullberg, mirando de reojo a Nyström, quien hizo un gesto de asentimiento.

– Yo me ocupo de Ekström -se ofreció Nyström-. Seguro que está deseando no haber oído hablar jamás de Zalachenko. Nos entregó el informe de Björck en cuanto la Säpo se lo pidió y ya ha dicho que, por supuesto, acatará todos los aspectos que afecten de alguna forma a la seguridad nacional.

– ¿Qué piensas hacer? -preguntó Wadensjöö escéptico.

– Déjame preparar un plan -dijo Nyström-. Creo que simplemente debemos explicarle de manera educada lo que ha de hacer para evitar que su carrera tenga un abrupto fin.

– La tercera parte es la que constituye el verdadero problema -dijo Gullberg-. La policía no encontró el informe de Björck por sus propios medios: se lo entregó un periodista. Y los medios de comunicación representan, como todos sabéis, un problema en este contexto. Millennium.

Nyström buscó entre sus apuntes.

– Mikael Blomkvist -dijo.

Todos habían oído hablar del asunto Wennerström y conocían el nombre de Mikael Blomkvist.

– Dag Svensson, el periodista asesinado, trabajaba para Millennium. Estaba preparando unos artículos sobre el trafficking. Fue así como descubrió a Zalachenko. Fue Mikael Blomkvist quien lo encontró muerto. Además, conoce a Salander y ha confiado en su inocencia todo el tiempo.

– ¿Cómo coño puede conocer a la hija de Zalachenko?… ¿No os parece demasiada casualidad?

– No creemos que sea una casualidad -dijo Wadensjöö-. Creemos que, de alguna manera, Salander es el vínculo que los une a todos. No sabemos muy bien cómo, pero es la única explicación razonable.

Gullberg permaneció callado dibujando unos círculos concéntricos en su cuaderno. Al final levantó la vista.

– Necesito reflexionar sobre esto un rato. Voy a dar un paseo. Nos vemos dentro de una hora.

El paseo de Gullberg duró casi cuatro horas y no una, como había dicho. Caminó tan sólo unos diez minutos, hasta que encontró una cafetería que servía un montón de variedades raras de café. Pidió uno normal, sin leche, de café tostado para cafetera de filtro, y se sentó en una mesa de un rincón que quedaba cerca de la entrada. Se sumió en profundas cavilaciones intentando desmenuzar los entresijos del problema. A intervalos regulares apuntaba alguna que otra palabra en una agenda.

Una hora y media después, un plan había empezado a cobrar forma.

No era un plan bueno, pero, tras haber dado mil vueltas a todas las posibilidades, se dio cuenta de que el problema requería medidas drásticas.

Por suerte, los recursos humanos se encontraban disponibles. Era factible.

Se levantó, buscó una cabina telefónica y llamó a Wadensjöö.

– Hay que aplazar la reunión un poco más -dijo-. Tengo que realizar una gestión. ¿Podemos quedar a las dos?