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Acto seguido apareció en imagen la presentadora

– Durante el día de hoy se ha detenido a una decena de agentes de la policía de seguridad acusados de numerosos delitos de gravedad; entre ellos, varios asesinatos. Bienvenidos a este informativo especial que hoy tendrá una duración mayor de lo habitual.

Mikael quitó el sonido justo cuando la de TV4 entró en imagen y se vio a sí mismo sentado en un sillón del estudio. Ya sabía lo que había dicho. Desplazó la mirada hasta la mesa donde Dag Svensson había estado trabajando. No quedaba ni el menor rastro de su reportaje sobre trafficking; el escritorio había vuelto a ser un vertedero de revistas y desorganizados montones de papeles de los que nadie se quería hacer cargo.

Fue en esa misma mesa donde el caso Zalachenko empezó para Mikael. Deseó que Dag Svensson hubiera podido vivir aquel final Algunos ejemplares de su recién impreso libro sobre el trafficking se encontraban ya allí, junto al libro sobre la Sección.

Te habría encantado todo esto.

Oyó que el teléfono de su despacho estaba sonando, pero le dio pereza cogerlo. Cerró la puerta, entró en el despacho de Erika Berger y se dejó caer en uno de los cómodos sillones que había al lado de la mesita, junto a la ventana. Erika estaba hablando por teléfono. Miró a su alrededor. Ya hacía un mes que ella había vuelto, pero aún no había tenido tiempo de abarrotar la estancia con todos esos objetos personales que había recogido cuando dejó su trabajo en abriclass="underline" tenía vacía la librería y todavía no había colgado ningún cuadro.

– ¿Qué tal? -preguntó Erika cuando colgó.

– Creo que soy feliz -dijo.

Ella se rió.

– La Sección va a arrasar. Están como locos en todas las redacciones. ¿Quieres ir a Aktuellt a las nueve para hacer una entrevista?

– No.

– Me lo imaginaba.

– Vamos a tener que hablar de esto durante meses. No hay prisas.

Ella asintió.

– ¿Qué vas a hacer esta noche?

– No lo sé.

Mikael se mordió el labio inferior.

– Erika… Yo…

– Figuerola -dijo Erika Berger, y sonrió.

Él asintió.

– ¿Va en serio?

– No lo sé.

– Ella está enamoradísima de ti.

– Creo que yo también estoy enamorado de ella -dijo él.

– Me mantendré alejada hasta que lo tengas claro.

Él hizo un gesto afirmativo.

– Bueno, a lo mejor -aclaró ella.

A las ocho, Dragan Armanskij y Susanne Linder llamaron a la puerta de la redacción. Consideraron que el momento exigía champán y traían una bolsa de Systembolaget con botellas. Erika Berger abrazó a Susanne Linder y le enseñó la redacción mientras Armanskij se sentaba en el despacho de Mikael.

Tomaron champán. Nadie dijo nada en un buen rato. Fue Armanskij quien rompió el silencio.

– ¿Sabes, Blomkvist? Cuando nos conocimos a raíz de aquella historia de Hedestad me caíste fatal.

– ¿Sí?

– Subisteis a firmar cuando contrataste a Lisbeth como investigadora.

– Me acuerdo perfectamente.

– Creo que me diste envidia. Hacía tan sólo un par de horas que la conocías y ella ya se reía contigo. Yo llevaba años intentando ser su amigo y ni siquiera logré que sonriera.

– Bueno… yo tampoco he tenido mucho éxito que digamos.

Permanecieron un rato en silencio.

– Qué bien que esto haya acabado -dijo Armanskij.

– Amén -zanjó Mikael.

Fueron los inspectores Jan Bublanski y Sonja Modig los que realizaron el interrogatorio formal de la testigo Lisbeth Salander. No habían hecho más que llegar a sus respectivas casas, después de una jornada laboral particularmente larga, cuando tuvieron que volver casi enseguida a jefatura.

Salander se encontraba acompañada por Annika Giannini, quien, sin embargo, no tuvo que hacer muchos comentarios. Lisbeth Salander contestó con precisión a todas las preguntas que Bublanski y Modig le formularon.

Mintió sistemáticamente respecto a dos cuestiones principales. Al describir lo ocurrido en Stallarholmen se obstinó en mantener que había sido Sonny Nieminen el que, por error, le disparó en el pie a Carl-Magnus «Magge» en el mismo instante en el que ella le daba con una pistola eléctrica. ¿Que de dónde había sacado la pistola eléctrica? Se la había quitado a Magge Lundin, explicó.

Tanto Bublanski como Modig se mostraron escépticos. Pero no existían pruebas ni testigos que pudieran contradecir su explicación. Si acaso, Sonny Nieminen, pero él se negó a pronunciarse sobre el incidente. La verdad era que no tenía ni idea de lo que sucedió unos segundos después de que la descarga de la pistola eléctrica lo dejara K.O.

Por lo que a Gosseberga se refería, Lisbeth explicó que su objetivo había sido ir hasta allí para enfrentarse a su padre y persuadirlo de que se entregara a la policía.

Lisbeth Salander puso carita de inocente.

Nadie podía determinar si decía la verdad o no. Annika Giannini no tenía nada que decir al respecto.

El único que sabía con certeza que Lisbeth Salander había ido hasta Gosseberga con la intención de terminar de una vez por todas sus relaciones con él era Mikael Blomkvist. Pero a él lo habían echado del juicio poco después de que la vista se hubiese retomado. Nadie sabía que él y Lisbeth Salander habían mantenido largas conversaciones nocturnas por Internet mientras ella estuvo aislada en Sahlgrenska.

Los medios de comunicación se perdieron por completo la puesta en libertad de Lisbeth. Si se hubiese conocido la hora, un nutrido grupo de periodistas habría ocupado el edificio de la jefatura de policía. Pero los reporteros estaban agotados tras el caos surgido en esa jornada en la que había salido Millennium y algunos miembros de la Säpo habían sido detenidos por otros miembros de la Säpo.

La de TV4 era la única periodista que, como venía siendo habitual, sabía de qué iba la historia. Su programa, de una hora de duración, se convirtió en un clásico y unos meses después le valió el premio al mejor reportaje informativo de televisión del año.

Sonja Modig sacó a Lisbeth Salander de jefatura. Bajó con ella y Annika Giannini hasta el garaje y luego las llevó al bufete que la abogada tenía en Kungsholms Kyrkoplan. Allí se subieron al coche de Annika Giannini. Antes de arrancar, Annika esperó a que Sonja Modig hubiera desaparecido. Acto seguido enfiló rumbo a Södermalm.

Cuando estaban a la altura del edificio del Riksdag, Annika rompió el silencio.

– ¿Adónde? -preguntó.

Lisbeth reflexionó unos segundos.

– Déjame en Lundagatan.

– Miriam Wu no está.

Lisbeth miró de reojo a Annika Giannini.

– Se fue a Francia poco después de que le dieran el alta en el hospital. Vive con sus padres, si quieres contactar con ella.

– ¿Por qué no me lo has contado?

– No me lo preguntaste.

– Mmm.

– Necesitaba distanciarse de todo. Esta mañana Mikael me ha dado esto y me ha dicho que probablemente quisieras recuperarlo.

Annika le dio un juego de llaves. Lisbeth lo cogió sin pronunciar palabra.

– Gracias. ¿Me puedes dejar entonces en algún sitio de Folkungagatan?

– ¿Ni siquiera a mí me quieres contar dónde vives?

– Otro día. Ahora quiero estar sola.

– Vale.

Annika había encendido su móvil después del interrogatorio, justamente cuando abandonaron el edificio de jefatura de policía. Empezó a pitar cuando pasó Slussen. Miró la pantalla.

– Es Mikael. Ha llamado cada diez minutos más o menos durante las últimas horas.

– No quiero hablar con él.

– De acuerdo. Pero ¿te puedo hacer una pregunta personal?

– Sí.

– ¿Qué es lo que Mikael te ha hecho en realidad para que lo odies tanto? Quiero decir que si no fuera por él, lo más probable es que hoy te hubieran encerrado en el psiquiátrico.

– No odio a Mikael. No me ha hecho nada. Es sólo que ahora mismo no lo quiero ver.

Annika Giannini miró de reojo a su clienta.

– No pienso entrometerme en tus relaciones personales, pero te enamoraste de él, ¿verdad?