– Pues sí. Porque nadie quiere salir en los papeles y lo fácil es cogérsela con papel de fumar. Ahora tenemos que amarrar que no veas a la hora de pedir una diligencia. Y no te digo ya una detención.
– Bueno, en eso andamos todos -dijo Riudavets-. Y lo difícil es hacerle entender al que no está en tu lugar que las garantías son cojonudas, y que nosotros somos los primeros interesados en que se respeten, para no meter la pata, pero que hay un montón de hijos de perra por ahí que van en moto mientras nosotros los perseguimos en patinete.
Sólo con escucharle aquello, me di cuenta de que me encontraba ante un policía profesional con el que iba a entenderme. Cualquiera podía mantener el discurso seráfico-humanitario, de una parte, o el de la férrea mano dura contra el malhechor, de la otra. Pero atreverse a formular aquella queja, con aquellos precisos matices, exigía algo más.
Nos colocaron en un rincón, de nuevo detrás de un biombo. Últimamente parecía que me dedicara a algún tipo de industria clandestina. Abundando en mis reflexiones anteriores, se me ocurrió que era un signo de los tiempos que los policías nos encontráramos en lugares oscuros mientras los grandes estafadores se lucían en las revistas y los traficantes de todo tipo de mercancía ilegal, incluida la carne humana, hacían ostentación de sus deportivos, sus yates y sus mansiones. O que la coordinación entre dos cuerpos policiales se articulara así, a través del contacto personal, y que, mi experiencia me lo decía, aquélla fuera la mejor forma de compartir información y hasta de colaborar desde el punto de vista operativo, si llegaba a ser necesario hacerlo. Todo aquello acreditaba, a mi humilde juicio, la obsolescencia estrepitosa del sistema para hacer frente a la realidad de una nueva era que nos desbordaba por todas partes. Pero éste, en definitiva, no era más que el razonamiento desdeñable de un engranaje de la máquina. A los que estaban a los mandos, aquella inercia no les producía gran perjuicio. Al revés, les ahorraba tener que aprender a vivir de otra manera.
Para apartarme de tan desalentadoras divagaciones, me apliqué a situar a Riudavets y Asensi en el contexto de nuestra investigación. Confieso que fui un poco más vago y genérico que con otros, lo que venía a delatar, supongo, cierto recelo inconsciente por mi parte. Nadie es impermeable a su entorno, y las bromas del capitán Cantero, sumadas a la visión entre competitiva y condescendiente que era moneda más o menos común en el Cuerpo frente a otras policías, y en especial las más nuevas, me influían a la hora de plantear mi relación con aquellos dos hombres. Con todo, y aunque me ahorrase muchos detalles, debí de darles la impresión de confiar suficientemente en ellos. Cuando menos, Asensi se apresuró a manifestar, después de mi resumen:
– El jefe me corregirá, si digo algo que no debo. Pero por nuestra parte, cuenta con la ayuda que podamos daros. Y no tengas miedo de ser tan concreto como creas oportuno. Dinos qué necesitas.
Riudavets no ratificó expresamente el ofrecimiento. Pero tampoco lo desautorizó. Así que decidí tantear un poco el terreno:
– Hay un aspecto accesorio, pero en el que podéis prestarnos una ayuda insustituible. Se trata de la coartada del viudo. No tenemos muchas razones para sospechar por ahora que esté implicado, pero para hacer las cosas bien, deberíamos contrastar lo que nos dijo. La casa de la Costa Brava está en vuestra zona. Si vamos nosotros a lo mejor alborotamos más y nos cuesta más trabajo. Me da que vuestra gente sobre el terreno lo puede comprobar sin demasiado esfuerzo.
– Cuenta con ello -dijo Riudavets-. Conozco por allí a alguien.
– Por lo demás, me imagino que tendréis vuestras antenas repartidas por ahí. Si en algún momento recogierais algo, cualquier rumor, o cualquier especulación, os agradecería que nos lo trasladarais.
– Claro, eso por descontado -asintió Riudavets-. Que yo sepa, no nos ha llegado ningún soplo. Además ya sabes que en Barcelona estamos todavía aterrizando y te puedes imaginar lo que es hacerse cargo de semejante melón. De hecho, y para serte sincero, es el gran desafío para nosotros. Hasta ahora nos hemos desplegado en zonas rurales o ciudades pequeñas. Pero Barcelona es una gran área metropolitana y eso son palabras mayores. Todo lo que puedo decirte es que veo al personal bastante despistado con el caso Barutell. Nadie se atreve a hacer una hipótesis y todo el mundo habla de algo misterioso y turbio. Bueno, algunos se preguntan si no fue sólo un loco que asaltó su casa.
– Eso ya te digo que tenemos razones para creer que no.
– Tampoco te desvelo ningún secreto, es lo que han empezado a escupir en los programas del corazón. Tal vez porque decir eso, que hay algo oscuro o un psicópata detrás de todo, les da más audiencia. Al viudo nadie apunta, eso es curioso, al fin y al cabo los asuntos de cuernos siempre venden. Pero Altavella es un tipo muy respetado, y quien tenga información sobre esa flexibilidad con que la pareja se tomaba el matrimonio, por lo que nos has contado, será gente más o menos discreta y próxima a ellos que no va a ir pregonándolo por ahí.
– Bueno, dales tiempo.
– También es verdad. Aquí ya todo es cuestión del cheque que les pongan delante. Dependerá de si detenéis pronto a alguien o no.
– Verás, en cuanto a eso -creí que debía serle franco-, hemos abierto una vía que creemos que puede conducirnos al acompañante de la muerta, que por ahora es nuestro principal sospechoso. No sé si conseguiremos culminarla, pero si es así, es posible que en algún momento tengamos que actuar en vuestra zona y hasta pediros algún soporte con cierta urgencia. Me han dicho que el conducto normal es lento y demasiado burocrático y, si vamos, iremos en caliente.
– Sí, todo pasa por un departamento centralizado. Qué quieres que te diga. Apúntate mi móvil y me llamas en cuanto haya algo. Al final, lo hacemos todos así, y mira, puedes tener tus reparos, pero es por el bien del servicio. Además, hay otra cosa. Cuando hemos necesitado algo de vosotros, aquí Asensi se ha movido y asunto resuelto. Y yo no puedo ponerme en plan perro con quien se porta bien conmigo.
– No te creas que esto funciona siempre tan bien -explicó Asensi-. Porque aquí mi jefe es un tío legal. Pero han pasado cosas escandalosas. Desde un grupo de mossos y otro de guardias yendo a la vez por el mismo malo y no liándose a tiros de milagro, hasta jefes que reciben información del otro cuerpo y se la abrochan para apuntarse la medalla cuando a ellos les convenga. Hay mucho que mejorar. Aunque es verdad que la mayoría de la gente va entrando en razón.
Al escucharle, me entró una curiosidad que no pude reprimir:
– Y tú, ¿cómo lo llevas? Porque debe de ser todo un cambio.
Asensi esbozó una sonrisa sardónica.
– Pues ya ves, después de doce años de picolo, casi un shock. También me he divertido un montón, no creas. Mi primer destino en esto de la mosseria fue en seguridad ciudadana, de patrullero. Iba con un chaval de veinte años, más tiernito que una crema catalana bajo la costra. No veas cómo palidecía cuando le decía que teníamos que meternos a poner orden en una pelea en un bar de un barrio chungo, y que como alguien le oliera el acojone íbamos a acabar los dos hechos carne picada. O con qué cara de espanto me miraba cuando le recordaba la vieja regla de oro de la Benemérita: paso corto, vista larga y mala leche. Pero oye, después de cinco o seis sustos, lo endurecí. Aplicando el método Robles, que uno siempre sigue a los maestros. Ahora, en policía judicial, estoy mucho mejor. Entre la gente hay ganas de hacerlo bien, de ser tan buenos como los que más, y conciencia de que eso es algo que no se improvisa y que nos va a llevar tiempo, como a cualquier otra policía. Pero ya hay tíos como Riu, y lo siento si se me pone colorado, que es de primera de verdad. Veinte homicidios y todos resueltos. Y alguno nada fácil. Lo que yo creo es que hay que mejorar alguna cosa de funcionamiento, y si lo explico espero que no me abra un expediente.
Riudavets lo miró con gesto de extrañeza.
– Collons, Asensi, ¿te he amenazado yo alguna vez? -protestó-. Me parece que te respeto bastante más que todo eso.