– Ya. Te recuerdo que existe alguna posibilidad de que ese pardillo haya convertido un cuerpo humano vivo en un steak tartar con nata.
– De acuerdo, pero lo uno no quita lo otro. A ver, jefe, instrucciones para mañana. ¿Alguna preferencia en cuanto a la hora?
– Que sea lo más tarde posible. Así tenemos tiempo para prepararlo y también le pillamos menos despierto y más desprevenido.
– ¿Te hace las nueve y media?
– Por qué no.
– Muy bien.
Chamorro seguía aporreando el teclado, con rostro absorto.
– Me dice que si puedo comprarme una webcam de aquí a mañana.
– Joder, este tío es un vicioso -anotó Tena.
– Le estoy escribiendo que no tengo pelas. Soy estudiante.
– Pero qué bruja eres.
– Qué tío. Me informa que las tengo por 15 euros.
– ¿Tan baratas?
– ¿Qué me dices, papá, me das quince euros para comprarme una webcam y hacerle un numerito mañana al salido éste?
Hube de advertir que la pregunta se dirigía a mí. Se la devolví:
– Tú verás. Si te apetece y estás dispuesta a arrostrar las consecuencias… Como padre no creo en la pedagogía de la prohibición, sino en educar a los hijos en libertad y responsabilizarlos de sus actos.
– Uf, hacerle posturitas ya me da pereza. Le diré que me lo pienso. A los efectos de picarle vale igual y así mañana no siente que he incumplido el trato si no me la he conseguido. ¿Te parece, mi sargento?
– Te lo he dicho -reiteré-. A este respecto tienes autonomía operativa. Sigue tu iniciativa personal, aquí no puedo darte órdenes.
– Okey, lo dejo en veremos. -Y escribió como una ametralladora-. Mira qué mono. Me da las gracias. Por mi generosidad. Qué guay.
– Por lo menos es educado -dijo Tena.
– Pues ya está todo, voy a decirle que cortocierro, que papi ya ha pasado por mi habitación, nos ha preguntado qué hacemos con el ordenador y me ha dado tiempo de milagrito a cambiarme a la página web de Shakira. No me negaréis que tengo una imaginación desbordante.
– Estoy más que impactado, por tu imaginación -confesé.
Le arreó un dedazo fuerte a la tecla Enter y proclamó:
– Ya está. La trampa lista, el pichoncito caliente.
– Te felicito. Pero mañana el juego será un poco más tenso. Y tienes que arreglártelas para que se quede ahí pegado un buen rato.
– No lo dudes. Me las arreglaré.
Creí llegado el momento de poner al tanto a mis superiores. Llamé primero a Pereira, porque con él tenía que seguir viviendo después de aquel caso y sabía que no me disculparía que diera un paso de tamaño calibre sin debatirlo previamente con él. Él sí estaba viendo el partido, por lo que se oía de fondo, y me pareció que, pese a lo trascendental que pudiera ser lo que le estaba contando, me atendía con la atención dividida. Al día siguiente me enteraría de que el Madrid había empezado encajando un gol y terminado empatando por los pelos, todo ello en el Santiago Bernabéu, y me hice cargo de su dispersión. Por lo menos, dio en aprobar mi plan y me autorizó a llamar a la juez.
A mi respetada señoría doña Carolina Perea la cogí en su casa, escuchando música de blues y acaso leyendo un libro o estudiando un expediente de su recién asumido juzgado. Lo primero puedo afirmarlo porque también lo oí, lo otro es mi conjetura basada en que al principio, igual que Pereira, me pareció algo ausente. Pero en cuanto le hube dibujado a grandes rasgos el panorama, se implicó a fondo.
– Visto, sargento. Dígame, acciones.
Aquella fe en mí, aquella energía, y por añadidura, la voz clara y cristalina con que me decía todo, me desarmaban. Que yo recordara, era la primera vez que me sentía seducido por una mujer que ejercía la función jurisdiccional. ¿Se trataba de una perversión? ¿Podía achacarla a la edad, al aburrimiento, a la nunca extinta sed de aventura?
Todas estas cuestiones me parecían fascinantes, pero por desgracia hube de descender a territorios mucho más prosaicos.
– Necesitaríamos tener intervenida esta cuenta de correo electrónico lo antes posible -le dije.
– Mañana yo estaré en el juzgado a las siete de la mañana. Mándeme en un mensaje a la dirección del juzgado los datos de la cuenta y a las ocho, como tarde, tienen el fax ordenándolo. ¿Le vale?
Juárez, el informático, cuyos contactos y ciencia necesitábamos para que la orden fuera eficaz, no estaría antes de esa hora en su puesto.
– De sobra.
– Pues cuente con ello -me garantizó-. ¿Entiendo que lo del teléfono que nos faltaba por intervenir le sigue interesando, o ya no? Se lo digo para gastarme apretándole las tuercas al lechuguino de la compañía telefónica o dedicarme a otras cosas. Ando un poco desbordada.
– Si puede, nos sigue interesando.
– Lo persigo, entonces. ¿Algo más?
– De momento esto basta. Si hay que entrar en domicilio o algo…
– Me lo pide. Para usted, estaré a tiro de móvil permanentemente. Además, mañana no tengo vistas. Llámeme siempre desde ese número de teléfono, será el único que coja en cualquier situación.
Me encantaba. Hasta tal punto que me dije que debía vigilarme.
– Gracias. A sus órdenes, señoría.
– Gracias a usted, sargento. Buenas noches.
La mañana siguiente fue trepidante. A las ocho menos cinco teníamos en nuestro poder el fax que nos autorizaba a fisgar todas las miserias de pab_penya_ 79, y a las ocho y cuarto ya se lo habíamos retransmitido a Juárez, con el requerimiento de que forzara la máquina con su contacto en el proveedor de Internet y fuera montando el dispositivo técnico necesario para localizar en tiempo real desde dónde se conectaba nuestro objetivo. Le pedí que iniciara la vigilancia cuanto antes, tan pronto como tuviera acceso, por si nuestro hombre usaba la cuenta antes de su cita con Chamorro. Entre tanto, también nos desbloquearon el acceso al teléfono móvil que nos faltaba, aunque nuestro gozo al respecto se vio enfriado cuando al cabo de dos horas no dio ninguna señal de vida. En vista del fiasco, autoricé a Gil y a Ponce para que fueran a ver a Gervasi Sánchez, el pelirrojo usuario de la única línea telefónica cuyas comunicaciones habíamos conseguido interceptar, y trataran de averiguar qué le relacionaba con Neus y de qué habían hablado el día de su muerte hacia las doce de la mañana.
Gil y Ponce cumplieron el encargo con presteza: tras entrevistarse con él, me llamaron para contarme que Gervasi juraba no haber hablado con Neus más que esa vez en su vida y que parecía sincero. La razón, que al propio Gervasi le había sorprendido: Neus le había llamado por recomendación de alguien que la había informado de que en cierta ocasión el joven periodista había hecho para la televisión local un reportaje sobre clubes de alterne. Le preguntó direcciones y le pidió contactos, que Gervasi le prometió, pero nunca llegó a darle, porque lo siguiente que supo de ella fue la noticia de su asesinato. Recibí todas aquellas novedades, que en otras circunstancias habrían ocupado por entero mi atención, como si formaran parte del ruido de fondo. Algún resorte seguía, no obstante, funcionando en mí para hacer que no perdiera la mínima diligencia policial exigible. Pedí a Gil y a Ponce que trataran de contrastar la historia con Meritxell. Apenas una hora después, cuando ya nos íbamos a comer, volvió a llamarme Giclass="underline"
– La señorita Pepis lo confirma. Que Neus hizo la llamada en su presencia. Y que la hizo con su móvil y personalmente para agilizar la gestión. Que Neus era así, dice, que no se le caían los anillos por hacer lo que hubiera que hacer. A mí me ha convencido, y conmovido.
– No seas malo, Gil -le reprendí-. Volved acá echando cohetes.
– Susórdenes, mi sargento.
Después de la comida organizamos una reunión de coordinación. Vinieron también Cantero y Vendrell. La idea era sencilla en su planteamiento, pero en función de las circunstancias podía resultar complicada de ejecutar. Había que fijar la posición del sospechoso, con la aproximación que nos permitiera el tipo de conexión a Internet que utilizara, y después controlar el área y buscarle con la información de que disponíamos sobre él. Si le ubicábamos en un domicilio particular, y considerábamos que debíamos entrar y sorprenderle, nos tocaría pasar antes por el trámite de la orden de entrada y registro, obtenida sobre la marcha. No podíamos arriesgarnos a cometer un error y allanar la morada de alguien sin tener cobertura judicial para ello.