– Es una forma de hablar, hombre. Pero ahora viene la parte buena: Cruz tiene familia y está acojonado vivo. Conmigo se ha desmoronado. Dice que a Catalina se la cargó el armario ese al que le dio pasaporte tu legionaria. Y por el arma que le intervinimos y las heridas de la difunta, es muy posible que mañana la prueba balística me cierre el caso. Te debo una, Vila, así que sólo espero que lo tuyo se resuelva también. Si te fías de mí y me admites una sugerencia, ve por Cruz, que está blandito. Y creo que sabe que lo gordo le espera contigo. De lo de Catalina Iliescu, espera librarse. Pero lo de Neus lo ve algo más crudo.
Hice caso de su consejo. Pedimos que nos trajeran primero a Cruz. Nos metimos con él Chamorro y yo. Esta vez no le dejé a mi compañera el peso del interrogatorio. Aquel individuo era todo mío:
– Nos volvemos a ver, inspector -le dije, a modo de saludo-. Pero me temo que en circunstancias un poco menos distendidas.
– Sí, desde luego -repuso, tratando de sonreír.
– No vamos hacer mucho teatro, ¿de acuerdo? Sólo queremos saber si estás dispuesto a colaborar o si tenemos que colgarte la conspiración para el asesinato con las pruebas que tenemos. Podemos vincularte con los rumanos y a los rumanos con el crimen. Podemos vincularte con tu compañero y a tu compañero con la trampa en que cayeron Neus y el pobre muchacho al que utilizasteis para desactivarla.
– No sé si creer que no vas de farol en algo de eso -me desafió.
– Elige, ¿en qué voy de farol?
– Pues mira, así a bote pronto, no estoy yo tan seguro de que podáis conectar a mi compañero con nada.
– ¿Eso crees? Te demostraré cuánto te equivocas. Uno, el chaval le recuerda bastante bien, y confío en que le identificará en la rueda de reconocimiento. Dos, tu compañero era tan chulo como para llamarle desde una cabina al lado de la jefatura superior. Y tres: es tan imbécil como para tener todavía guardada en la cartera la tarjeta de un móvil prepago con el que habló con Vinuesa y Stefan. Y eso es sólo una parte de lo que le hemos encontrado ahí. Esa cartera es oro molido.
En la última frase si había algo de farol. Pero en lo demás, incluida la tarjeta del teléfono móvil, mis cartas eran sólidas. Cruz titubeó.
– También te imaginarás, y si no, yo te lo cuento, que mis jefes han hablado con tus jefes -añadí-. Y no sólo no les han pedido que te tratemos con la menor delicadeza, sino que han hecho más bien al revés. Me temo que no eras muy popular, y que en asuntos internos habían empezado a llenar una carpeta con sospechas sobre ti. De hecho, serán los que vengan detrás de nosotros a charlar contigo. Hoy no vas a aburrirte.
Ahora sí que estaba hundido, Cruz. Podía haber tenido la debilidad de corromperse, pero no era tan obtuso como para no darse cuenta de que tenía que empezar a achicar agua si no quería ahogarse.
– De acuerdo -dijo-. Ya veo que habéis turrado, no voy a haceros perder el tiempo ni a perderlo yo. Quiero salir limpio de las dos muertes. Acepto que me caiga lo demás, que me echen, etcétera.
Sopesé con escepticismo su oferta.
– Vaya, que espléndido. Echado, considérate ya. Y del cohecho y de la complicidad en lo de las chicas no te libra ni Dios. En cuanto a salir limpio de las muertes, tendrás que contarme algo que me guste. Algo que me convenza de que eres inocente. Esfuérzate, por favor.
– A la puta se la cargaron ellos por su cuenta, para darle una lección. Ya se lo he contado antes al mozo de cuadra.
– No creo que le guste que le llames así.
– ¿Acaso te vas a chivar?
– Por qué no. Soy más amigo suyo que tuyo.
– Bueno, lo que te decía. Lo de esa chica fue algo entre ellos. Descubrieron que era la fuente de Neus y se la cobraron.
– Me pregunto cómo lo descubrieron.
– Pues no sé, la gente habla.
– Ya, y otra gente recibe papeles sobre los que a lo mejor no guarda la confidencialidad debida. Sigue, anda. Pero no vas muy bien.
– Vale. Yo les di el nombre. Pero no para que la mataran, joder.
– Ya deberías saber con quién te jugabas los cuartos. ¿Y Neus?
– Mira, mi compañero y yo montamos lo de las fotos. Lo que le contó al soplagaitas del novio, eso era lo que habíamos acordado con los rumanos para que Neus dejara de meter las narices donde no debía. Yo estaba convencido de que con eso iba a bastar, de que podía resistirse a las amenazas, pero no aguantaría el tiro de verse convertida en pasto de los programas basura. Hasta teníamos tocado ya a un intermediario de los que les venden el material a las teles. Él te lo confirmará.
– Seguro que no tiene otro deseo, ahora mismo, si es que existe.
– Que sí existe, coño. Te digo dónde podéis encontrarlo.
– Vale, sí, luego. ¿Y qué más pasó?
– Pues nada, que al día siguiente me entero de que el demente ese, Nicolae, el jefe, al que cogisteis con Stefan, en vez de hacer las fotos, le había encargado a uno de los suyos que cosiera a Neus a puñaladas, con el cálculo de que se lo colgaríais al amante. Me llamó el muy cretino por la mañana temprano, presumiendo de haber montado el crimen perfecto y de haberse desembarazado de la cotilla para siempre. Yo le dije entonces que la había cagado; que si se le antojaba bien podía amenazar, pegar palizas, cortar dedos o incendiar casas, que eso, si no se resolvía en seguida, se pudría bajo el polvo de los archivos; pero que aquí los homicidios son otra cosa, que se investigan y no se sueltan así como así, ni tampoco se les da la primera explicación que viene al caso. Y mira por dónde, el tiempo se lo ha venido a demostrar.
Crucé una mirada con Chamorro. Tenía cierta consistencia. Aunque habría que oír la versión de los otros, cuando se repusieran de las heridas. No le auguraba a Cruz un futuro demasiado apetecible.
– ¿Y qué era, lo que había averiguado Neus? -pregunté-. ¿Por qué era tan importante apartarla, por qué acabar matándola?
– Lo de la muerte fue un calentón de ese borrico, ya te lo he dicho. No hacía falta, ni muchísimo menos hacía falta, me cago en… Pero sí, se había convertido en un dolor de muelas. Un día la vieron con otra periodista sacando fotos frente al portal de uno de los pisos donde se alojaban las chicas. Hubo que levantarlo a toda hostia, como te imaginarás. Ahí fue donde la amenazamos por primera vez, para ver si se rajaba. Pero tres días después se plantó en otro de los pisos con un cámara y la tía loca, con sus santos huevos, llamó a la puerta. Otro albergue que hubo que desmantelar a la carrera. Ahí fue donde comprendimos que tenía buena información y que había que pararla.
– ¿Y nadie pensó en localizar a la fuente?
– Vaya si lo pensaron. Pero no hubo forma. Quién iba a imaginar que era Catalina Iliescu. A mí, que vi el reportaje, en ningún momento se me ocurrió que la zorra que hablaba con voz de cyborg y la jeta a cuadritos era ella. La novia, o para ser más exactos, una de las novias de Stefan. Me contaron que antes de matarla les confesó que lo había hecho por resentimiento. Que le había empezado a dar información a Neus para hundirle el negocio a Nicolae. Y la verdad es que todo cuadra. Nicolae era un animal. Un día en una fiesta se la llevó por banda de mala manera. Con la venia de Stefan, sí. Pero a ella no le preguntó. Menudo es, como para pedirle a nadie permiso para eso.
Me tomé unos segundos para terminar de ensamblar todas las piezas en mi mente. Tal vez estaba decorándolo un poco para minimizar su responsabilidad, pero la estructura general de la historia era coherente consigo misma y con los restantes elementos de que ya disponíamos, los papeles de Neus, la conversación grabada a Cata. Le hice una seña a Chamorro y ella asintió en silencio. Nos podía valer.
– Muy bien, Cruz -concluí-. Nos arreglaremos con esto, de momento. Piensa si se te ocurre algo más que nos pueda ayudar. Y si no surge nada que nos lo dificulte, intentaremos que salgas de ésta lo menos jodido posible. Pero cuenta ya con que jodido vas a salir. No has tenido mucho ojo para elegir tus amistades en los últimos tiempos.