De forma que el grupo del caballero de plata, todos sus miembros desconcertados y desanimados, se apartó un poco del castillo, poniéndose a cubierto en un espeso bosque cercano para discutir el modo de abordar y dar feliz conclusión a aquel espinoso asunto.
Y quiso la casualidad que, por esas fechas, Nimué, que se había quedado muy impresionada de la visita que, como escudero del caballero dorado, había hecho a La Beale Regard, sobre todo de los saberes y de la personalidad de Morgana, y que había estado planeando otro viaje al castillo, estuviese también a sus puertas. De hecho, llegó a él mientras el grupo del caballero de plata descansaba en el bosque cercano, y, como ya era muy tarde y tampoco ella vio, esta vez disfrazada de mendiga, ninguna señal que le indicara la manera de acceder a su interior, se dijo que lo mejor sería aguardar a la mañana y también ella se adentró en el bosque, en busca de un lugar donde pasar la noche.
Después de comer un poco de las provisiones que había traído, Nimué se hizo un lecho de hojas secas entre las raíces de un gran roble y colocó encima el manto y luego se tendió y arropó lo mejor que pudo. Estaba a punto de quedarse dormida cuando escuchó unas voces muy dulces e infantiles y al principio no supo si pertenecían a una aventura de los sueños, pero, después de un rato, comprendió que correspondían a personas de carne y hueso y que, sin duda, estaban muy cerca. La noche era oscura y fría, y Nimué se dijo que lo más prudente era tratar primero de averiguar, antes de darse a conocer, quiénes eran los que hablaban en lugar y hora tan extraños, y, cubierta por el manto, se acercó con gran sigilo al punto de donde provenían las voces.
No le llevó mucho tiempo deducir que aquel caballero tan hermoso que, rodeado de dos niños y una niña, estaba medio echado, en amena conversación con ellos, era el caballero de plata, quien, según sabía Nimué, había tomado sobre sí la demanda de Findia, la doncella desmemoriada, pues la armadura que, no lejos de él, descansaba sobre el musgo, brillaba como la plata a la débil luz de las estrellas en aquella noche sin luna. Y dedujo, también, que aquellos niños debían de ser pobladores de la aldea de los niños salvajes, pues ya se había extendido la noticia de que el caballero de plata había pasado mucho tiempo viviendo entre ellos y que los había organizado y enseñado muchas cosas, por lo que los niños lo veneraban, de manera que no era raro que algunos de ellos hubieran querido acompañarle hasta el castillo de Morgana. Y, tras decirse todo esto, Nimué decidió presentarse al grupo.
El caballero de plata se levantó de un salto y saludó a Nimué muy ceremonioso y luego la invitó a sentarse con ellos.
– Todo el mundo sabe -dijo el caballero de plata- la gran consideración en que te tiene Merlín, por lo que es un honor para nosotros tenerte a nuestro lado, y a lo mejor a ti se te ocurre la forma de entrar en el castillo de Morgana, porque nosotros hemos dado muchas vueltas a su alrededor antes de que cayera la noche y no hemos visto ninguna rendija ni posibilidad alguna de quebrar sus muros.
– Cuando salga el lucero del alba te enseñaré un pasadizo secreto que llega hasta el mismo corazón del castillo -respondió Nimué-, porque tu causa no puede ser más noble, caballero, y estoy llena de compasión por las doncellas que aún están presas de Morgana. ¿No es Findia, la doncella desmemoriada, quien ahora aguarda tu llegada y tu victoria para lograr el rescate?
El caballero de plata confirmó en seguida las sospechas de Nimué y luego todos se estuvieron mucho rato hablando en la oscuridad porque no tenían nada de sueño y Nimué estaba llena de curiosidad por la vida en la aldea de los niños salvajes, por lo que les hizo a los cuatro muchas preguntas, que sobre todo contestaron los niños, y, en especial, Nimué se asombró de la gracia y la inteligencia de Perla, y se dijo para sus adentros que si no se torcían sus cualidades instruiría a Perla a su debido tiempo, porque era muy útil y agradable tener discípulas.
Cuando el lucero del alba asomó en el cielo, Nimué les condujo hasta un hoyo que estaba rodeado de arbustos y muy disimulado con hojas secas y por el que se descendía, a través de unas escaleras, al pasadizo secreto.
– Nosotros te esperaremos aquí -dijo Nimué-, porque en el castillo sólo seríamos un estorbo para ti. De todos modos, si tardas mucho, yo iré a ver qué pasa y los niños pedirán ayuda.
Entonces el caballero de plata encendió la vela que le dio Nimué y descendió por las escaleras hasta el pasadizo. Anduvo largo rato y tuvo la sensación de subir y bajar y torcer a un lado y a otro muchas veces, de manera que estaba completamente desorientado. El aire era húmedo e irrespirable y el caballero se sentía cada vez más débil y mareado. Al fin, vio un resplandor por encima de su cabeza, remontó una escalera larguísima y empujó una tabla por cuyas rendijas se filtraba la luz.
Era una habitación pequeña con un camastro y un baúl y, aunque estaba vacía, parecía, por la manta desordenada que cubría el camastro, por el olor que flotaba en el aire, que allí había dormido alguien. Se preguntó qué sería lo más aconsejable y decidió esperar un poco. Se acababa de sentar sobre el camastro cuando se abrió una puerta que estaba disimulada en el muro y entró Estragón, el enano. Miró al caballero de plata muy sorprendido y luego le preguntó quién era y cómo había llegado allí, y el caballero le dijo la verdad.
Al conocer que había sido Nimué quien había enseñado el pasadizo al caballero de plata, Estragón comprendió que el rescate de la doncella desmemoriada estaba ya prácticamente garantizado, puesto que la sombra de Merlín les protegía. Dijo al caballero de plata que esperara un poco, que descansara en el lecho, si es que, como parecía, estaba necesitado de descanso, mientras él hacía las diligencias oportunas.
Y, una vez que se marchó, Estragón volvió en seguida, sosteniendo entre las manos un cuenco de agua fresca, que agradeció mucho el caballero, porque estaba muerto de sed.
Luego Estragón se dirigió a los aposentos de Morgana y le comunicó que el caballero de plata había llegado al castillo. Entonces Morgana, que ya estaba levantada y se había sentado a su escritorio cubierto de libros y cuadernos, dijo, ante el asombro de Estragón:
– No va a haber más justas ni más sangre ni más pruebas. Que el caballero de plata se lleve a la doncella desmemoriada por el mismo camino que ha venido al castillo y que nadie haga ningún comentario, Estragón. Es mi voluntad que a partir de ahora las doncellas sean liberadas sólo con la condición de que vengan sus caballeros a buscarlas, porque ya estoy cansada de este asunto, y yo misma las pondría en libertad si no fuera porque me gusta demasiado respetar las reglas del juego.
Estragón hizo que se cumpliera la voluntad de Morgana, bajó a las mazmorras, liberó a Findia y se la entregó al caballero y los dos recorrieron el oscuro y húmedo pasadizo y salieron luego por el hoyo del bosque, donde les aguardaban Nimué y los tres niños de la aldea salvaje, y luego Estragón volvió al pasadizo. Entonces se despidió Nimué del grupo del caballero de plata, que emprendió el regreso hacia la lejana región de donde procedía el caballero.
XX
Allí se quedó un rato Nimué, muy pensativa, porque se había acercado al castillo de La Beale Regard movida por la enorme curiosidad que le inspiraba Morgana, y a sus puertas se había encontrado con aquel extraño grupo, lo cual le había remitido a la realidad, a la crueldad y a las trampas de Morgana, y decidió que, antes de nada, había que resolver ese asunto. No podía cruzarse de brazos ante aquel atropello. Mientras permaneciera en las mazmorras del castillo, cautiva de Morgana, una sola de las doncellas que, a causa de los celos, Morgana, sirviéndose de sus poderes, había hecho apresar, Nimué no iba a dedicarse a sus habituales investigaciones.