Выбрать главу

– ¿Es ése el olor de mi castillo? -preguntó Morgana-. ¿Comida y terciopelo?

– Lo he dicho sin pensar -repuso el caballero irisado-, pero me parece que sí, ése es el olor, y me parece que la comida, a juzgar por el olor que despide, debe de ser buena.

– ¿Y el terciopelo? -preguntó, divertida, Morgana.

– De mucha calidad -respondió el caballero, señalando los cortinajes que cubrían parte de las ventanas-, pero algo ajado, si me permites decirlo.

– Tómate toda la confianza que quieras -dijo Morgana-. Estás en tu casa, caballero. Si quieres, quítate toda la armadura, anda, ponte cómodo. Si tienes hambre, aún me quedan restos bastante copiosos del desayuno.

– Tomaré una copa de vino, si es que hay algo de vino entre esos restos -dijo el caballero irisado.

– Sírvete tú mismo -dijo Morgana, señalando el baúl sobre el que reposaban las viandas.

Nimué, que se había quitado aquellas piezas de la armadura de las que podía desprenderse sin ayuda, se acercó al baúl y se sirvió vino de la jarra. Sabía que Morgana la estaba mirando.

– ¿Y vos, señora? -preguntó, muy formal-, ¿no queréis una copa de vino?

– Te acompañaré, caballero, porque no es cortés dar de beber a los invitados si no lo hace asimismo el anfitrión -contestó Morgana-. Eres un caballero muy particular, debo decirte, manejas el tratamiento a tu antojo y con gran desenvoltura y, aunque, a lo que imagino, has venido a rescatar a Bellador, la doncella del gran sufrimiento, hasta ahora ni la has mencionado.

Nimué se ruborizó un poco, porque ciertamente se había olvidado de su cometido y sólo quería poder conversar con Morgana y sopesar su ingenio, pero al momento se repuso.

– No me ha parecido bien hablar de otra dama delante de ti, si no contaba con tu permiso -dijo-, sólo aguardaba el momento más oportuno para hacerlo. Es verdad lo que dices, he venido para rescatar a Bellador, mi doncella, y te agradeceré que me digas lo que debo hacer para conseguirlo.

– Según mis últimas declaraciones, basta con que se me pida -dijo Morgana.

– Pues te lo pido.

– De acuerdo, caballero. Bellador es tuya. Haré venir a Estragón para que te la entregue. Ya ves qué fácil ha sido todo. Has entrado en el castillo sin que nadie te detuviera ni preguntara nada, has traspasado el umbral de mi dormitorio, me has pedido la libertad de tu dama y te la he concedido, ¿hubieras imaginado nunca nada más fácil?

Las dos damas se miraron, retadoras y pensativas.

– Si me permites una pregunta personal, admirada Morgana -dijo al fin el caballero irisado-, ¿por qué te has metido en todo este tenebroso asunto?, ¿cómo, siendo tan inteligente y con todas las artes que conoces y que tanta distracción procuran a la mente, has prestado atención a la fatal voz de los celos, como hacen muchas mujeres y más de un hombre de personalidad débil y enfermiza?

– No conoces el poder del amor, afortunado caballero -repuso Morgana- y créeme que te envidio por eso. Las palabras que acabas de decir las hubiera podido pronunciar yo en mi juventud, cuando era una joven altiva e inexperta. Da gracias al cielo por ser hombre, porque así te puedes enamorar con toda tranquilidad, como te plazca y de quien te plazca, que siempre encontrarás el modo de seguir adelante, pero una mujer enamorada se reduce a nada. Sólo hay un lugar para la mujer enamorada y es el de la esposa entregada y fiel, y si no lo tienes estás perdida. Si en vez de ser el caballero que eres, fueras mujer, te lo aconsejaría de todo corazón, no te enamores; pero eres hombre y es inútil que sigamos hablando de esto.

Sin embargo, Nimué no se dio por vencida y aún hizo a Morgana otras preguntas no sólo sobre los celos y la pasión, sino sobre el orgullo, las ambiciones y la sabiduría. Y pasaron las dos buena parte del día platicando. Estragón, que había estado escuchando toda la conversación desde un escondite, al fin se presentó en el cuarto y dijo a Morgana que su presencia era necesaria en otras dependencias del castillo. Simuló una gran sorpresa al ver y saludar al caballero irisado, pero su asombro fue por completo genuino al ver que ambas damas parecían muy entretenidas y muy bien avenidas, lo cual se reflejaba en sus rostros, que se miraban mutuamente complacidos. Morgana despidió al caballero irisado con estas palabras:

– Quiero decirte, caballero irisado, que la plática que hemos tenido ha sido de lo más placentera, y si no estuviera yo escarmentada y cansada del amor, habría hecho por retenerte y conquistarte después, porque es muy raro encontrar a un caballero tan interesado en las ciencias naturales y en las del espíritu y que converse de modo tan fluido y discreto. Para serte sincera, con Accalon es imposible hablar así.

Tendió luego Morgana la mano al caballero para que se la besara, cosa que Nimué hizo con toda desenvoltura, muy en su papel de caballero. Dijo entonces Morgana a Estragón que llevara al caballero irisado a reunirse con Bellador y que abandonaran el castillo por los pasadizos secretos que habían recorrido los anteriores caballeros y doncellas.

XXII

EL RESCATE DE LA DONCELLA DEL GRAN SUFRIMIENTO

Cuando salieron de los aposentos de Morgana, dijo Nimué a Estragón:

– Yo ya he cumplido mi parte. Bellador es libre. Ahora te toca a tí explicarle nuestras sospechas sobre la muerte del caballero irisado y todo lo que hemos ideado para liberarla. Razones tendrá para estarte agradecida.

– Sólo te pido que mantengas el engaño un poco más, Nimué, hasta que estemos fuera del castillo, porque no me parece que debamos correr más riesgos.

– De acuerdo -repuso Nimué.

– Te confieso que estoy nervioso -dijo Estragón-. No sé cómo va a reaccionar Bellador cuando conozca la muerte de su caballero. Mucho me temo que su decepción va a ser enorme y me duele ya el rechazo que va a caer sobre mí.

– El corazón humano, Estragón, es un misterio -dijo Nimué- y no se me ocurre por qué razón habría de amar Bellador al caballero irisado sin haberlo visto nunca, porque me parece que el agradecimiento no lleva por sí solo al amor. En cambio, tú tienes muy buenas cualidades y Bellador ha tenido ocasión de conocer algunas.

Llegaron a la mazmorra, Estragón abrió la pesada puerta con la llave que siempre llevaba escondida cerca del pecho, una llave que ya se había convertido para él en el símbolo de su amor, y entraron los dos en la oscura prisión.

– Bellador -musitó Estragón, tratando de distinguir las figuras femeninas en la oscuridad-, aquí está el caballero irisado, de quien no hemos tenido noticia alguna hasta el mismo momento en que ha aparecido en el castillo reclamando tu rescate. Y tú, Alisa -dijo a ciegas, porque aún no veía nada, ya que tardaba un rato en acostumbrarse a la falta de luz-, no te desanimes, que todos los rumores apuntan a que el caballero violeta está a las puertas del castillo y llegará de un momento a otro.

Pero tanto Bellador como Alisa estaban dormidas, porque ya se encontraban muy debilitadas y las palabras de Estragón apenas si llegaron a sus oídos.

Nimué, impresionada, se acercó a las doncellas, que dormían una junto a la otra, sin duda para procurarse calor y consuelo, y se inclinó sobre ellas.

– ¡Pobres muchachas! -exclamó-, ¡a qué estado las han reducido los celos de Morgana! No sé qué me da que liberemos a Bellador y dejemos sola a Alisa. Es verdad lo que has dicho del caballero violeta, porque todo el mundo le ha seguido la pista, ya que es un caballero muy valeroso, pero si acaso le sucede algo, nos debemos comprometer a liberarla nosotros. Yo, por mi parte, quedo desde ahora comprometida con esta empresa, ¿qué dices tú, Estragón?

– Lo juro por lo más sagrado, Nimué -dijo Estragón con vehemencia.