Выбрать главу

Recibió al caballero violeta y encargó a Vania que trajeran al mejor curandero que se pudiera encontrar para que le restañara las heridas.

– Al caer el sol te haré entrega de tu doncella, caballero -dijo Morgana-. Me duele en lo más hondo el peligro en que se encuentra ahora Accalon, pero sé que vuestra justa fue leal y no te puedo reprochar nada. Has llegado hasta aquí y has reclamado a tu doncella, y ese asunto ha de darse por concluido. Tengo además un invitado de honor, el propio rey Arturo, mi hermano, y sé que asistirá de grado al fin y culminación de tus empeños.

Todo se hizo como Morgana había dispuesto. No quiso que el acto fuera muy pomposo a causa de la preocupación que la embargaba. Morgana vestía de rojo pero no llevaba joya alguna. Los reyes tampoco se pusieron sus mejores galas. La más ricamente ataviada era Alisa, que resplandecía en la penumbra del atardecer invernal. El caballero violeta la amó en cuanto posó los ojos sobre ella y se lamentó de haberse enredado en tantas batallas, retrasando de ese modo el rescate, porque verdaderamente no había habido ocasión de pelea que no hubiese aprovechado.

Alisa, aturdida por los últimos sucesos, por todo aquel ir y venir y ser bañada y vestida y perfumada y enjoyada, y, sobre todo, por haber vuelto a cruzar su mirada con la de Accalon, agonizante, tenía la expresión más perdida que nunca. Sin embargo, cuando el caballero violeta cogió su mano, y, sin decir nada, la llevó hasta la puerta del castillo y atravesó, sin soltarle la mano, que apretaba muy suavemente, el puente levadizo, sintió una corriente muy cálida dentro de sí y se dijo que quizá Accalon había abierto en su corazón un agujero para que el amor del caballero violeta penetrara en él.

En el barullo del patio, Morgana se fijó en la aguadora y luego hizo que la trajeran a su presencia.

– Muchacha -le dijo-, dame un poco de agua, que me gusta probar las aguas más frescas y dicen que ésta que traes es fresquísima.

Nimué, ruborizándose un poco, dio a Morgana un cuenco de agua.

– Seguro que eres buena conversadora -dijo Morgana, mirándola atentamente- de manera que, siempre que pases por los alrededores de La Beale Regard, ven a verme, porque me gusta hablar con todo el que tenga cosas que decir.

– Así lo haré, señora -repuso Nimué.

– Eres joven y hermosa y voy a darte un consejo -dijo Morgana, devolviéndole el cuenco-. No hagas caso del amor de los hombres.

Morgana, más tarde, se despidió del rey y de la reina, de Lanzarote del Lago y de todos los demás caballeros y se retiró a sus aposentos. El séquito del rey Arturo abandonó el castillo de La Beale Regard antes de que la noche se cerrara.

XVI

EL REGRESO A CAMELOT

«¡Ah!, ¡que me haya tocado a mí la mayor de las desdichas, que yo sea el caballero más desafortunado y doliente! -hablaba Lanzarote del Lago para sí, completamente ajeno a cuanto sucedía a su alrededor-. ¡Amar a la mujer del rey! ¡Sí, amar a Ginebra y ser amado por ella, pero no con todas sus fuerzas, no con las fuerzas suficientes como para dejarlo todo por mí! ¡Que yo sea admirado y envidiado por otros caballeros, qué locura, qué poco conocimiento, qué engaño! Tengo que conseguir licencia de la reina para marcharme de la corte, porque mi corazón se desangra. Distante y altiva, me parece más hermosa que nunca, pero si me envía una mirada cálida, no lo resisto. ¿Cuántos días más podré vivir de esta manera?, ¿acaso podré sobrevivir lejos de ella? A veces, incluso me esfuerzo por mirar a las otras mujeres, porque no soy tan tonto como para creer que no haya en el mundo otras mujeres hermosas, y es verdad que admiro la belleza dondequiera que esté, pero en seguida me siento triste y alicaído, porque en Ginebra la belleza está mezclada con otras cualidades que no sé describir y que son las que la iluminan y la hacen sobresalir. ¡Ay!, Ginebra, luz de mis ojos, condena de mi corazón…»

Y mientras así hablaba Lanzarote del Lago, sin mover apenas los labios, aunque dejaba escapar de su boca de vez en cuando tremendos suspiros, el séquito del rey Arturo se desplazaba hacia Camelot. Aquí y allí se comentaba el feliz final de la prisión de las siete doncellas desdichadas, y se contaban y se comparaban sus historias. Algunos sentían predilección por el caballero blanco, otros por el verde. A muchos les conmovía la historia del caballero bermejo, otros se entretenían sobremanera rememorando las aventuras del caballero dorado, y algunos se complacían mucho con las del caballero de plata. Todos lamentaban la suerte del caballero irisado y se proponían asistir a sus exequias en cuanto su cuerpo fuera hallado y se celebraran misas y funerales en su honra. Todos se impresionaban mucho cuando se relataba la entrada del caballero violeta en el castillo de Morgana. Algunos se sonreían ante el sueño infinito de Naromí, otros se conmovían ante la extraña imposibilidad de Alicantina de verse por fuera, la alegría e inocencia de Bess complacía a todos, el desmesurado orgullo de Delia a unos les parecía bien y a otros mal. Findia, la doncella desmemoriada, les daba que pensar, la historia de Bellador les cautivaba a todos, Alisa les impresionaba. Las historias del guardián Seleno y del enano Estragón eran de las más populares y se relataban muchas veces. Ambos eran tenidos por héroes y ya circulaban rumores sobre los orígenes principescos de Estragón.

No siempre se contaban las aventuras del mismo modo, no siempre los argumentos correspondían a los mismos protagonistas, había errores, confusiones, mezclas, un nombre era sustituido por otro, una aventura por otra, pero ¡qué más daba! Lo importante era poder contar, seguir los pasos de esas vidas arriesgadas, superar obstáculos, vencer el poder de las ninfas y las hadas malignas. Unos contaban y otros escuchaban, unos pedían y otros se hacían de rogar, se formaban corros y se lanzaban al aire exclamaciones de asombro, de admiración, de miedo, se lloraba, se reía, se aplaudía. ¡Qué vidas aquéllas, qué emociones, qué riesgos! Alrededor del fuego, las aventuras de los siete caballeros y el rescate de las maravillosas doncellas resplandecían, seducían, y todo parecía mejor de lo que había sido, porque al contar se elige, al contar se destaca lo heroico, lo hermoso, lo que nos conmueve.

También se contaban las aventuras de Lanzarote del Lago, aunque con más cuidado, en voz más baja. Nadie quería que estas historias llegaran a sus oídos ni a los del rey ni a los de la reina. ¡Qué amor terrible era ése, que a todos dañaba y a nadie satisfacía! Y, aun cuando se compadecían de todos, quien más les impresionaba era Lanzarote del Lago que, con enorme discreción, se lamentaba a solas y muchas noches se retiraba adonde nadie le pudiera ver para dar rienda suelta a su desesperación.

De Morgana se hablaba con horror, en tono de condena. Varias veces había intentado dar muerte a su hermano el rey Arturo, y a su propio esposo, el rey Uriens, también había intentado matarlo. Y todos confiaban en que tarde o temprano le fuera arrebatado el castillo de La Beale Regard, que no era suyo sino de una prima cercana, y algunos decían que el conde del Paso, tío de esta prima y gran enemigo de Morgana, había salido ya de su castillo con el objeto de prender fuego a La Beale Regard y borrar así la memoria de los funestos hechos acaecidos en él.

Nimué se había unido a la comitiva del rey Arturo y fue acercándose a Ginebra con la idea de poder conversar con ella. Deseaba ganarse la confianza de la reina y conocer sus más íntimos sentimientos, saber algo más sobre el enigma de amor.

Poco tiempo le llevó a Ginebra reparar en la joven y bella aguadora, y le preguntó cuál era su nombre.

– Nimué -dijo la aguadora, que ya no tenía ninguna razón para ocultarlo, y del mismo modo se lo hubiera dicho antes a Morgana si se lo hubiese preguntado.