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»La Reina Safir, mi madre, era de una belleza deslumbrante. Sin duda, habrás oído hablar de ella, pues su fama corrió por todos los reinos y no hubo rey ni caballero andante que no se propusieran conquistarla o, al menos, ponerse a su servicio. Pero mi madre, para su desgracia, se enamoró de su preceptor, un joven sabio que la instruyó en todas las artes del gobierno y en las artes del deleite y del conocimiento, de forma tal que mi madre, aún con escasa edad, había desarrollado su inteligencia y sensibilidad hasta límites insospechados, y los que se asombraban de su belleza no podían por menos que caer luego rendidos al vislumbrar qué clase de mente y qué delicadeza de corazón guardaba ese exterior tan resplandeciente. Al fin, pudo imponer su voluntad, pero a costa de muchas fatigas y batallas. Se desposó con mi padre, con la oposición de todos los consejeros del reino, que querían un matrimonio más ventajoso y que habían hecho por su cuenta algunas promesas y gestiones. Hubo entonces guerras que según los consejeros se habrían evitado de haberse casado mi madre con el pretendiente que ellos habían escogido, y mi padre, estando mi madre encinta de mí, se vio obligado a ir al campo de batalla para poner a prueba su valor, ya que todos lo acusaban de debilidad y cobardía, incluso algunos se atrevían a murmurar, aun en presencia de la reina, que él era la causa de las guerras. Mi padre, que no era un experto luchador, lo que ni mucho menos significa que fuera cobarde, luchó con valentía en primera línea, y fue abatido y muerto. El dolor de mi madre fue indescriptible y, encinta como estaba, acudió al mago Merlín y le pidió que si su hija nacía tan hermosa como ella, porque ya estaba segura de que llevaba una niña en su seno, no fuera, al menos, consciente de la impresión que causaba en los demás y pudiera así ser mucho más libre de lo que ella había sido, porque mi madre creía que la belleza era la causa de toda su desgracia, ya que tantos reyes y caballeros andantes le habían declarado su amor y habían hecho concebir en el pecho de sus consejeros esperanzas de alianzas utilísimas que quizá luego, al no verse cumplidas, habían desencadenado las guerras.

»Según ella misma me confió, mi madre no se atrevió a pedir a Merlín que yo fuera una criatura completamente exenta de belleza, una criatura fea o deforme, porque eso la asustaba, de manera que optó por pedirle que simplemente yo no fuera capaz de verme por fuera. Y esta es, más o menos, la historia de mi don, querido amigo.»

– Muy interesante y lleno de sustancia ha sido tu relato -dijo Estragón-, aunque bastante triste. En todo caso, Alicantina, mañana el caballero verde luchará por ti y si sale vencedor yo mismo le preguntaré por qué te ha escogido, si porque te ha visto en alguna ocasión o porque alguien le ha hablado de ti, porque ya tengo esa curiosidad, y aunque yo ya sé cómo te veo, y me pareces hermosísima, me gustaría saber cómo te ven los demás.

Y después de hablar un poco más con las doncellas y de enviar una mirada cargada de amor hacia el rincón donde aún lloraba Bellador, la doncella del gran sufrimiento, Estragón dejó las mazmorras.

VI

EL CABALLERO VERDE Y LA MOZA DE LA POSADA

El caballero verde también era conocido como el caballero de las cinco espadas, porque era muy hábil en el manejo de las armas y frecuentemente hacía demostraciones en las que recogía a toda velocidad y sin causarse ninguna herida en las manos las cinco espadas que lanzaba al aire. Este caballero era muy alegre y expansivo y estaba acostumbrado a ser el alma de todas las reuniones sociales, el centro de todas las fiestas.

Cuando se enteró del torneo que iba a tener lugar en Camelot para liberar a las doncellas que el hada Morgana, a causa de los celos, tenía presas en el castillo de La Beale Regard, se informó bien de la identidad de las doncellas y se quedó un buen rato considerando a cuál de ellas sería más oportuno y placentero rescatar.

Naromí, la doncella del sueño infinito, no le atraía en absoluto. Las bellas durmientes, por bellas que fueran, le aburrían. Él, que era tan partidario de galas y festejos, consideraba que dormir era una pérdida de tiempo, algo reservado a quienes no saben sacar partido a la vida. Bellador, la doncella del gran sufrimiento, aún le atraía menos, ¿por qué fijarse en las penalidades de la vida habiendo tantas cosas buenas? En realidad, no soportaba a los doloridos, ni siquiera a los melancólicos, ni mucho menos a los tristes. En Bellador sólo pensó una décima de segundo y fue descartada en seguida. En la orgullosa Delia pensó un poco más, porque era bella y perfecta, pero excesivamente segura de sí misma, carente por completo de sentido del humor, se dijo luego, dominante, eso era seguro, insoportable, concluyó después. Desde luego, estaba Bess, que parecía la candidata más apropiada, Bess era alegre, componía romances, cantaba como los pájaros, y su andar era tan ligero como su risa.

Pero después de un rato, el caballero verde se dijo: «Dos personas tan parecidas no deben juntarse, no es tan placentero verse siempre reflejado con exactitud en espejos ajenos. Y bien podríamos, además, entrar en competencia y luego acabar uno dolido con el otro».

Descartada Bess, aún quedaban Findia, Alisa y Alicantina, claro que estas doncellas no eran ninguna ganga, pues aunque todas eran muy bellas, tenían unas cualidades muy extrañas y había que sopesar bien los inconvenientes que representaban.

Findia era olvidadiza y a veces no recordaba ni su propio nombre, ¿cómo se puede confiar en una criatura desmemoriada? El caballero verde frunció el ceño y negó con la cabeza. Lo que se decía de Alisa era también muy desconcertante: hablaba con el viento. ¿No sería ésta una manera de decir que estaba loca? Bueno sería luchar por una pobre loca, rescatarla, y quedar luego obligado a su servicio. Nada de Alisa. Así que sólo quedaba Alicantina, la doncella que no podía verse por fuera. Estudiemos esta cualidad, se dijo el caballero verde, pero por mucho que pensó y le dio vueltas al asunto, no acabó de entenderlo.

Al cabo, concluyó: «Lo que no se entiende, siempre puede dar sorpresas, y no hay sorpresa que no tenga su parte buena. Esta es la doncella que más se aviene a mi temperamento arriesgado y emprendedor y me parece que esta aventura tan original puede darme mucha gloria y divertimiento».

Decidido el asunto, el caballero se vistió de verde, que era su color preferido, fue a Camelot, se apuntó a la justa de la doncella que no podía verse por fuera y, como era previsible, la ganó.

Camino de La Beale Regard, agotado como estaba, pensó en reponerse y dormir en una posada que avistó en la linde del bosque. En la posada se celebraba un banquete y el caballero verde le preguntó al posadero la razón del mismo.

– Este banquete -dijo el posadero- ya es el último de toda una serie de festines y comilonas que se han sucedido a causa de la boda del guía principal de los laberintos subterráneos, esos pasadizos que comunican entre sí los castillos del fondo de los lagos, los que habitan las ninfas, el reino, en fin, del hada Indiga. Si quieres sumarte al banquete, no tienes más que decirlo, porque estos guías y duendes de los pasos subterráneos admiran mucho las hazañas de los caballeros andantes. En cuanto sepan quién eres, te invitarán a sentarte a su mesa y a que les relates tus aventuras, porque del caballero verde se cuentan muchas habilidades, en particular se destacan los juegos con la espada, si no estoy mal informado.

El caballero verde, entonces, le dio una buena propina al posadero y le pidió que no dijera a nadie quién era, pero que le llevase algo de comida al cuarto, porque estaba fatigado y no tenía ganas de chachara.