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Comieron en silencio. Cordero asado al aire libre Y arroz con azafrán y piñones. Rose había creído que no tendría hambre, pero la comida era buena y no ganaría nada pasando hambre. Lo mejor era conservar todas las fuerzas.

Luego, uno de los hombres de Hassan llevó dátiles, almendras y café negro aromatizado con cardamomo.

Ella mordisqueó una almendra mientras Hassan bebía el café con la vista clavada en la oscuridad.

– ¿Va a decirme de qué va todo esto? -preguntó al final. El no se movió ni habló-. Lo pregunto porque mi hermano habrá estado muy preocupado las últimas horas, y sin duda ya lo sabrá mi madre -hizo una pausa-. Odiaría pensar que ello se debe a que solo deseaba irritar a su primo.

Entonces levantó la vista con rapidez. Era evidente que las palabras de Rose habían dado en un punto delicado.

– ¿Son las únicas personas que se preocuparán por usted? ¿Qué me dice de su padre?

– Mi padre es del tipo de los que desaparecen -se encogió de hombros-. Su único objetivo en la vida de mi madre era proporcionar el medio para la maternidad. Ella es una feminista de la vieja escuela. Y pionera de la maternidad soltera. Ha escrito libros sobre el tema.

– No habría imaginado que el tema fuera tan difícil como para que alguien necesitara comprar un libro para descubrir cómo se hacía.

«Vaya, el hombre tenía sentido del humor».

– No son manuales de hágalo usted mismo -informó-. Van más en la línea del comentario filosófico.

– ¿Quiere decir que sintió la necesidad de justificar sus actos?

Iba directo al grano. Eso le gustaba y no pudo evitar sonreír.

– Es posible. Tal vez cuando todo esto haya terminado, debería preguntárselo.

– Puede que lo haga -repuso-. ¿Le importa? Me refiero a no tener un padre.

– ¿Y a usted? -inquirió, y supo la respuesta antes de que las palabras salieran de boca de él.

Mostró una expresión reflexiva, y ella pensó que quizá había revelado más de lo que deseaba. «Harte la tonta, Rosie», se recordó. «Hazte la tonta». Pero Hassan dejó pasar el tema.

– ¿Por qué vino aquí?

– ¿A Ras al Hajar? Pensaba que eso ya lo sabía.

– Podría haber ido a las Indias Occidentales en busca de sol y diversión.

– Sí, pero mi hermano me invitó a venir aquí. Hacía tiempo que no lo veía.

– Abdullah la invitó a venir aquí. Abdullah cedió su 747 privado para traerla…

– No -cortó Rose-. Era para usted -él no parpadeó-. ¿De verdad? El no habría…

– Él no cruzaría la calle para estrecharme la mano. Yo solo me aproveché de la ventaja de un vuelo que ya estaba preparado. Había poco que ganar rechazando la extravagancia por una cuestión de principios.

– Oh -Hassan tenía razón. Tendría que haber aceptado una invitación para ir a visitar las Barbados.

– Mi primo planea utilizarla para potenciar sus ambiciones políticas, señorita Fenton. Lo que quiero saber es si usted es un peón inocente o si ha venido específicamente para ayudarlo.

– ¿Ayudarlo? -al parecer había mucho más que la intención de abochornar a su primo-. Creo que exagera mi influencia, Su Alteza -el destello de irritación que pasó por la cara de él ante la desobediencia en insistir en el empleo del título le resultó extrañamente placentero.

– No, señorita Fenton. En todo caso, la he subestimado a usted. Y le he pedido que no me llame Su Alteza. El título es de Abdullah. De momento.

Tan cerca del trono pero sin poder aspirar jamás a él. Tal vez. Se preguntó cómo se habría sentido Hassan cuando fue descartado por un hermanastro menor. Desheredado después de ser criado como un nieto predilecto. ¿Cuántos años tendría entonces? ¿Veinte? ¿Veintiuno? Era evidente que ahí se libraba una batalla por el poder, pero empezaba a creer que quienquiera que ganara, era poco probable que fuera el joven Faisal.

Rose apoyó los codos sobre la mesa y mordisqueó otra almendra.

– Haré un trato con usted. Si no vuelve a llamarme señorita Fenton con ese tono especialmente molesto, yo no lo llamaré Su Alteza. ¿Qué le parece?

CAPÍTULO 4

HASSAN estuvo a punto de reír en voz alta. Rose Fenton realizaba un buen trabajo al hacer que «Su Alteza» pareciera más un insulto.

– ¿Se me permite llamarla señorita Fenton con otro tono de voz? -preguntó con tanta cortesía como permitía la dignidad.

– Mejor que se ciña a Rose -aconsejó-. Será más seguro. Y ahora, con respecto a mi madre…

– Lamento profundamente la ansiedad que le provocará su desaparición. De verdad desearía poder permitirle que la llamara y la tranquilizara.

– ¿Y qué es exactamente lo que debería decirle?

– Que no se encuentra en peligro.

– Eso lo decido yo, Su Alteza, y he de informarle de que el jurado aún no ha terminado las deliberaciones -lo miró a los ojos y le dio a entender que no le interesaban sus consuelos falsos-. Y para su información, tampoco creo que eso impresionara mucho a mi madre.

– ¿Tienen una relación íntima?

– Sí -repuso sorprendida por la pregunta-. Supongo que sí -aunque él sospechaba que no; dos mujeres fuertes e independientes chocarían mucho. Como si se diera cuenta de que no lo había convencido, ella añadió-: Es muy protectora.

– Bien. Será mucho más útil a mi causa si está indignada.

– ¿Y cuál es su causa? -inquirió irritada-. ¿Qué es tan especial que cree que tiene derecho a hacer esto? ¿Qué hará si mi madre decide no intervenir de forma activa y deja todo el asunto en manos del ministerio de Relaciones Exteriores? Estoy segura de que Tim le aconsejará eso.

– Cuanto más la veo… -se contuvo-. Cuanto más la oigo, Rose, más convencido estoy de que hará exactamente lo que desee. Casi con certeza lo opuesto al consejo que reciba.

Rose no supo si se trataba de un cumplido.

– ¿Y si lo decepciona? ¿No habría resultado todo una pérdida de tiempo? Imagino que abochornar a Abdullah es el motivo principal de mi secuestro, ¿no?

– ¿De verdad?

Ni por un segundo lo creía. Había mucho más en juego que irritar a su primo. Pero con algo de suerte podría provocarlo para que le revelara el motivo.

Hassan se echó atrás en la silla y la observó. Había previsto que no tardaría en captar la tensión existente bajo la superficie engañosamente plácida de Ras al Hajar. Y no se equivocó.

– ¿Qué otra causa podría haber? -inquirió ella con voz demasiado inocente.

Impedir que Abdullah siguiera utilizándola, distraerlo, darle tiempo a Partridge para que llevara a Faisal a casa. Pero al tener a Rose Fenton delante, con un carácter tan encendido como su pelo, se le ocurrían varios motivos para retenerla. Todos personales.

– Abochornar a Abdullah no es mi motivo principal. Solo un feliz efecto secundario. Razón por la que no dejaré en sus manos el aspecto de las relaciones públicas -miró la hora-. Vamos tres horas por delante de Londres. Hay tiempo de sobra para que su desaparición aparezca en las noticias de la noche.

– ¿Quiere contarme que ha emitido un comunicado de prensa? -no podía creer lo arrogante que era.

– Todavía no -sonrió-. No hasta el último minuto. No quiero darle tiempo a su ministerio de Asuntos Exteriores para que compruebe los hechos y preste oídos a los acuciantes motivos de Abdullah para mantener la situación con absoluta discreción.

– ¿Y cómo la enviará?

– No desde aquí -volvió a sonreír ante su pregunta en apariencia casual.

– Bueno, valió la pena intentarlo -se encogió de hombros-. ¿Por qué no me cuenta de qué va todo esto? Parece pensar que tengo algo de influencia. Quizá podría ayudarlo.

– ¿Espera conseguir una exclusiva? -pareció divertirlo-. ¿No le basta con ser la historia?

– Empieza a ser una costumbre más bien peligrosa.