Выбрать главу

– Aquí no hay peligro -prometió él-. Solo un poco de celebridad. Hará maravillas para su posición profesional. Cuando negocie el próximo contrato podrá estipular su precio.

– No estoy en el negocio del espectáculo.

– Oh, vamos, Rose. Los dos sabemos que las noticias son importantes. Televisión las veinticuatro horas del día. Y si puedes poner a una mujer bonita en primera línea, le añade un cierto toque de encanto. Créame, el mundo estará pegado a la pantalla, preocupado por la valiente y adorable Rose Fenton. Los reporteros irán en masa a la embajada a solicitar visa y el pobre Abdullah deberá dejarlos venir o se arriesgará a que lo crucifiquen en la prensa mundial. Sus compañeros se toman estas cosas de manera muy personal.

La diversión que le provocaba la enfurecía sobremanera. ¿Cómo se atrevía a estar ahí sentado, disfrutando de su café, mientras la familia de ella se veía carcomida por la preocupación? ¿Cómo se atrevía a tratarla como a un bombón sin otra cosa en la cabeza que el deseo de saber de dónde iba a venir el próximo diamante?

Era una periodista seria, y quería conocer toda la historia.

– Tengo derecho a saber por qué estoy aquí.

– Ya lo sabe. Ha venido a Ras al Hajar a relajase, a recuperarse. Puede hacerlo aquí cerca de las montañas de manera mucho más agradable que en la ciudad. Está más fresco, la atmósfera es más seca. Puede cabalgar, nadar, tomar el sol. La comida es buena y la hospitalidad legendaria -le ofreció una bandeja de plata finamente tallada-. Debería probar uno de estos dátiles. Son muy buenos.

Ella se levantó de golpe y apartó la bandeja de modo que la fruta voló por todas partes.

– Puede guardarse sus dátiles -salió de la tienda hacia la noche.

Fue un gesto ampuloso, pero vacío. Afuera no había nada más que desierto y oscuridad. Pero no pensaba dar media vuelta y regresar al interior.

Consciente de que los hombres de Hassan se hallaban congregados en torno a una hoguera a poca distancia de la tienda y de que habían dejado de hablar para ver qué haría ella, dio la vuelta y se dirigió hacia el Land Rover. Probó la puerta. Estaba abierta.

Se le cayó el pañuelo del pelo al sentarse ante el volante. Hassan tenía razón; hacía más fresco en el campamento. Había dicho ahí arriba. Tenían que encontrarse cerca de las montañas, en la frontera. Intentó imaginar el mapa, pero se hallaban a kilómetros de la carretera. Estaba convencida de que era al norte. Si seguía la Estrella Polar, terminaría por llegar a la costa. Tal vez.

Aunque nadie había olvidado las llaves puestas. La vida no era tan sencilla. Arrancó los cables y los juntó. El motor cobró vida, sobresaltándola tanto a ella como a los hombres, quienes hasta ese momento la habían vigilado con indiferencia, sonriendo estúpidamente junto al fuego.

Se levantaron de un salto y tropezaron entre ellos en su afán por ir tras ella. Habrían llegado con un retraso de unos veinte segundos, pero Hassan no fue tan lento. Cuando ponía la marcha atrás del vehículo, él abrió la puerta y, sin molestarse en preguntarle qué hacía, la levantó del asiento y el Land Rover se detuvo. Luego la acomodó bajo el brazo y regresó a la tienda.

En esa ocasión Rose gritó. Aulló y chilló y también lo habría golpeado, pero tenía los brazos inmovilizados, de modo que solo pudo agitar las manos. Él no dio la impresión de notarlo.

No es que esperara que su intento de fuga fructificara; de hecho, no sabía si quería avanzar por terreno desconocido. Pero sí sabía que eso era lo más humillante que le había sucedido jamás. El hecho de que Se lo provocara ella misma, no ayudaba en nada.

– ¡Suélteme! -exigió.

– ¿Y silo hiciera? ¿Adónde correría? -la depositó en el centro de la alfombra donde yacían esparcidos los dátiles, aferrándole las muñecas para que no pudiera golpearlo-. Deje de actuar como una estúpida y dígame qué planeaba hacer -sabía que ella no había albergado ningún plan, pero no quería dejar el tema-. Vamos, señorita Fenton, no sea tímida, no es su estilo reservarse lo que piensa. Ha demostrado recursos al realizar un puente a un Land Rover. Aplaudo su espíritu. Pero, ¿qué vendrá a continuación? ¿Adónde pensaba ir? ¿Qué es esto? ¿No sabe qué decir? Por lo general no es tan lenta para dar una respuesta -enarcó las cejas-. Mi interés es puramente práctico, señorita Fenton. Me gustaría saber qué pasa por su cabeza para que, ante la poco probable posibilidad de que logre ir más allá del perímetro del campamento, exista la alternativa de que podamos encontrarla antes de que el sol le reseque los huesos…

– ¡De acuerdo! Ya ha expuesto lo que deseaba. Soy una idiota, pero, ¿qué me dice de usted, Hassan? -había dejado de molestarse en resistir. Él era demasiado fuerte-. ¿Cómo puede hacer esto? -lo miró con ojos centelleantes-. Es un hombre cultivado. Sabe que esto no está bien, que incluso aquí, donde al parecer es una especie de señor de la guerra, no tiene derecho a lo que está haciendo.

– ¿Hacer qué? -la acercó a él de forma que su cara quedó lo bastante próxima como para sentir la ira que emanaba de sus ojos grises-. ¿Qué es exactamente lo que cree que voy a hacerle?

– ¿Qué es lo que cree que creo yo, Su Alteza Todopoderosa? -después de todo, el sarcasmo era un juego de dos-. Ya me ha secuestrado -soltó con furia-. Me retiene aquí en contra de mi voluntad… -peor aún, había conseguido que perdiera el control. Incluso al morir Michael, cuando realizaba reportajes en directo con bombas cayendo alrededor de su equipo y de ella, jamás había llegado a perder por completo la compostura. Notó lágrimas de furia y frustración a punto de aflorar-. Tiene una buena imaginación. ¡Póngase en mi lugar y úsela!

De algún modo las manos de Hassan, en vez de sujetarle las muñecas, comenzaron a acariciarle la espalda con el fin de sosegarla. Y Rose encontró la cara pegada a su pecho y halló alivio en el calor de sus brazos mientras sollozaba sobre la negrura de su túnica. Hacía tiempo que no lloraba. Cinco años. Casi seis. Y más aún desde que había dejado que un hombre la abrazara mientras le revelaba sus sentimientos.

No es que a Hassan le importara. Simplemente era mejor que la mayoría de los hombres para ocuparse de un ataque de histeria. Ese pensamiento le dio vigor, se apartó de él, levantó la cabeza y se obligó a sonreír.

– Lamento haber perdido el control, es tan… -se secó una lágrima-. Tan húmedo. En absoluto lo que a mí me gusta. Será mejor que lo achaque al día que he tenido. Si me perdona, iré a echarme durante un rato -dio la vuelta y se dirigió al dormitorio cuando él pronunció su nombre.

– Rose.

A ella no le gustaba mucho. Lo había abreviado de Rosemary, que detestaba. Pero Hassan lo dijo como si fuera la palabra más hermosa del mundo. Se detuvo, incapaz de hacer otra cosa, y aguardó con la espalda hacia él.

– Prométame que no repetirá algo así -ella dio la vuelta y vio que su expresión ya no era colérica. Se sintió confusa-. Por favor.

Rose sospecho que pedir algo, en vez de ordenarlo, no resultaba fácil para él.

– No puedo hacerlo, Hassan -repuso casi con pesar-. Si puedo escapar, lo haré.

– Está haciendo que las cosas sean un poco más difíciles de lo que deberían.

– Siempre podría dejarme ir -se encogió de hombros. Iba a tener que acostumbrarse al papel que él había escogido desempeñar. Aunque también era posible que se quedara por propia voluntad. No le molestaba su compañía, sino el modo en que había ocurrido.

– Esperaba poder convencerla de que se considerara mi huésped. De esta manera me obliga a hacerla mi prisionera.

– A un huésped se lo invita -manifestó tontamente decepcionada-. Podría haberme invitado.

– ¿Habría venido?

Tal vez. Probablemente. Pero no podía contárselo.

No en ese momento. Y ambos sabían que como invitada su presencia no serviría a los propósitos de Hassan. Extendió las muñecas con las palmas hacia arriba, ofreciéndolas para que las esposara.