– ¿Y Abdullah?
De pronto Nadim fue consciente de que había hablado demasiado; miró el reloj y soltó un gritito poco convincente.
– No dispongo de mucho tiempo. Echémosle un vistazo a la ropa. Me da la impresión de que no encontrarás gran cosa de tu gusto.
– ¿Y bien? -Hassan la observó por encima de lo que quedaba del desayuno-. ¿Qué averiguó?
– ¿Averiguar?
– Mi hermana tiene una boca muy generosa. Estoy seguro de que no le ha costado sonsacarle información.
– Nadim es encantadora, considerada y de gran ayuda.
– Si le ha causado tan buena impresión, es que debió ser demasiado locuaz, incluso para ella.
– En absoluto. Me contó muy poco que ya no supiera.
– Es ese «muy poco» lo que me molesta.
– ¿Por qué? Garantizar que Faisal retenga el trono no es algo de lo que haya que avergonzarse. Yo había pensado que su intención era apoderarse de él con fines personales -si había esperado provocar una reacción, no lo consiguió-. Y no pienso revelarle a nadie lo que está haciendo -sonrió. «Al menos todavía no»-. En realidad, la principal preocupación de Nadim parecía ser que tendría que pagarle a mi hermano por haberme deshonrado.
Hassan llegó a la conclusión de que se burlaba de él, de que se divertía a su costa. Bueno, mientras eso la mantuviera contenta, perfecto.
– Lo que usted considere apropiado -concedió. Un lakh de oro sería barato a cambio de su cooperación-. Aunque después de conocerla empiezo a dudar que tanto usted como su hermano acepten siquiera una tula de mi oro -al menos eso era verdad. Apostaría la vida a que no estaba al servicio de Abdullah. Su corazón se regocijó.
– Puede que no, pero eso lo deja con un problema -él esperó-. Según Nadim, la única alternativa a un acuerdo económico sería la muerte o el deshonor, y como Tim preferiría morir antes que matar a alguien… -hizo una pausa-. Incluso a usted… -Hassan rió-. Ella ha llegado a la conclusión de que la respuesta que queda es el matrimonio.
– Puede que tenga razón -corroboró. Luego bebió café, dejó la taza sobre el plato y se levantó-. Veo que se ha puesto unos pantalones de montar. ¿Es una insinuación de que le gustaría dar un paseo a caballo esta mañana?
¿Quería cabalgar con Hassan? ¿Por eso había insistido en ponerse esos pantalones ante las protestas de Nadim? De pronto se sintió muy confusa. Hacía tiempo desde que había montado a caballo en compañía del hombre al que amaba. Hacía tiempo que no sentía esa tentación. Pero los pantalones de montar le habían resultado tan familiares, cómodos… Sin mirarlo, estiró las piernas.
– Fueron los únicos pantalones que pudimos encontrar -repuso con actitud evasiva-. Siento aversión a ponerme vestidos largos de seda durante el día. Aunque sean de marcas exclusivas.
Sin embargo, la ropa interior había sido otra cosa. No ponía ninguna objeción a sentir la seda contra la piel. Pero hasta ahí llegaba. La camisa que llevaba era amplia y tuvo que sujetarse los pantalones con un cinturón, pero eran cómodos. Se frotó las palmas de las manos sobre la suave tela usada y al final levantó los ojos.
– ¿Eran suyos?
– Probablemente -él titubeó-. No lo recuerdo -se lo veía incómodo ante la idea de que llevara puesta su ropa, a pesar de que debía hacer años que no se la ponía. Había desarrollado muchos músculos desde que le fabricaron esos pantalones para montar-. Le habría proporcionado su propia ropa, pero entonces habrían deducido que se había marchado por su cuenta.
– Trajo mis botas -unos botines robustos con cordones y que llegaban hasta los tobillos.
– El terreno aquí es agreste -se encogió de hombros.
– Y sería embarazoso que tuviera que llevarme al hospital con un tobillo roto.
– No sea tonta -sonrió ante su aparente ingenuidad-. Diría que la había encontrado en ese estado. Usted no me traicionaría, ¿verdad, Rose? Pensaría en la historia y mantendría la boca cerrada.
Era insufrible. Abandonó todo intento de superarlo y regresó al tema de la ropa.
– Claro que si Khalil le hubiera entregado mi ropa probablemente habría terminado en la cárcel como cómplice. No imagino a Abdullah siendo muy considerado con él.
– ¿Khalil?
– El criado de mi hermano. Alguien debió darle información sobre el maquillaje que uso. Y sobre el champú. A propósito, tiene una ducha muy ingeniosa
– se había llenado con agua un pequeño depósito y el primer sol de la mañana le había dado una temperatura agradable. Terminó el café-. ¿Quién más habría podido manipular el Range Rover sin atraer suspicacias? Khalil lo lava tan a menudo como su propia cara.
– Muy bien -no confirmó ni negó sus especulaciones-, ¿quiere dar un paseo a caballo?
– Es una de las atracciones prometidas.
– ¿Sabe montar?
– Sí -se puso de pie, cada vez más incómoda ante el escrutinio de Hassan.
– Para permanecer sobre uno de mis caballos necesitará algo más que un conocimiento pasajero con un pony dócil de alguna escuela para amazonas.
– No lo dudo, pero tuve un buen maestro. ¿No tiene miedo de que nos puedan ver? -preguntó-. ¿Qué empleen helicópteros en mi búsqueda? -se pasó la mano por el pelo-. Cuesta pasarme por alto.
– Es verdad que consigue que su presencia se note -convino con sonrisa irónica-. Pero su cabello no es problema. Con las ropas adecuadas, será casi invisible. Aguarde aquí.
Regresó unos minutos después con un keffiyeh a cuadros rojos y blancos que le entregó. Ella le quitó el envoltorio se lo puso sobre la cabeza, luego se quedo quieta Era mucho mas grande de lo que había esperado y no sabía bien cómo ajustarlo. Extendió los extremos y lo miró desconcertada.
Durante un instante ambos recordaron el pañuelo que Rose había lucido y lo que Hassan había hecho con él. Luego él respiró hondo.
– Mire -dijo-. Es así -con rapidez lo pasó alrededor de su cabeza y de la parte inferior de su cara, con los dedos muy cerca de sus mejillas aunque sin rozarla en ningún momento. Aun así, el estómago de ella se atenazó ante la proximidad-. Ya está.
– Gracias -apenas fue capaz de susurrar.
– No, gracias a usted, Rose. Por comprender a Nadim. Si Abdullah averiguara…
– Sí. Bueno, no obtendré una exclusiva escondida en el salón de Nadim, ¿verdad?
El sonrió y el gesto iluminó alguna parte detrás de sus ojos. Luego extendió una capa de pelo de camello con rebordes dorados que llevaba sobre el brazo.
Ella se volvió e introdujo los brazos en las amplias aberturas y dejó que colgara a su alrededor. Era holgada y ligera como una pluma, agitándose debido a la suave brisa que soplaba desde las montañas y que entraba en la tienda.
– Casi parece un beduino -musitó mientras se cubría la cabeza con su keffiyeh negro.
Rose se acarició el mentón por encima de la tela.
– Salvo por la barba -ladeó la cabeza-. Pero usted tampoco lleva barba, Hassan. ¿Por qué?
– Hace demasiadas preguntas -repuso apoyando la mano en la espalda de ella para conducirla hacia la brillante mañana.
– Es mi trabajo. Aunque usted es parco con sus respuestas.
La llevó hasta los caballos. Uno era un magnífico corcel negro. La otra montura era más pequeña pero de un tono almendrado de gran hermosura.
– ¿Cómo se llama? -preguntó mientras le acariciaba el cuello.
– Iram.
Rose susurró el nombre y el caballo movió las orejas y alzó la fina cabeza. Recogió las riendas y Hassan enlazó las manos para ayudarla a montar antes de ajustar los estribos. Hacía tiempo que no montaba a caballo, pero, con la cabeza inmovilizada por el mozo de cuadra, parecía un animal sereno.