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– ¿Y qué pasó con la chica con la que se encontraba? -preguntó Rose.

– ¿La chica? -no se le había ocurrido preguntarlo, y Simon, dominado por la prisa, no lo había mencionado-. Estoy seguro de que Partridge se ocupará de que regrese sana y salva a su casa… -hizo una pausa y añadió-: Con una compensación adecuada por las vacaciones interrumpidas.

– Sí, no me cabe duda de ello -se preguntó qué compensación se consideraría adecuada para la interrupción de sus vacaciones. Sangre, oro u honor. Lo primero resultaba impensable. Lo segundo, insultante. Se apartó de él y salió al exterior.

– ¿Adónde vas? -alargó la mano para detenerla.

– Allí arriba -señaló hacia la elevación que había más allá del campamento-. Ven conmigo. Quiero estar de pie allí y mirar el cielo -lo observó, le quitó la mano del hombro y no la soltó-. Parece tan cerca aquí en el desierto, como si pudieras tocar las estrellas.

– ¿Quieres tocar las estrellas?

– La luna. Las estrellas…

– ¿Eso es todo? De paso, ¿por qué no un par de planetas?

– ¿Por qué no? Contigo alzándome sé que podría hacer cualquier cosa.

La sonrisa de él se desvaneció.

– Hay algo en ti, Rose, que casi hace que crea que es posible.

«No dejes ese pensamiento, Hassan», pensó mientras caminaban juntos hasta la cima de la elevación, donde el cielo era una cúpula enorme llena de estrellas. «No abandones ese pensamiento».

Rose se detuvo cuando lejos, hacia el oeste, un meteorito surcó el horizonte en una lluvia de estrellas fugaces.

– Mira… ¡Mira eso! -susurró-. Es tan hermoso. ¿Has realizado un deseo?

La mano de él se apretó de forma imperceptible sobre la de ella.

– Nuestro destino está escrito, Rose -bajó la vista y la miró-. ¿Y tú?

– Creo que era mi destino estar aquí de pie contigo esta noche justo en el momento en que pasó esa estrella. Era mi destino realizar un deseo -él aguardó, sabiendo que se lo contaría-. No ha sido nada dramático. Siempre es el mismo. Que la gente a la que amo sea feliz y esté sana.

– ¿Nada para ti?

«¿Es que esperaba que dijera que deseaba quedarse allí para siempre? ¿Acaso lo esperaba, un poquito?»

– Era para mí. Si son felices y están sanos, no importa nada más -entonces sonrió-. Además, las cosas pequeñas, como el destino, puedo manejarlas por mí misma. Llegué aquí en el momento adecuado, ¿no?

– Eres tan… tan… -las palabras estallaron de su boca.

Rose pensó que no se sentía exactamente enfadado, sino que no conseguía entender su actitud directa hacia la vida, su decisión de adaptar los acontecimientos a su voluntad.

– ¿Tan… qué? -preguntó. No tendría que provocarlo, no estaba acostumbrado a eso-. ¿Tan confiada, quizá? -no pudo resistir la tentación. Al no obtener confirmación, suspiró de forma exagerada-. No, ya me lo parecía. Piensas que soy obstinada, ¿verdad?

– Decidida -contradijo con voz suave-. Integra -le apartó un mechón de la cara-. Bendecida con fuego y espíritu.

– Es lo mismo -musitó Rose.

– No del todo -en absoluto. Una enfurecía y la otra encantaba, y no tenía duda de cuál de esas palabras se aplicaban a Rose Fenton. Era encantadora y resultaba evidente que él estaba hechizado, porque en su cabeza otras palabras lucharon por salir y ser reconocidas. Inesperada, única, hermosa… como una rosa en el desierto. Y en ese momento supo cuál de sus posesiones le entregaría. Una muda declaración de su amor, algo que, siempre que la mirara, la tocara, le recordara ese momento-. ¿Has visto alguna vez una rosa del desierto? -inquirió.

– ¿Una rosa del desierto? ¿Nace entre las piedras? -miró alrededor, como si esperara ver una entre sus pies-. Mi madre tiene una amarilla que crece…

– No, no se trata de una flor, tampoco de una planta de ningún tipo. Es una formación de cristal. Selenita -inesperada, única, hermosa-. A veces son rosadas y los cristales parecen pétalos. Si sabes dónde buscar, las encuentras en el desierto.

– ¿Y?

«¿Y qué?» Su mente le jugaba trucos; se hallaba demasiado cerca de revelar su corazón ante esa mujer.

– Y nada, salvo la coincidencia con tu nombre. Se me acaba de ocurrir que te encontré en el desierto, eso es todo. Como una Rosa del desierto -pensó que quizá ella había sonreído, pero soltó un leve suspiro.

– Tendremos que irnos mañana, regresar a la ciudad, ¿verdad? Volver al mundo real.

– Ojalá las cosas fueran diferentes, pero no tenemos elección. Ambos sabíamos que esto no podía durar.

El había decidido que no podían durar; Rose prefería tomar sus propias decisiones. Siempre había elecciones, pero hacía falta un coraje especial para quebrar las dificultades que parecían insuperables; coraje, confianza y la convicción de que nada podía destruirte salvo tus propias dudas. Su madre le había enseñado eso. Su madre no había querido que se casara con Michael, pero le había dado la fortaleza para resistir los prejuicios de la gente mezquina que se había quejado por la diferencia de edad y declarado que todo terminaría en lágrimas.

Podía conseguirlo otra vez.

Ambos podían ceder un poco y sus pequeños sacrificios serían recompensados con creces. Ella lo sabía. Sospechaba que Hassan necesitaría que lo convencieran.

Sin embargo, él tenía razón sobre el día siguiente. Nada podía impedir que la vida real irrumpiera en su entorno, pero aún les quedaba el resto de la noche, unas pocas horas de magia antes de que el mundo los invadiera.

– No nos preocupemos por el mañana, mi amor -alzó la mano hacia sus labios-. Ahora mismo deberíamos aprovechar el poco tiempo de que disponemos.

Lo hicieron, y la ternura con que realizaron el amor casi provocó lágrimas en él. Pero aunque le rompería el corazón dejarla, le pondría fin allí mismo. Ese sería siempre su lugar especial y los recuerdos que habían establecido permanecerían inmaculados ante el inevitable choque de sus mundos.

Salió de la tienda temprano, y en esa ocasión, extenuada, ella no se movió, ni siquiera cuando le apartó un mechón de pelo de la mejilla. La besó con suavidad Le dijo adiós. Y depositó su pequeño regalo en la almohada junto a su cabeza.

No era algo valioso. La habría bailado con piedras preciosas, cualquier cosa que deseara el corazón de Rose, pero sabía que se sentiría insultada, ofendida por esas cosas. Si algo había descubierto de Rose Fenton, era que un regalo del corazón valía más que el oro. Y saber que tendría una parte de él lo consolaría en los años solitarios que le aguardaban.

Rose se movió, despertó y al instante supo que se hallaba sola. No le sorprendió. La noche anterior Hassan había sido tan delicado, pero, aun así, se había marchado.

Y la gente decía que ella era obstinada.

¿Qué haría falta para convencerlo? Quizá debería insistir, decirle a Tim que exigiera que se casara con ella, así no le quedaría más alternativa. Pero la idea de que Tim se plantara ante Hassan para recordarle su deber hizo que sonriera, y ese era un asunto serio.

Además, él tenía que tomar la decisión por sí solo. Alargó la mano para acercar la almohada y su mano se cerró en torno a algo áspero, duro. De inmediato supo qué era. Una rosa del desierto. Le había dejado una rosa del desierto… y una nota.

Esta es una parte de mí para que te lleves contigo, un pequeño intercambio por los recuerdos que dejas atrás.

Hassan