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– Escribe un libro que me refleje de esa manera y te demandaré.

– ¿En serio? Sería estupendo para las ventas

– No es verdad, madre. Nadim lleva una vida profesional plena y activa, como bien sabes. Y yo voy a dirigir un nuevo departamento del gobierno creado para mejorar la situación de las mujeres; Abdullah jamás hizo algo por ellas. ¿Por qué no te quedas y estuchas eso? Incluso puedes ayudarnos.

– Oh, por favor, cariño. Ni siquiera hablas su idioma. Y estarás rodeada de bebés en poco tiempo.

– Ya hablo francés, alemán y español, y mi árabe mejora a pasos agigantados.

– ¿Y los bebes?

– A ti jamás te frenaron.

– Es cierto, En realidad, eso permitirá que escriba un libro aún mejor…

– ¡Rose Fenton! ¿Rose Fenton va a dirigir el nuevo departamento? -el corazón de Hassan amenazaba con estallar

– ¿Se te ocurre alguien más apropiado? -ni en un millón de años. Pero esa no era la cuestión; sin duda él podía verlo. Al no responder de inmediato, Faisal se encogió de hombros-. Por supuesto que no. Es la elección perfecta, Hassan. Conoce bien los medios, sabe cómo comunicarse con la gente. Y me sorprende la celeridad con la que aprende nuestro idioma -titubeó-. Bueno, quizá no tanto. Cuando has tenido un profesor particular… Piensas que va a ser incómodo para ti, ¿verdad?

¿Incómodo? ¿De que tonterías hablaba? La amaba. Verla, saber que estaba cerca, que nunca podría tocarla, jamás abrazarla. La incomodidad podría manejarla. Pero esa sería su peor pesadilla.

– ¿De qué duración es su contrato?

– De un año. Pensé que necesitaría ese tiempo para montar el departamento y ponerlo en marcha. Después, bueno, quizá no quiera quedarse. A menos que se te ocurra algún modo de convencerla.

– Faisal…

– ¿Sí, Alteza? -su tono inocente no conmovió a Hassan.

– Creo que será mejor que te vayas. Llévate a tu bonita esposa y desaparece uno o dos años. Por ese entonces quizá haya superado este intenso deseo de retorcerte el cuello.

– Te doy una corona, una novia y una reina de los medios de comunicación en un solo día y estas son las gracias que recibo -repuso disgustado-. Algunas personas son imposibles de complacer.

– ¡Vete!

Faisal alzó las manos rindiéndose.

– Ya me voy -retrocedió hasta la puerta-. Hmm… te veré en la boda.

– No habrá ninguna boda -las palabras salieron desde lo más hondo de su ser mientras se ponía de pie-. No habrá ninguna boda -sin importar lo que hiciera falta, la detendría. Si no podía tener a Rose, no tendría a nadie. A nadie.

Nadim se apartó y sonrió.

– Deslumbrante. Estás absolutamente deslumbrante. ¿No te parece, Pam?

– No lo sé. No puedo verla.

– Bueno, no sería correcto para Hassan que la vieran antes de que se prometan. La ropa y las joyas bastan para indicar que la joven que hay debajo es adecuada para un emir -se volvió al oír un movimiento más allá de las cortinas de la habitación-. Ha llegado -susurró-. Rápido, apártate de su camino, Pam.

Hassan aguardó con impaciencia a su hermana. Había ido a detener esa tontería, sin importar el coste. ¿Cómo diablos podrían haber planeado y tramado esos dos una situación en que rechazar a la novia que le habían elegido podría provocar más ofensas y resentimientos…?

– Nadim -dio la vuelta y rápidamente se acercó a su hermana al verla salir de entre las pesadas cortinas.

– Hassan -le tomó las manos-. Me alegra verte tan impaciente. Estamos listas para ti.

– No. Lo siento, pero he venido para decirte que no puedo continuar con esto. Es imposible que pueda seguir adelante con este matrimonio.

– No entiendo. Me pediste que lo arreglara sin demora -pareció profundamente sorprendida- Los contratos se han firmado.

– Faisal se excedió.

– Pensaba en ti, Hassan. Durante esta última semana todos hemos estado pensando en ti.

– Lo sé -no pudo mirarla a la cara-. Lo sé. Es mi error, solo mío, pero mi honor tiene una prioridad que no puede saldarse salvo mediante el matrimonio.

– ¿Rose? -preguntó-. ¿Te refieres a Rose?

– Claro que sí. ¿Qué otra podría ser

– Pero me aseguraste que tú te encargarías de eso…

– Pensé que podría. Pensé que lo había hecho. Me equivoqué.

– Hassan, he visto bastante a Rose como para tener la certeza de que ella jamás te obligaría de un modo que resultara inaceptable para ti. ¿Quieres que hable con ella?

– No -luego, con más gentileza, repitió-: No. Daría lo mismo. Sea cual fuere su respuesta, jamás seré libre. Verás, creo que no puedo vivir sin ella.

– Entonces, ¿la amas?

– Ella está… -cerró los puños y los apoyó en su corazón-. Dentro de mí.

La sonrisa de Nadim fue amable al tomarle la mano.

– Lo comprendo, Hassan. Y también lo comprenderá la mujer que te espera. Debes explicarle tus sentimientos, abrirle tu corazón…

– Nadim, por favor…

– Lo entenderá; te lo prometo.

– Pero…

– Confía en mí -entonces, con la más dulce de las sonrisas, afirmó-: Soy doctora -sin soltarle la mano, apartó la cortina por él.

Detrás, en el centro de la estancia, se hallaba una mujer joven, alta y esbelta con una túnica de seda de un rojo intenso y bordada con hilos de oro. A la cintura llevaba un cinturón de malla de oro. Sobre la cabeza lucía un velo tan denso que no le permitía ver nada de sus facciones, de su expresión.

Demasiado tarde se dio cuenta de que ni siquiera conocía su nombre; amagó con volverse pero vio que la cortina ya se había cerrado.

Detrás del velo Rose lo observaba. No le había gustado el plan de Nadim. Era imposible que se casara con Hassan sin que él supiera quién era ella. Nunca podría casarse con un hombre que pudiera aceptar semejante emparejamiento.

Pero no tendría que haberse preocupado. Nadim comprendía a su hermano mejor que él mismo. Había sabido que jamás aceptaría un matrimonio así. Y en ese momento lo tenía delante con las instrucciones de abrir su corazón, confesar el amor que sentía por otra mujer.

Pero el dolor que lo embargaba le desgarraba el corazón. No podía dejar que siguiera. Ya había oído suficiente, por lo que le extendió la mano.

– Sidi -musitó.

Tenía las manos pintadas; estaba vestida como su novia. ¿Cómo iba a explicarle…?

– Señor -repitió ella en inglés, y algo se agitó dentro de Hassan.

– ¿Quién eres? -dio un paso hacia ella.

– Me conoces, señor.

– Rose… -no podía creerlo. Pero la mano de ella encajó en la suya como un dulce recuerdo-. En una ocasión dijiste que si un hombre era lo bastante afortunado para tenerte, dedicarías tu vida a garantizar que no deseara a otra…

– Lo dije en serio

– No ha hecho falta una vida entera -le alzo el velo-. Te amo. Eres mi vida. Quédate conmigo, Rose. Para siempre. Vive conmigo, dame hijos, sé mi esposa y mi princesa.

– ¿Quieres que me quede en casa y eduque a tus hijos, Hassan? -¿es que había cambiado?

Las manos de él la aferraron por la cintura y la acercó con expresión grave.

– Eso suena demasiado bueno -notó que se ponía rígida en sus brazos, pero empezaba a aprender a bromear-. ¿Crees que podrías acoplar eso a tu nueva y ajetreada carrera como cabeza de un departamento de gobierno?

– ¿Lo sabes ya?

– Hace una media hora Faisal confesó lo que había hecho.

– ¿Y no te importaría?

Sí le importaba. No quería perderla de vista ni un minuto. Pero si era el precio por tenerla, aprendería a vivir con ello.

– Tienes un contrato firmado por el emir de Ras al Hajar. ¿Quién soy yo para cuestionarlo?

– ¿Y si tengo que viajar al extranjero, asistir a conferencias…?