¿Qué quería Hassan?
En absoluto una, conversación íntima. De lo contrario, habría llamado a la puerta de la villa en cualquier momento, y Rose se habría mostrado encantada de ofrecerle una taza de té y una galleta de chocolate. Era como lo hacía en Chelsea. Quizá en Ras al Hajar las cosas eran diferentes.
O quizá había planeado otra cosa.
«¡Piensa, Rose, piensa!» ¿Qué motivo podía tener Hassan al Rashid para querer secuestrarla?
¿Pedir un rescate? Ridículo.
¿Sexo? Sintió un hormigueo extraño en el estómago al pensarlo, pero descartó la idea como una absoluta tontería.
¿Podía ser la noción de una broma que tenía el príncipe playboy? Después de todo, su primo, el regente, se sentiría muy irritado por el tipo de publicidad que generaría esa pequeña aventura, y los rumores sugerían que entre los dos hombres no había ningún afecto. Se imaginaba los titulares, los boletines de las agencias…
De pronto todo encajó en su sitio. Tenía que ser eso. Los titulares. No era ninguna broma. Hassan quería que Ras al Hajar saliera en las noticias. Más que eso, quería avergonzar a Abdullah…
De pronto perdió la ecuanimidad. ¡Al diablo la historia! Ahí estaba, cubierta como un fardo, con los huesos que le temblaban por el traqueteo, y todo porque Hassan pensaba que sería divertido irritar a su primo con malos titulares, usándola a ella para lograrlo.
Se sintió ofendida. Muy ofendida. Era una mujer. No una estrella de cine. Clavó las rodillas en la parte de la anatomía de él que las tuviera y se irguió, echándose hacia atrás.
La sorpresa, o quizá el dolor, junto con el bamboleo del Land Rover mientras recorría el terreno agreste, se combinaron para que Hassan aflojara las manos. Apenas dispuso de tiempo para quitarse la capa antes de que él se recobrara, la sujetara y la inmovilizara contra el suelo. Mientras aspiraba amplias bocanadas de aire, una vez más se encontró con esos peligrosos ojos grises.
A Rose no se le escapaba la situación en la que se hallaba. Era vulnerable y se encontraba a merced absoluta de un hombre al que no conocía, cuyos motivos resultaban poco claros. Era mejor que uno de los dos dijera algo. Y rápidamente.
– Cuando invita a una joven a cenar, Su Alteza, lo hace en serio, ¿verdad?
CAPÍTULO 3
A CENAR? -repitió Hassan.
– Era usted, esta mañana, ¿no? -se apartó un mechón de pelo que amenazaba con hacerla estornudar-. «Simon Partridge solicita el placer…» ¿Sabe el señor Partridge que ha usado su nombre?
– Ah.
– ¿Y bien? – exigió saber-. ¿La cena se ha cancelado? Se lo advierto, no se me da muy bien eso de pan y agua. Voy a necesitar que me alimente…
– La cena se ha tomado en cuenta, señorita Fenton, pero me temo que tendrá que aceptar las disculpas del señor Partridge. En este momento se encuentra fuera del país y, en respuesta a su primera pregunta, no, no tiene ni idea de que he utilizado su nombre. De hecho, es completamente inocente de todo lo sucedido.
– Bueno -comentó pasado un momento-. Espero que le exprese con claridad su enfado cuando se entere.
– Puede contar con ello.
En realidad, ella misma había pensado en manifestarse, pero la voz de Hassan no fomentaba esas libertades y consideró que sería más inteligente dejarle esa tarea a Simon Partridge. Esperaba que no permaneciera mucho tiempo fuera, dondequiera que estuviese.
– ¿Sabe?, no tenía por qué envolverme de esa manera con la capa -tosió-. Me estoy recuperando de una enfermedad.
– Eso me han comentado -no pareció muy convencido de su actuación, y Rose comprendió que tratar de ganar su simpatía no la llevaría a ninguna parte-. Sin embargo, parece que se lo está pasando bien. Personalmente no habría considerado que una ajetreada agenda de cócteles, fiestas, recepciones y recorridos turísticos por la ciudad pudieran ser buenos para usted…
– Oh, comprendo. Me está haciendo un favor. Me ha secuestrado para que no me agote.
– Ese es un punto de vista -sonrió, aunque no fue una sonrisa tranquilizadora-. Me temo que mi primo solo ha pensado en su propio placer…
– Y en el mío. El mismo me lo dijo -pero eso tampoco la había convencido del todo. El príncipe Abdullah parecía demasiado ansioso de que ella proyectara una imagen muy positiva del país. Las cortinas de la limusina que la había llevado alrededor de la ciudad a alta velocidad sin duda habían ocultado multitud de pecados.
Había pensado en ponerse una de las abbayahs que lucían las mujeres nativas para, ocultado su pelo rojo y sus facciones, echar un vistazo por su propia cuenta. Desde luego, no se le había pasado por la cabeza hacer partícipe de ello a Tim; tenía la firme impresión de que él lo desaprobaría.
– Y en cuanto a permanecer al aire libre en la pista de carreras -continuó Hassan-, no habría sido muy adecuado. Sin duda la habría conducido a una recaída.
Salvo que hasta no haber hablado con él no pensaba asistir a las carreras. Pero no se molestó en mencionárselo. No quería que supiera que había influido en que cambiara de parecer.
– Su preocupación es muy conmovedora.
– Ha venido a Ras al Hajar a descansar y a relajarse, y será un placer encargarme de que así sea.
«¿Un placer?» No le gustó cómo sonó eso.
– El príncipe Hassan al Rashid, el perfecto anfitrión -respondió con sarcasmo, apartando el hombro del duro suelo del Land Rover como mejor pudo, teniendo en cuenta que prácticamente lo tenía sentado encima.
El gesto pasó desapercibido. Lo único que recibió de él fue una leve inclinación de cabeza en reconocimiento de su propio nombre.
– Usted ha venido a mi país en busca de placer, de unas vacaciones. ¿Tal vez de un poco de romance, si se puede juzgar por el libro que leía en el avión?
¡Santo cielo! Como pretendiera realizar sus fantasías, estaba metida en problemas. Tragó saliva.
– Al menos El Jeque tenía estilo.
– ¿Estilo?
– Un Land Rover no sustituye a un corcel -se dio cuenta de que hablaba de más. Sin duda debido a los nervios-. Negro como la noche, con el temperamento de un diablo -explicó-. Es el sistema habitual de transporte para los secuestradores del desierto. He de decirle que me siento engañada.
– ¿De verdad? -parecía sorprendido. ¿Quién podría culparlo?- Por desgracia, nuestro destino se halla demasiado lejos para que podamos hacerlo a caballo -sus ojos se mostraron divertidos, y eso tampoco la tranquilizó-. En particular estando usted convaleciente. No obstante, tomaré nota para el futuro.
– Oh, por favor, no se moleste -intentó sentarse, pero él no se movió.
– El terreno es irregular y no quisiera que se viera zarandeada. Se encontrará más a salvo echada.
¿Con todo su cuerpo cubriéndole el suyo? ¿Disponía de alguna elección? Aunque seguro que tenía razón. Sería más seguro…
¿Qué? ¡No podía creer que pensara eso! Era posible que ese hombre cumpliera todos los requisitos de una fantasía, pero solo se trataba de eso, de una fantasía. La había secuestrado y distaba mucho de encontrarse a salvo.
El modo en que la miraba, cómo sus piernas se hallaban a horcajadas de ella, con las caderas apoyadas con firmeza sobre su abdomen, sugería que la consideraba una mujer. Más motivo para no dejar de hablar.
– Se ha tomado muchas molestias para conseguir mi compañía. Si quería hablar conmigo, ¿por qué no se acercó a mí en el avión? ¿O por qué no llamó a la casa de mi hermano…?
Quizá él también tenía los mismos pensamientos, porque sin previa advertencia se situó al lado de ella y la observó con cautela.
– Supo en seguida quién era yo, ¿verdad?
«Al instante». Pero no pensaba halagarlo.