Tiip, sonó el grabador de la abogada, y Bong tocó su propio comunicador de escritorio con un sonido suave, rico, autoritario. Gracias a Dios.
—Aquí está nuestro paciente. Le sugiero, señorita Lelache, que lo salude, y podemos charlar un poco si usted lo desea; luego, tal vez usted podría alejarse hacia aquella silla de cuero que está en el rincón, ¿sí? Su presencia no debería preocuparle al paciente, pero si se la recordamos constantemente, ello podría alargar innecesariamente las cosas. Se trata de una persona que está en un estado de ansiedad bastante agudo, usted sabe, con tendencia a interpretar los hechos cómo una amenaza personal y a construir un conjunto de ilusiones protectoras, ya lo va a ver. Ah, sí, el grabador apagado, correcto, una sesión de terapia no debe grabarse. ¿De acuerdo? Perfecto.
—¡Sí, hola, George, adelante! Esta es la señorita Lelache, la participante de SEB. Ha venido a presenciar el funcionamiento de la Ampliadora.
Los dos se estaban estrechando las manos de la manera más ridículamente formal. Resonaban los brazaletes de la abogada. El contraste le divirtió a Haber: la mujer feroz y dura, el hombre triste y sin carácter. No tenían absolutamente nada de común.
—Bien —dijo él, disfrutando con el manejo del espectáculo—, sugiero que empecemos con nuestro asunto, a menos que haya algo especial en su mente, George, de lo que desea hablar primero —mediante sus movimientos en apariencia normales, los estaba dirigiendo: la Lelache a la silla en el rincón apartado, Orr al diván—. Perfecto, entonces, veamos un sueño. El que constituirá, incidentalmente, un registro para SEB del hecho de que la Ampliadora no afloja las uñas de sus pies ni endurece sus arterias ni le hace estallar el cerebro, ni tiene ningún efecto lateral, salvo tal vez una pequeña disminución compensatoria en los sueños de la noche. Mientras terminaba de hablar tendió su mano derecha y la colocó sobre la garganta de Orr, casi casualmente.
Orr retrocedió ante el contacto, como si nunca lo hubiera hipnotizado.
Luego se disculpó.
—Perdón. Se me acercó tan de repente.
Fue necesario rehipnotizarlo por completo, empleando el método de inducción v-c que era perfectamente legal por supuesto, pero bastante más espectacular, y Haber habría preferido no usarlo frente a una observadora de SEB; estaba furioso con Orr, en quien había sentido una resistencia creciente en las últimas cinco o seis sesiones. Una vez que lo hubo hipnotizado, puso una cinta magnetofónica que él mismo había preparado con todas las aburridas repeticiones: “Usted está cómodo y relajado ahora. Está profundizando su trance”, etcétera. Mientras se oía la cinta Haber fue hacia su escritorio y acomodó papeles con rostro calmo y serio, ignorando a la señorita Lelache. Ella se mantuvo quieta; sabía que la rutina de la hipnosis no debía ser interrumpida. Miraba a través de la ventana la amplia vista, las torres de la ciudad.
Por último Haber detuvo la cinta y colocó el casco en la cabeza de Orr.
—Ahora, mientras le coloco esto, hablemos del tipo de sueño que va a soñar, George. ¿Tiene ganas de hablar de eso, verdad?
Lento asentimiento con la cabeza del paciente.
—La última vez que estuvo acá hablamos de algunas cosas que le preocupan. Dijo que le gusta su trabajo, pero no le gusta ir en subterráneo a trabajar. Se siente incómodo, me dijo, aprisionado. Siente como si no hubiera lugar para sus codos, como si no estuviera libre.
Se detuvo, y el paciente, que siempre estaba taciturno durante la hipnosis, finalmente respondió solamente:
—Exceso de población.
—Mm…, esas son las palabras que usó. Esos son los términos, su metáfora, para esa sensación de falta de libertad. Bien, ahora discutamos esas palabras. Usted sabe que en el siglo XVIII Malthus llamó la atención sobre el peligro del crecimiento de la población; y hubo otro ataque de pánico por la población excesiva hace unos treinta o cuarenta años. Por cierto, la población ha aumentado, pero todos los horrores que predecían no se verificaron. Las cosas no están tan mal como se decía. Todos vivimos bien aquí en Norteamérica, y si nuestro estándar de vida ha tenido que descender en ciertos aspectos, en otros es más alto que una generación atrás. Ahora bien, tal vez el temor exagerado de la población excesiva, del hacinamiento, refleja no una realidad exterior sino un estado mental interior. Si usted se siente apretujado cuando no lo está, ¿qué significa eso? Tai vez que le teme al contacto humano, a estar cerca de la gente, a que lo toquen. De modo que ha encontrado una especie de excusa para mantener a la realidad a distancia —el electroencefalógrafo estaba funcionando, y mientras hablaba hizo las conexiones con la Ampliadora—. Ahora, George, charlaremos un poco más y entonces, cuando le diga la palabra clave “Amberes”, usted empezará, a dormir; cuando se despierte se sentirá fresco y alerta. No recordará lo que estoy diciendo ahora, sino su sueño. Será un sueño vívido, vívido y agradable, un sueño efectivo. Soñará con este tema que le preocupa, la población excesiva: tendrá un sueño donde descubrirá que no es eso realmente lo que le preocupa. Las personas no pueden vivir solas, después de todo; ¡ser confinado en soledad es el peor tipo de castigo! Necesitamos a la gente alrededor de nosotros, para que nos ayude, para ayudarla, para competir, para aguzar nuestro ingenio. Siguió y siguió hablando. La presencia de la abogada desmejoró mucho su estilo; debía ponerlo todo en términos abstractos, en lugar de decirle a Orr simplemente lo que debía soñar. Por supuesto, no estaba falsificando su método para engañar a la observadora; simplemente, su método no era invariable aún. Lo variaba de una sesión a la otra, buscando el modo seguro de sugerir el sueño preciso que deseaba, y combatiendo siempre la resistencia que a veces le parecía la exactitud excesiva del pensamiento de proceso primario, y a veces una positiva obstinación de la mente de Orr. Fuera lo que fuese lo que lo impedía, el sueño casi nunca se producía en la forma que deseaba Haber, y esta clase de sugerencia vaga, abstracta, podía funcionar tan bien como cualquier otra. Tal vez suscitaría una resistencia inconsciente menor en Orr.
Le indicó con un gesto a la abogada que se acercara a observar la pantalla del electroencefalógrafo, que ella había estado tratando de ver desde su rincón, y siguió:
—Tendrá un sueño en el que no se sentirá hacinado, presionado. Soñará con todo el espacio que hay en el mundo, con toda la libertad de que dispone para moverse.
Y por último dijo:
—¡Amberes! —y señaló las marcas del electroencefalógrafo para que la señorita Lelache pudiera ver el cambio casi instantáneo—. Observe la desaceleración en todo el gráfico —murmuró—. Ahí tiene un pico de alto voltaje, y ahí hay otro… Agujas del dormir. Ya está entrando en la segunda etapa del dormir ortodoxo, el dormir s, como quiera llamarlo, el dormir sin sueños vívidos que se presenta entre los estados de toda la noche. Pero no lo dejaré seguir hasta la profunda etapa cuarta, ya que está aquí para soñar. Estoy poniendo en marcha la Ampliadora. No aparte la vista de esas marcas. ¿Ve?
—Parece como si se estuviera despertando de nuevo —murmuró ella, vacilante.
—¡Exacto! Pero no se está despertando. Mírelo.
Orr yacía de espaldas, su cabeza caída un poco hacia atrás de modo que su barba corta y rubia apuntaba hacia arriba; estaba profundamente dormido, pero se notaba cierta tensión alrededor de su boca, y suspiraba de manera profunda.
—¿Ve el movimiento de sus ojos, debajo de los párpados? Así fue cómo notaron por primera vez todo este fenómeno del dormir con sueños, allá por 1930; lo denominaron “dormir con rápido movimiento de ojos” por años. Es muchísimo más que eso, sin embargo. Es un tercer estado del ser. Todo su sistema autonómico está tan completamente movilizado, como podría estarlo en un momento de excitación de su vida normal; pero su tono muscular es nulo, los músculos grandes están relajados más profundamente que en el dormir s. Las zonas cortical, subcortical, del hipocampo y del mesencéfalo, están tan activas como cuando camina, mientras que en el dormir s están inactivas. La respiración y la presión sanguínea están al nivel de cuando camina, o más alto aún. Sienta el pulso —puso les dedos de ella sobre la muñeca floja de Orr—. Ochenta u ochenta y cinco. Le está ocurriendo algo importante, sea lo que fuere…