—¿Nada más que la paz? Soñar sobre la paz… ¿eso fue todo lo que me dijo?
Haber no respondió en seguida. Se ocupó de los controles de la Ampliadora.
—Muy bien —dijo al fin—. Esta vez, en forma experimental, le permitiremos que compare la sugerencia con el sueño. Tal vez descubramos por qué resultó negativa. Yo le dije… no, escuchemos la cinta —él se acercó a un panel de la pared.
—¿Usted graba toda la sesión?
—Seguro. Es una práctica psiquiátrica habitual. ¿No lo sabía?
¿Cómo podía saberlo si está oculto, no emite ninguna señal, y usted no me lo dijo?, pensó Orr, pero no dijo nada. Tal vez fuera la práctica habitual, tal vez fuera la arrogancia de Haber; pero en cualquiera de los casos no era mucho lo que él podía hacer.
—Aquí está, debe ser por acá. Ahora el estado hipnótico, George. ¡No se duerma! —la cinta emitió un sonido. Orr sacudió la cabeza y pestañeó. En los últimos fragmentos de la cinta había oído la voz de Haber, y él todavía tenía los efectos de la droga inductora.
—Tendré que omitir una parte. Muy bien.
Ahora se oía la voz de Haber en la cinta, que decía:
“…paz. No más matanzas masivas de seres humanos por otros humanos. No más lucha en Irán, Arabia e Israel. No más genocidios, en África. No más depósitos de armas nucleares y biológicas, listas para ser usadas contra otras naciones. No más investigaciones tendientes a hallar medios para matar a la gente. Un mundo en paz consigo mismo. Ahora usted va a dormir. Cuando diga…” Detuvo bruscamente la cinta, para que Orr no volviera a dormirse con la palabra clave.
Orr se rascó la frente.
—Bien —dijo, seguí las instrucciones.
—Apenas. Soñar con una batalla en el espacio cislunar… —Haber se detuvo tan bruscamente como la cinta.
—Cislunar —dijo Orr, sintiéndose un poco triste por Haber—. No usamos esa palabra cuando me dormí. ¿Cómo están las cosas en Isragipto?
Esa palabra compuesta de la antigua realidad tenía un efecto curioso, pronunciado en esta realidad: como el surrealismo, parecía tener sentido y no lo tenía, o parecía no tener sentido y lo tenia.
Haber caminó hacia uno y otro lado de la habitación, grande y hermosa. En una oportunidad pasó su mano sobre su enrrulada barba castaño rojiza. El gesto, tan calculado, le resultaba familiar a Orr, pero cuando Haber habló él sintió que buscaba y elegía las palabras cuidadosamente, sin confiar, por una vez, en su inagotable capacidad de improvisación.
—Es curioso que usted usara la Defensa de la Tierra como símbolo o metáfora de la paz, del fin de la guerra. Sin embargo, no deja de tener sentido; sólo que muy sutil. Los sueños son infinitamente sutiles. Infinitamente. Porque en realidad fue esa amenaza, el peligro inmediato de invasión por parte de extraños que no se comunican, irrazonablemente hostiles, lo que nos obligó a dejar de luchar entre nosotros, a volcar hacia afuera nuestras energías agresivas-defensivas, a extender el impulso territorial de modo que incluyera a toda la humanidad, a combinar nuestras armas contra un temor común. De no haber atacado los Extraños, ¿quién sabe? Tal vez estaríamos aún luchando en el Cercano Oriente.
—Escapados de la sartén para caer en el fuego —dijo Orr—. ¿No ve, doctor Haber, que eso es lo que conseguirá de mí? Vea, no es que quiera bloquearlo, frustrar sus planes. La terminación de la guerra era una buena idea, estoy totalmente de acuerdo con usted. Incluso, voté a los Aislamientistas en las elecciones últimas porque Harris prometió que nos haría salir del Cercano Oriente. Pero supongo que no puedo, o que mi subconsciente no puede ni siquiera imaginar un mundo sin guerras. Lo mejor que puede hacer es reemplazar una clase de guerra por otra. Usted dijo, no más matanzas de seres humanos por otros humanos. De modo que soñé con los Extraños. Sus propias ideas son razonables y sanas, pero es mi inconsciente lo que usted está tratando de utilizar, no mi mente racional. Tal vez racionalmente podría concebir que la especie humana no trate de matarse a si misma, por naciones; en realidad, racionalmente es más fácil de concebir que los motivos de la guerra. Pero usted está manejando algo que está fuera de la razón. Está tratando de alcanzar metas progresistas, humanitarias, con una herramienta que no se adecua a la tarea. ¿Quién tiene sueños humanitarios?
Haber no habló, no mostró ninguna reacción, de modo que Orr siguió.
—O tal vez no es sólo mi mente inconsciente, irracional; tal vez es todo mi yo, mi ser total, lo que no se adecua a la tarea. Soy demasiado derrotista, o pasivo, como usted dijo. No tengo suficientes deseos. Puede ser que eso tenga relación con mi capacidad… para soñar efectivamente; pero si no la tiene, puede haber otras personas capaces de hacerlo, personas con mentes más parecidas a la suya, con las que usted podría trabajar mejor. Usted debería probarlo; no puede ser que yo sea el único; tal vez yo sólo tomé conciencia de ello. Pero no quiero hacerlo. Quiero terminar con esto, no puedo aceptarlo. Está bien, hace seis años que la guerra ha terminado en el Cercano Oriente, perfecto, pero ahora están los Extraños en la Luna. ¿Qué ocurrirá si descienden? ¿Qué clase de monstruos ha extraído usted de mi inconsciente, en nombre de la paz. ¡Yo ni siquiera lo sé!
—Nadie sabe cómo son los Extraños, George —dijo Haber en un tono razonable, tranquilizador—. Todos tenemos nuestros sueños malos acerca de ellos, por cierto. Pero como usted dijo, han pasado seis años desde que llegaron a la Luna, y aún no han intentado llegar a la Tierra. Ahora nuestros sistemas de defensa con misiles son totalmente eficientes. No hay motivos para pensar que aparecerán ahora, si no lo han hecho todavía. El período de peligro fueron aquellos primeros meses, antes de que se movilizara la Defensa sobre una base cooperativa internacional.
Orr siguió sentado, con los hombros vencidos. Pero tenía deseos de gritarle a Haber, “¡Mentiroso! ¿Por qué me miente?” paro su impulso no era profundo, no conducía a nada. Por lo que sabía, Haber era incapaz de sinceridad porque se mentía a sí mismo. Podía tener su mente dividida en dos mitades herméticas, en una de las cuales sabía que los sueños de Orr cambiaban la realidad, y los empleaba con esos fines; en la otra, sabía que estaba usando hipnoterapia y un sistema de sueños para tratar a un paciente esquizoide que creía que sus sueños cambiaban la realidad.
A Orr le resultaba difícil concebir que Haber hubiera podido incomunicarse consigo mismo de esa manera; su propia mente era tan resistente a tales divisiones que le resultaba difícil reconocerla en otros. Pero él sabía que existían. Había crecido en un país regido por políticos que enviaban a los pilotos a tripular bombarderos que mataban a los niños para que el mundo fuera seguro y los niños pudieran crecer en él.
Pero eso era en el mundo antiguo, no en el bravo mundo nuevo.
—Me estoy volviendo loco —dijo Orr—. Usted debe notarlo; es un psiquiatra. ¿No ve que me estoy destrozando? ¡Extraños del espacio exterior que atacan la Tierra! ¿Si me pide que vuelva a soñar, qué va a conseguir? Tal vez un mundo totalmente insano, el producto de una mente insana. Monstruos, fantasmas, brujas, dragones, transformaciones… todo el material que llevamos en nosotros, todos los horrores do la infancia, los temores nocturnos, las pesadillas. ¿Cómo podrá impedir que todo eso se libere? ¡Yo no puedo detenerlo, no lo puedo controlar.
—¡No se preocupe por el control! Usted se está esforzando por llegar a la libertad —dijo Haber, exaltado—. ¡Libertad! Su inconsciente no es un pozo de horror y depravación. Esa es una noción victoriana, y muy destructiva. Destruyó las mejores mentes del siglo XIX, y perturbó a la psicología en la primera mitad del siglo XX. ¡No tenga miedo de su inconsciente! No es un negro pozo de pesadillas. ¡Nada de eso! Es el manantial de la salud, la imaginación, la creatividad. Lo que consideramos “perverso” es el producto de la civilización, de sus restricciones y represiones, que deforman la expresión espontánea y libre de la personalidad. El objetivo de la psicoterapia es justamente ése, eliminar esos temores y pesadillas infundados, traer lo inconsciente a la luz de la conciencia racional, examinarlo objetivamente y descubrir que no hay nada que temer.