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Después de decir eso, de pronto volvió a ser él mismo, a pesar de sus ojos y sus cabellos de loco: un hombre cuya dignidad personal era tan profunda que casi se hacía invisible.

—¡Está bien, no me ofendí! Pero usted está eludiendo la terapia, ¿verdad?

Él asintió con la cabeza.

—¿Quiere un poco de café? —preguntó.

Era más que dignidad. ¿Integridad? Como un bloque de madera sin tallar.

La infinita posibilidad, la ilimitada e incalificada integridad del que no tiene compromisos, del que no actúa, del que no está formado: el ser que, al no ser más que sí mismo, es todo.

En un instante ella lo vio así, y lo que más le sorprendió de su visión, era la fuerza de él. Era la persona más fuerte que ella había conocido, porque era imposible desplazarlo de su centro. Es por eso que a ella le gustaba. Ella se sentía impulsada hacia la fuerza, atraída como la polilla hacia la luz. De niña, ella había recibido mucho afecto, pero no había fuerza a su alrededor, alguien en quien apoyarse: la gente se había apoyado en ella.

Por treinta años había deseado encontrar a alguien que no se apoyara en ella, que no lo hiciera nunca, que no pudiera…

Aquí estaba, bajo, con ojos enrojecidos, psicótico y ocultándose, aquí estaba él, su torre de fuerza.

La vida es la mescolanza más increíble, pensó Hather. Nunca se puede adivinar qué va a suceder. Se quitó el abrigo mientras Orr tomaba una taza del estante y una lata de leche del armario. Le dio a ella una taza de café fuerte: 97 por ciento de cafeína, 3 por ciento libre.

—¿Usted no toma?

—He tomado tanto. Me da taquicardia.

El corazón de ella fue hacia él enteramente.

—¿Un poco de brandy?

El pareció dudar.

—No le hará dormir. Lo animará un poco. Voy a buscarlo.

Orr iluminó el camino con una linterna cuando ella fue hacia el auto. El arroyo rugía, los árboles estaban silenciosos, la Luna brillaba allá arriba, la Luna de los Extraños.

Vueltos a la casa, Orr se sirvió una modesta medida de brandy y lo probó. Tembló.

—¡Qué bueno! —dijo, y lo bebió de un trago.

Ella lo observaba con mirada aprobatoria.

—Siempre llevo una botellita conmigo —comentó—. La guardo en la guantera del auto porque si me detiene la policía y debo mostrarle mi licencia, parece un poco extraña en la cartera. Pero casi siempre la tengo conmigo. Es notable cómo se la necesita, un par de veces por año.

—Es por eso que lleva siempre una cartera tan grande —dijo Orr, con voz enronquecida por el alcohol.

—Exacto. Creo que le voy a agregar un poco a mi café, para suavizarlo —al mismo tiempo volvió a llenar la copa de él—. ¿Cómo pudo estar despierto por sesenta o setenta horas?

—No fue así todo el tiempo. Simplemente, no me acosté. Se puede dormir un poco sentado, pero no soñar. Es necesario estar acostado para entrar en el estado de sueño, para que los músculos grandes puedan relajarse. Lo leí en un libro; funciona bastante bien. No he tenido un solo sueño todavía. Pero al no poder relajarse, uno vuelve a despertarse. Y en las últimas horas he tenido algo así como alucinaciones, cosas que se agitan en la pared.

—¡No puede seguir así!

—No, es cierto. Sólo quería escapar. De Haber —una pausa; parecía haber entrado en una nueva etapa de decaimiento; se rió, y su risa sonó tonta—. La única solución que veo —dijo— es matarme. Pero no quiero matarme. No me parece correcto.

—¡Por supuesto que no lo es!

—Pero hay que detener esto de alguna manera. Es necesario que me detengan.

Ella no lo entendía, y no quiso entenderlo.

—Este lugar es muy lindo —dijo—. No he tenido oportunidad de oler madera quemada en veinte años.

—Contamina el aire —dijo él, sonriendo apenas; parecía totalmente ido; ella observó que estaba sentado en una posición muy erecta sobre el catre, sin siquiera apoyarse contra la pared; parpadeó varias veces—. Cuando usted golpeó —dijo él— pensé que era un sueño. Por eso… abrir.

—Usted dijo que había soñado esta cabaña. Bastante modesta para un sueño. ¿Por qué no se consiguió un chalet en la playa de Salishan, o un castillo en cabo Perpetua?

Arrugó el entrecejo y sacudió la cabeza.

—Es todo lo que deseaba —después de pestañear un poco más, agregó—: Lo que ocurrió. Lo que le ocurrió a usted, el viernes. En el consultorio de Haber. La sesión.

—¡Eso es lo que he venido a preguntarle!

Eso lo hizo despertar.

—Usted tuvo conciencia…

—Creo que si. Es decir, sé que algo ocurrió. He estado tratando de correr en dos pistas con un solo juego de ruedas desde el viernes. ¡Me di de narices contra la pared en mi propio departamento el domingo! ¿Ve? —ella exhibió un hematoma obscuro bajo la piel morena, en la frente—. La pared estaba allí ahora, pero no estaba allí ahora. ¿Cómo puede vivir en una situación así todo el tiempo? ¿Cómo puede saber dónde está algo?

—No lo sé —dijo Orr—. Me confundo. Si es que eso debe ocurrir, entonces no debe ocurrir con tanta frecuencia. Es demasiado. Ya no sé si estoy loco o es que no puedo manejar toda la información conflictiva, simplemente. Yo… Me… ¿Entonces usted me cree realmente?

—¿Qué otra cosa puedo hacer? ¡Vi lo que le ocurrió a la ciudad! ¡Estaba mirando por la ventana! No vaya a creer que deseo creerlo. No, trato de no creerlo. Dios, es terrible. Pero ese doctor Haber, no quería que yo lo creyera, tampoco, ¿verdad? Habló mucho y rápido. Pero luego, lo que usted dijo cuando despertó, y tropezar con paredes, e ir a una oficina equivocada… Me pregunto todo el tiempo, ¿habrá soñado algo más desde el viernes? Las cosas vuelven a estar cambiadas, pero no lo sé porque no estuve presente, y me pregunto constantemente cuáles cosas están cambiadas y si hay algo que sea real. ¡Oh, mierda, es terrible!

—Así es. Escuche, ¿usted sabe de la guerra… la guerra en el Cercano Oriente?

—Claro que sé. Mi esposo murió en ella.

—¿Su esposo? —pareció sorprendido— ¿Cuándo?

—Tres días antes de que terminara. Dos días antes de la Conferencia de Teherán y el Pacto Estados Unidos-China. Un día después de que los Extraños volaran la base lunar.

Él la miraba angustiado.

—¿Qué ocurre? Oh, demonios, es una vieja cicatriz. Hace seis años, casi siete. De haber seguido viviendo él, ya nos habríamos divorciado, porque resultó un mal matrimonio ¡Escuche, no fue culpa suya!

—Ya no sé qué es culpa mía.

—Bien, lo de Jim seguro no fue. Él era un hermoso negro inmenso, un maldito infeliz, importante Capitán de la Fuerza Aérea a los 26 y muerto a los 27, ¿usted no pensará que inventó todo eso, verdad? porque eso ha estado sucediendo por miles de años. Y ocurrió exactamente así de la otra… manera, antes del viernes, cuando el mundo estaba tan superpoblado, exactamente así. Sólo que fue al principio de la guerra… ¿verdad? —su voz se tornó más grave, más suave—. Mi Dios. Era el principio de la guerra, en lugar de ser antes del cese del fuego. La guerra seguía y seguía. Seguía hasta ahora, y no había… no había Extraños… ¿verdad?

Orr negó con la cabeza.

—¿Usted los soñó a ellos?

—Él me hizo soñar con la paz. Paz en la Tierra, buena voluntad entre los hombres. Entonces yo hice a los Extraños, para que tuviéramos con quién luchar.

—No fue usted. Fue esa máquina de Haber.

—No. Yo puedo funcionar muy bien sin esa máquina, señorita Lelache. Todo lo que la máquina hace es ahorrar tiempo, hacerme soñar de inmediato. Aunque él ha estado trabajando en ella para mejorarla. Él es magnífico para mejorar cosas.