—Por favor llámeme Heather.
—Es un bonito nombre.
—Su nombre es George. Él le decía todo el tiempo George, en esa sesión. Como si usted fuera un perro inteligente real, o un mono. Acuéstese, George. Sueñe esto, George.
Él rió; sus dientes eran blancos y su risa agradable hacía olvidar su aspecto y su confusión.
—No era a mí. Es a mi subconsciente que él le habla. Es una especie de perro, o mono, para sus fines. No es racional, pero se lo puede adiestrar para que funcione.
Él nunca hablaba en tono amargo, por terribles que fueran las cosas que decía. ¿Existen realmente personas sin resentimiento, sin odio?, se preguntó ella. Personas que nunca van a contrapelo del Universo. Que reconocen el mal y lo resisten, pero al mismo tiempo no se ven afectados por él.
Por supuesto que existen. Innumerables, entre vivos y muertos. Aquellos que han regresado por pura compasión a la rueda, los que siguen el camino que no puede seguirse sin saber que lo siguen, la esposa del medianero de Alabama y el lama del Tibet y el entomólogo del Perú y el molinero de Odesa y el verdulero de Londres y el pastor de cabras de Nigeria y el viejo, viejo hombre que talla un palito junto al lecho seco de un río en alguina parte de Australia, y todos los otros. No hay uno solo de nosotros que nos los haya conocido. Existen suficientes de ellos, suficientes para que sigamos viviendo. Tal vez.
—Ahora dígame, necesito saber esto: ¿fue después de ir a lo de Haber que empezó a tener…
—Sueños efectivos. No, antes. Por eso fui. Tenía miedo de los sueños, y entonces conseguía sedantes ilegalmente para suprimir los sueños. No sabía qué hacer.
—¿Por qué no tomó algo estas dos últimas noches, entonces, en lugar de tratar de mantenerse despierto?
—Usé todos los que tenía el viernes a la noche. No los puedo conseguir aquí. Tenía que irme. Quería alejarme del doctor Haber. Las cosas son más complicadas que lo que él quiere admitir. Cree que se puede conseguir que las cosas se arreglen, y trata de usarme para eso, aunque no quiere admitirlo; miente porque no se atreve a ver, no le interesa lo que es cierto, no le interesa nada, no puede ver nada más que su propia mente, sus ideas de cómo deberían ser las cosas.
—Bien. No puedo hacer nada por usted como abogada —dijo Heather, un tanto confundida; sorbía su café con brandy, que resultaba una bebida muy fuerte—. No había nada deshonesto en sus sugerencias hipnóticas, en mi opinión; solo le dijo a usted que no se preocupara por el exceso de población. Y si él está decidido a ocultar el hecho de que está usando sus sueños para fines especiales, puede hacerlo; mediante el uso de hipnosis, podría asegurarse de que usted no tenga un sueño efectivo en presencia de alguna otra persona. Me pregunto por qué me habrá permitido presenciar una sesión. ¿Está seguro de que él mismo cree en los sueños? No lo entiendo. De todos modos, a un abogado le resulta difícil interferir entre un psiquiatra y su paciente, en especial cuando el psiquiatra es un personaje importante y el paciente es un loco que cree que sus sueños se conviertan en realidad… ¡no, no quisiera llevar un caso así a la corte! Pero veamos, ¿no hay alguna manera de que usted no sueñe para él? ¿Tal vez con sedantes?
—No tengo derecho a Tarjeta de Farmacia mientras estoy en TTV. Él tendría que recetarme los sedantes. De cualquier manera, su Ampliadora podría hacerme soñar.
—Eso es invasión de la privacidad; pero no servirá para iniciar un juicio… Escuche. ¿Qué le parece si usted tiene un sueño en el que lo cambia a él?
Orr la miró a través de una niebla de sueño y brandy.
—Tornarlo más benévolo… bien, usted dice que él es benévolo, que tiene buenas intenciones. Pero está sediento de poder; ha encontrado un excelente modo de dirigir el mundo sin asumir ninguna responsabilidad. Bien, tornarlo menos ambicioso. Soñar que él es realmente un buen hombre. Soñar que está tratando de curarlo, no de usarlo.
—Pero no puedo elegir mis sueños. Nadie puede hacerlo.
Ella se abatió.
—Me olvidaba. En cuanto acepto esto como cosa real, pienso que es algo que usted puede controlar. Pero no es así; usted sólo lo hace.
—Yo no hago nada —dijo Orr en tono calmo—. Nunca he hecho nada. Sólo sueño, y eso es todo.
—Yo lo voy a hipnotizar —dijo Heather de pronto.
El haber aceptado como cierto un hecho increíble, le daba cierta sensación de valentía: si los sueños de Orr funcionaban, ¿por qué no iban a funcionar otras cosas? Además, no había comido nada desde el mediodía, y el café y el brandy estaban haciendo sentir sus efectos.
El la miraba fijamente.
—Lo he hecho. Asistí a cursos de psicología en la facultad. Todos debíamos practicar como hipnotizadores y como sujetos. Yo era buena como sujeto, pero muy buena para hipnotizar. Lo voy a hipnotizar a usted y le voy a sugerir un sueño. Sobre el doctor Haber… convertirlo en inofensivo. Sólo le diré que sueñe eso, nada más. ¿Sabe? ¿No es algo seguro, lo más seguro que podemos intentar en este punto?
—Pero yo soy resistente a la hipnosis. Antes no, pero él dice que lo soy ahora.
—¿Es por eso que utiliza la inducción v-c? Me disgusta observar eso, parece un asesinato. No podría hacerlo, y además no soy médica.
—Mi dentista usaba solamente una cinta, y obtenía buenos resultados. Por lo menos así lo creo —hablaba absolutamente dormido, y pudo haber seguido divagando por horas.
Ella dijo con suavidad:
—Parece ser que se resiste al hipnotista, no a la hipnosis… Podríamos intentarlo, de todos modos, y si resulta yo podría darle una sugerencia posthipnótica para que sueñe un breve sueño… ¿cómo le llama usted? efectivo, sobre Haber. Así él cambia de actitud con usted y trata de ayudarlo. ¿Cree que eso puede resultar? ¿Se anima?
—Podría dormir un poco, de todos modos —dijo Orr—. Yo… tendré que dormir alguna vez. No creo que pueda pasar esta noche sin dormir Si usted piensa que puede hacer la hipnosis…
—Creo que puedo. Pero escuche, ¿tiene algo para comer acá?
—Sí —replicó él, adormecido; después de un momento, pareció despertar—. Oh, sí. Perdóneme. Usted no ha comido. Hay un pan… —buscó en el armario y extrajo pan, margarina, cinco huevos duros, una lata de atún y un poco de lechuga un tanto marchita.
Ella encontró dos platos metálicos, tres tenedores distintos entre sí y un cuchillo.
—¿Usted comió? —preguntó ella.
El no estaba seguro. Comieron juntos, ella sentada a la mesa en la silla, él parado. El estar parado parecía revivirlo, y demostró tener mucho apetito. Tuvieron que dividir todo por la mitad, incluso el quinto huevo.
—Usted es una persona muy amable —dijo él.
—¿Yo? ¿Por qué? ¿Por haber venido acá? ¡Mierda, estaba asustada por ese cambio del mundo del viernes! Quería asegurarme. Estaba mirando el hospital donde nací, del otro lado del río, mientras usted soñaba, y luego, de repente, ya no estaba y nunca había estado.
—Pensé que usted era del Este —dijo Orr.
La coherencia no era su fuerte en ese momento.
—No —ella limpió la lata de atún escrupulosamente y lamió el cuchillo—. Portland. Dos veces, ahora. En dos hospitales diferentes. ¡Cristo! Pero nacida y criada, como mis padres. Mi padre era un negro y mi madre blanca. Es una combinación interesante. El era un militante real del tipo del Poder Negro, de la década del 70, usted sabe, y ella era hippie. Él pertenecía a una familia subsidiada de Albina, sin padre, y ella era la hija de un abogado importante de Portland Heights. Mi madre abandonó los estudios y se dedicó a las drogas y a todo eso que se hacía entonces. Luego se conocieron en una concentración política, una demostración. Eso fue cuando las demostraciones aún eran legales. Se casaron, pero él no pudo soportarlo por mucho tiempo, me refiero a la situación general, no sólo al matrimonio. Cuando yo tenía ocho años él se fue a África, a Ghana, creo. Pensaba que su gente había venido originalmente de allí, pero no lo sabía con seguridad. Habían vivido en Louisiana desde que tenían memoria, y Lelache era el nombre del propietario de los esclavos. Es un apellido francés, y significa “el cobarde”. Yo estudié francés en el secundario porque mi nombre era francés —dijo ella, en tono de burla—. De todos modos, él se fue, y la pobre Eva quedó como abandonada. Esa es mi madre. Nunca quiso que la llamara “mamá” o “ma”, ni nada por el estilo, porque eso era muy típico de la posesividad del núcleo familiar de la clase media. De modo que yo la llamaba Eva. Vivimos en una especie de comunidad por un tiempo, allá arriba en el monte Hood. ¡Cristo, qué frío hacía en invierno! Pero la policía lo destruyó todo; decían que se trataba de una conspiración antinorteamericana. Después de eso fue viviendo como podía, hacía buena cerámica cuando podía usar el torno y el horno de alguien, pero principalmente trabajaba en pequeños negocios y restaurantes. Esa gente se ayudaba mucho entre sí, realmente mucho. Pero ella nunca pudo alejarse de las drogas muy fuertes, estaba atrapada. Dejaba por un año, y después volvía. Sobrevivió a la Plaga, pero a las treinta y ocho años se infectó con una aguja sucia, y murió. Entonces sí apareció su familia para hacerse cargo de mí. ¡Yo ni siquiera los había visto! Me mandaron a la escuela y a estudiar abogacía. Voy a comer con ellos la víspera de Navidad, todos los años. Soy como el dije negro de ellos. Pero le diré, lo que me molesta realmente es que no puedo decidir cuál es mi color. Es decir, mi padre era negro, un negro real —bueno, tenía algo de sangre blanca, pero era un negro— y mi madre era blanca, y yo no soy ni una cosa ni la otra. Mi padre realmente odiaba a mi madre porque era blanca, aunque también la amaba. Yo creo que a ella le interesaba más el hecho de que él fuera negro que él mismo. Bien, ¿dónde me ubico yo? Nunca he podido resolverlo.