—Marrón —dijo él suavemente, parado detrás de la silla de ella.
—El color de la mierda.
—El color de la Tierra.
—¿Usted es de Portland?
—Sí.
—Ni le oigo por el ruido de ese maldito arroyo. Suponía que estos terrenos salvajes serían silenciosos. ¡Continúe!
—Es que he tenido tantas infancias, ahora —dijo él—. ¿Cuál es la que debo contarle? En una, mis dos padres murieron el primer año de la Plaga. En una no hubo ninguna Plaga. No sé… Ninguno de ellos fue muy interesante. Es decir, no hay nada que contar. Todo lo que hice fue sobrevivir.
—Bien. Eso es lo más importante.
—Se hace más duro cada vez. La Plaga, y ahora los Extraños… —rió sin convicción, y cuando ella se dio vuelta para mirarlo lo vio triste y agotado.
—No puedo creer que usted los haya creado con su sueño. No puedo. Les he tenido miedo por tanto tiempo, ¡seis años! Pero sabía que usted los había soñado, porque no estaban en el otro curso de tiempo, o lo que quiera que sea. En realidad, no son peores que aquel horrible exceso de población ¡Aquel horrible departamento en que vivía, con otras cuatro mujeres, en un Condominio de Mujeres de Negocios, por Dios! Y viajar en aquel subterráneo nefasto, y mis dientes en mal estado, y nunca había nada decente que comer, y tampoco suficiente. ¿Sabe?, pesaba 45 kg entonces, y ahora peso 55 kg. ¡Aumenté diez kilos desde el viernes!
—Es cierto. Era muy delgada, aquella primera vez que la vi en su oficina legal.
—Usted también. Se lo veía muy desmejorado. Sólo que como todos estábamos así, no se notaba. Ahora parece un individuo bastante sólido; sólo le falta dormir un poco.
Orr no dijo nada.
—Todo el mundo se ve mejor, también. Mire, si no puede evitar lo que usted hace, y si lo que usted hace torna todo un poco mejor, entonces no debe sentir culpa por ello. Tal vez sus sueños son un nuevo modo de evolución. Un modo, violento, con supervivencia de los más aptos y todo.
—Oh, peor que eso —dijo él, en el mismo tono ligero; se sentó en la cama—. Usted… —vaciló varias veces—. ¿Usted recuerda algo de abril, hace cuatro años… en 1998?
—¿Abril? No, nada especial.
—En esa fecha terminó el mundo —dijo Orr; un espasmo muscular le desfiguró el rostro, y se esforzó por respirar—. Nadie más lo recuerda.
—¿Qué quiere decir? —preguntó ella, obscuramente asustada; abril, abril de 1998, pensó ella, ¿recuerdo el mes de abril de 1998? Pensó que no lo recordaba, y supo que debió recordarlo; estaba asustada… ¿de él? ¿con él? ¿por él?
—No es evolución. Es sólo autoconservación. No puedo… Bien, fue mucho peor. Peor que lo que usted recuerda. Era un mundo similar al primero que usted recuerda, con una población de siete mil millones, sólo que… era peor. Sólo algunos países europeos tuvieron racionamiento y control de la contaminación y de la natalidad con anticipación suficiente, en la década de 1970, de modo que cuando nosotros finalmente tratamos de controlar la distribución del alimento, era demasiado tarde, no había suficiente, y la Mafia gobernaba el mercado negro, todos tenían que comprar en el mercado negro para tener algo que comer, y mucha gente no tenía nada. Reformaron la Constitución en 1984, de la forma que usted recuerda, pero las cosas estaban ya tan mal que fue peor, ya ni siquiera pretendía ser una democracia, era una especie de estado policial, pero no funcionaba, se desmoronó por completo. Cuando yo tenía quince años las escuelas cerraron. No hubo ninguna Plaga, pero sí epidemias, una tras otra; disentería y hepatitis y luego bubónica. Pero la mayor parte de la gente murió de inanición. Luego, en 1993, se inicio la guerra en el Cercano Oriente, pero fue diferente. Era Israel contra los Árabes y Egipto. Todos los países grandes entraron en la guerra. Uno de los estados africanos se unió al bando de los árabes, y utilizaron bombas nucleares en dos ciudades israelitas, de manera que nosotros les ayudamos a devolver el golpe, y… —estuvo callado por un momento y luego siguió hablando, aparentemente sin notar que hubo un corte en su relato—. Yo estaba tratando de salir de la ciudad; quería llegar al Forest Park, me sentía enfermo, no podía seguir caminando y me senté en los escalones de una casa de las colinas del oeste; las casas se habían incendiado todas pero los escalones eran de cemento, recuerdo que había algunos dientes de león que florecían en una hendedura entre los escalones. Me senté allí y no podía volver a levantarme, y sabía que no podía. Seguía pensando que estaba parado y caminaba, alejándome de la ciudad, pero eso fue un delirio; volví en mí y vi los dientes de león de nuevo y supe que iba a morir, y que todo lo demás estaba muriendo. Y entonces tuve el… tuve ese sueño —su voz se había enronquecido, y ahora se ahogaba—. Estaba bien —dijo al fin—. Soñé que estaba en casa. Me desperté y estaba bien. Estaba en la cama, en casa. Sólo que no era la casa que había tenido, la otra vez, la primera vez. ¡Oh Dios, ojalá pudiera no recordarlo! En general, no lo recuerdo; no puedo. Desde entonces me vengo diciendo que era un sueño. ¡Que eso era un sueño! Pero no lo era. Esto sí que lo es. Esto no es real. El mundo ni siquiera es probable. Eso era la verdad, lo que había ocurrido. Estamos todos muertos, y estropeamos el mundo antes de morir. No queda ya nada; nada más que sueños.
Ella le creía, pero al mismo tiempo lo negaba con furia.
—¿Y qué? ¡Tal vez eso sea todo lo que ha existido siempre! Como quiera que sea, está bien. ¿No creerá que se le permitiría hacer algo que no debe hacer, verdad? ¿Quien demonios se piensa que es? No hay nada que no tenga sentido, nada ocurre que no deba ocurrir. ¡Siempre! ¿Qué importa si lo llama realidad o sueño? Es todo uno… ¿verdad?
—No sé —dijo Orr, sumido en la angustia—; ella se acercó y lo abrazó como hubiera abrazado a un niño que sufre o a un hombre moribundo.