La cabeza que se apoyaba en su hombro era pesada, la mano rubia y cuadrada que descansaba en su rodilla estaba relajada.
—Está dormido —dijo ella; él no lo negó.
Ella debió sacudirlo con cierta violencia para que él lo negara.
—No, no estoy dormido —dijo Orr, sentándose erecto—. No —y volvió a abatirse.
—¡George! —era cierto: el uso de su nombre daba buenos resultados; Orr mantuvo los ojos abiertos el tiempo suficiente para mirarla.
—Siga despierto, siga despierto un poco más. Quiero intentar la hipnosis, para que usted pueda dormir —ella había pensado preguntarle qué debía sugerirle en la hipnosis con respecto a Haber, pero estaba muy agotado ahora—. Escuche, siéntese allí, en el catre. Mire… mire la llama de la lámpara, eso servirá. Pero no se duerma —ella colocó la lámpara de kerosén en el centro de la mesa, entre cáscaras de huevo y restos de comida—. Mantenga los ojos fijos en ella, ¡y no se duerma! Se relajará y se sentirá cómodo, pero no se dormirá todavía, no hasta que le diga “Duérmase”. Eso es. Ahora se siente bien, cómodo… —con cierto sentido de la actuación, siguió interpretando el papel de hipnotista; él estuvo hipnotizado casi de inmediato; ella no podía creerlo, y lo puso a prueba—. Usted no puede levantar el brazo izquierdo; lo intenta, pero es demasiado pesado, no quiere levantarse… Ahora vuelve a ser liviano, puede levantarlo. Así… bien. Ahora, en un minuto se va a dormir. Soñará un poco, paro serán sueños comunes, como los que tiene todo el mundo, no de los especiales… de los efectivos. Todos menos uno. Usted tendrá un sueño efectivo. En él… —ella se detuvo.
De repente sintió miedo; un escalofrío le recorrió el cuerpo. ¿Qué estaba haciendo? Eso no era un juego, no era algo en lo que debía intervenir cualquiera. Él estaba en poder de ella, y el poder de él era incalculable. ¿Qué responsabilidad inimaginable había asumido? Una persona que cree, como ella, que las cosas tienen sentido, que existe un todo del que uno es parte, y que al ser parte uno es el todo, una persona así no tiene ningún deseo, nunca, de ser Dios. Sólo aquellos, que han negado su propio ser desean ser Dios. Pero ella estaba atrapada en un rol y no podía retroceder ahora.
—En ese sueño, usted va a soñar que… que el doctor Haber es benévolo, que no está tratando de hacerle mal y que va a ser honesto con usted —ella no sabía qué decir, cómo decirlo, sabiendo que todo lo que dijera podía tomar un sentido equivocado—. “Y soñará que los Extraños no están más en la Luna” —agregó rápidamente; pudo sacarse ese peso de encima, de todos modos—. Y por la mañana se despertará muy descansado, todo estará en orden. Ahora, duérmase.
Oh, mierda, se había olvidado de decirle que se acostara primero.
Él se balanceaba como una bolsa semivacía, lentamente, hacia adelante y de costado, hasta que fue una masa grande, cálida, inerte, sobre el piso.
Él no debía pesar más de 68 kg, pero podía haber sido un elefante muerto, a juzgar por la ayuda que le dio a Heather cuando ésta intentó acostarlo en el catre. Ella debió hacerlo sola, primero las piernas, y luego cargando los hombros, para que no se volcara el catre; él terminó acostado sobre la bolsa de dormir, por supuesto, no dentro de ella. Ella retiró la bolsa de debajo del cuerpo de él y lo cubrió. Orr durmió, profundamente, mientras ella hacia todo eso. Ella estaba sin aliento, transpirando, y preocupada. Él ya no estaba.
Heather se sentó a la mesa y recuperó el aliento. Después de un rato se preguntó qué podía hacer. Limpió la mesa, calentó agua y lavó los platos, los tenedores, el cuchillo y las tazas. Atizó el fuego de la cocina. Encontró varios libros en un estante, libros de bolsillo que él había comprado en Lincoln City probablemente, para entretener su larga vigilia. No había novelas policiales, maldición; una buena novela policial era lo que necesitaba. Había una novela sobre Rusia; algo sobre el Pacto Espaciaclass="underline" el gobierno de los Estados Unidos no trataba de simular que nada existía entre Jerusalén y las Filipinas, porque de ser así ello podía amenazar el Modo de Vida Norteamericano; así, esos últimos años era posible comprar sombrillas japonesas de papel, incienso de la India y novelas rusas, y cosas, una vez más. La Hermandad Humana era el Nuevo Estilo de Vida, según el presidente Merdle.
Este libro, cuyo autor era alguien con un nombre que terminaba en “evsky”, era sobre la vida durante los Años de la Plaga en un pueblito del Cáucaso, y no era justamente divertido, pero despertó la emoción de Heather; leyó desde las diez hasta las dos treinta. Durante ese tiempo Orr estuvo profundamente dormido, moviéndose apenas, respirando suave y tranquilamente. Ella solía apartar la vista del pueblo caucásico para mirar su rostro, dorado y ensombrecido por la débil luz de la lámpara, sereno. Si soñaba, se trataba de sueños tranquilos y breves. Cuando todos hubieron muerto en el pueblo caucásico salvo el tonto del pueblo (cuya perfecta pasividad ante lo inevitable le recordaba constantemente a su compañero), ella intentó tomar un poco de café recalentado, pero tenía gusto a lejía. Fue hasta la puerta y se quedó un rato allí parada, sobre el umbral, escuchando el bramido del arroyo. Era increíble que hubiera podido conservar ese tremendo ruido por cientos de años, aun antes de que ella naciera, y que siguiera emitiéndolo hasta que se movieran las montañas. Y lo más extraño, ahora, en la noche avanzada y el silencio de los bosques, era cierta nota distante, que parecía provenir de las alturas, como voces de niños que cantaran… muy dulce, muy extraño.
Empezó a temblar; cerró la puerta a las voces de los niños no nacidos que cantaban en el agua y volvió al pequeño cuarto caldeado y el hombre dormido. Tomó un libro sobre carpintería doméstica, que evidentemente él había comprado con la idea de entretenerse fabricando algún mueble, pero de inmediato le dio sueño. Bien, ¿por qué no? ¿Por qué tenia que permanecer en vela? ¿Pero dónde iba a dormir?
Debió haber dejado a George en el suelo; él ni lo habría notado. No era justo, ocupaba el catre y la bolsa de dormir.
Le quitó la bolsa de dormir, reemplazándola con su impermeable y el de él. Orr ni se movió. Ella lo miró con afecto, y luego se metió en la bolsa de dormir, en el suelo. ¡Cristo, hacía frío ahí abajo, y el piso era duro! No había soplado la lámpara. ¿O es que se apagaban girando una perilla, las lámparas de mecha? Se debe hacer lo uno y no se debe hacer lo otro. Recordaba eso de la comunión. Pero no podía recordar cuál. ¡Oh, mierda, hacía frío ahí abajo!
Frío, frío. Duro. Claridad. Demasiada claridad. Amanecer en la ventana, entre movimientos de los árboles. Sobre la cama. El piso tembló. Las montañas vacilaban y soñaban que caían al mar, y sobre las montañas, débiles y horribles, aullaban las sirenas de ciudades distantes, aullaban, aullaban.
Ella se sentó. Los lobos aullaban el fin del mundo.
El amanecer entraba por la única ventana, ocultando todo lo que estaba bajo su inclinado esplendor. Caminó a tientas, cegada por la luz, y encontró al hombre tendido sobre su rostro, aún durmiendo.
—¡George! ¡Despierte! ¡George, por favor, despierte! ¡Algo está sucediendo!
Él se despertó. Le sonrió a ella, mientras terminaba de despertarse.
—Algo debe ocurrir… las sirenas… ¿qué es eso?
Casi en su sueño aún, Orr dijo sin ninguna emoción:
—Ellos han aterrizado.
Porque él había hecho lo que ella le había ordenado. Ella le había dicho que soñara que los Extraños ya no estaban en la Luna.
8
El Cielo y la Tierra no son humanos.
En la Segunda Guerra Mundial, la única parte del territorio norteamericano que sufriera el ataque directo fue el Estado de Oregon. Algunos dirigibles incendiarios japoneses dieron fuego a un bosque cerca de la costa. En la Primera Guerra Interestelar, la única parte del territorio norteamericano que sufriera invasión fue el Estado de Oregon. Se podria culpar a sus políticos: la función histórica del senador de Oregon es la de enloquecer a todos los otros senadores, y entonces el estado no recibe ninguna ayuda militar. Oregon no tenia reservas de nada, salvo de heno; ni plataformas de lanzamiento de misiles ni bases de la NASA. Obviamente, no tenia defensas. Los Misiles Balísticos Anti-Extraños que la defendían partían de las enormes intalaciones subterráneas de Walla Walla, en Washington, y de Round Valley, California. Grandes XXTT-9900 supersónicos, que en su mayoría pertenecían a la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, partían de ldaho hacia el oeste, aullando, rompiendo todos los tímpanos de Boise a Sun Valley, patrullando para la emergencia de que alguna nave de los Extraños consiguiera traspasar la infalible red de los AABM.