Ésta dominaba todo: la ciudad, los ríos, los brumosos valles del oeste, las obscuras y enormes colinas de Forest Park que se extendían hacia el norte. Sobre el pórtico de pilares, grabada en concreto blanco en letras mayúsculas, cuyas proporciones le dan nobleza a cualquier frase, se leía la leyenda:
EL MAYOR BIENESTAR PARA EL MAYOR NÚMERO
Adentro, el hall de mármol negro, modelado según el Panteón romano, tenía una inscripción más pequeña grabada en oro alrededor de la campana del domo centraclass="underline"
EL ESTUDIO CORRECTO DE LA HUMANIDAD ES EL HOMBRE
El edificio ocupaba un área que, según le habían dicho a Orr, superaba la del Museo Británico, y era cinco pisos más alto; además, su construcción era antisísmica. No era a prueba de bombas, porque no había bombas. Las reservas nucleares que habían quedado después de la Guerra Cislunar habían sido retiradas y se las hizo explotar en una serle de experimentos interesantes en el cinturón del asteroide. Este edificio estaba en condiciones de soportar todo lo que quedaba en la Tierra, salvo tal vez el monte Hood; o un mal sueño.
Orr tomó la cinta transportadora hacia el Ala Izquierda, y la ancha escalera helicoidal hacia el piso superior. El doctor Haber aún conservaba el diván de analista en su oficina, una especie de recordatorio ostentosamente humilde en sus comienzos como profesional privado, cuando trataba a las personas de a una y no de a millones. Pero llevaba un rato llegar al diván, porque su despacho ocupaba casi media hectárea e incluía siete cuartos diferentes. Orr se anunció al autorrecepcionista en la puerta de la sala de espera, y luego pasó frente a la señorita Crouch, que trabajaba con su computadora, llegó a la oficina oficial, un salón majestuoso al que sólo le faltaba un trono, donde el Director recibía embajadores, delegaciones, y ganadores del Premio Nobel, y siguió hasta que por fin llegó a la oficina más pequeña con la ventana hasta el cielo raso y el diván. Allí los paneles de pino antiguo de toda una pared estaban corridos, exponiendo a la vista un magnifico arreglo de maquinaria para la investigación: Haber estaba a la mitad de camino dentro de las entrañas expuestas de la Ampliadora.
—¡Hola George! —exclamó desde adentro, sin darse vuelta—. Estoy conectando una nueva pieza en Baby. Creo que tendremos una sesión sin hipnosis hoy. Siéntese, esto me llevará un rato, he vuelto a hacer algunos arreglos… Escuche, ¿recuerda aquella batería de tests que le dieron, cuando fue por primera vez a la Escuela de Medicina? Datos personales, CI, Rorschach, etcétera, etcétera. Luego yo le di el TAT y algunas situaciones de choque simuladas, en su tercera sesión aquí. ¿Recuerda? ¿Nunca se preguntó cuál fue el resultado?
El rostro de Haber, gris, enmarcado por el cabello negro y ondulado, apareció de pronto sobre el chasis retirado de la Ampliadora. Sus ojos, cuando los fijó en Orr, reflejaban la luz de la gran ventana.
—Creo que no —replicó Orr—; en realidad, ni siquiera había pensado en ello.
—Pienso que es hora de que sepa que dentro del marco de referencia de esos tests estandarizados pero sumamente sutiles y eficaces, usted es tan sano que resulta una anomalía. Por supuesto, estoy usando la palabra no científica “sano”, que no tiene un significado objetivo preciso; en términos cuantificables, usted es mediano. Su promedio de extraversión/introversión, por ejemplo, fue de 49,1. Es decir, usted es más introvertido que extravertido por 0,9 de un grado. Eso no es inusual; en cambio sí lo es la emergencia del mismo modelo maldito en todas partes, siempre en el centro. Si los coloca todos en el mismo gráfico, usted está justo en el medio, en 50. Dominio, por ejemplo; creo que usted estaba en 48,8 en eso. Ni dominante ni sometido. Independencia/ dependencia, lo mismo. Creativo/destructivo, en la escala Ramírez, lo mismo. Ambas cosas, o ninguna. Donde hay un par de opuestos, una polaridad, usted está en el medio; donde hay una escala, usted está en el punto de equilibrio. Usted neutraliza en forma tan cabal que, en cierto sentido, no queda nada. Ahora bien, Walters, de la Escuela de Medicina, interpreta los resultados de manera un poco diferente; él dice que su falta de realización social es el resultado de su adaptación holística, sea eso lo que fuere, y que lo que yo veo como autoanulación es un peculiar estado de equilibrio, de armonía. De lo que usted puede deducir, digámoslo desembozadamente, que el viejo Walters es un farsante piadoso, que nunca superó el misticismo de la década de 1970; pero es un hombre bien intencionado. Entonces, ahí lo tiene: usted es el hombre del centro del gráfico. Ahora sí, conectamos esto aquí, y ya está… ¡Demonios! —había golpeado su cabeza contra un panel al incorporarse; dejó abierta la Ampliadora—. Bien, usted es un extraño pez, George, y lo más extraño en usted es que no tiene nada de extraño —lanzó su risa fuerte, sonora—. De modo que hoy intentemos un cambio. Nada de hipnosis, nada de dormir. Ningún estado y ningún sueño. Hoy quiero conectarle la Ampliadora así, despierto.
El corazón de Orr se encogió, aunque no sabía por qué.
—¿Para qué? —preguntó.
—Principalmente, para obtener un registro de los ritmos normales de su cerebro, cuando usted está despierto, pero ampliados. Tengo un análisis completo de su primera sesión, pero eso fue antes de que la Ampliadora pudiera hacer otra cosa que adoptar el ritmo que usted emitía. Ahora podré usarla para estimular y rastrear ciertas características individuales de la actividad de su cerebro con mayor claridad, en especial ese efecto que tiene en el hipocampo. Luego los comparo con sus modelos de estado d y con los modelos de otros cerebros, normales y anormales. Estoy buscando el problema, George, para poder descubrir luego qué es lo que pone en funcionamiento sus sueños.
—¿Para qué? —repitió Orr.
—¿Para qué? Bien, ¿no es para eso que usted está acá?
—Vine aquí para que me curaran. A aprender cómo no soñar efectivamente.
—De haber sido usted un paciente que se cura con una a tres sesiones, ¿lo habrían enviado acá al Instituto, a IHID… a mí.
Orr se tomó la cabeza con las manos y no dijo nada.
—No puedo enseñarle cómo no soñar, George, hasta que pueda descubrir qué es lo que usted hace.
—¿Pero si lo descubre, me dirá cómo no soñar?
Haber se balanceó apoyado sobre sus talones.
—¿Por qué se tiene tanto miedo, George?
—No es eso —respondió Orr; sus manos estaban transpiradas—. Tengo miedo de… —pero tenía mucho miedo, en realidad, de mencionar el pronombre.
—De cambiar las cosas, como usted lo llama. Muy bien, lo sé. Hemos pasado por eso muchas veces. ¿Por qué, George? Tiene que hacerse esa pregunta. ¿Qué hay de malo en cambiar las cosas? Ahora bien, me pregunto si esa personalidad suya, autonegadora, equilibrada, lo lleva a considerar las cosas defensivamente. Deseo tratar de separarlo a usted de usted mismo, e intentar ver su punto de vista desde el exterior, objetivamente. Usted tiene miedo de perder su equilibrio; pero el cambio no tiene por qué desequilibrarlo necesariamente. La vida no es un objeto estático, después de todo; es un proceso. No hay forma de aferrarla. Intelectualmente usted sabe eso, pero emocionalmente lo rechaza. Nada sigue siendo lo mismo de un momento al otro, no se puede entrar en el mismo río dos veces. La vida, la evolución, todo el Universo de tiempo/espacio, energía/materia, la existencia misma, es esencialmente cambio.
—Ese es un aspecto —dijo Orr—. El otro es la quietud.
—Cuando las cosas no cambian más, ese es el resultado final de la entropía, la muerte térmica del Universo. Cuantas más cosas siguen moviéndose, interrelacionándose, creando conflicto, cambiando, menos balance existe, y más vida. Estoy en favor de la vida, George. La vida misma es un gran juego contra los inconvenientes, ¡contra todos los inconvenientes! No se puede tratar de vivir con seguridad, no existe una cosa tal como la seguridad. ¡Saque la cabeza del caparazón, entonces, y viva plenamente! No importa cómo se llega; eso es lo que cuenta. Lo que usted teme aceptar, aquí, es que estamos ocupados en un experimento realmente importante, usted y yo. Estamos a punto de descubrir y controlar, por el bien de toda la humanidad, toda una nueva fuerza, un campo totalmente nuevo de la energía antientrópica, de la fuerza de la vida, la voluntad de actuar, de cambiar.