—Muy bien. Empezamos otra vez —Haber prendió el electroencefalógrafo y se acercó al botón SI de la Ampliadora. Orr apretó los dientes y enfrentó el Caos y la Noche Antigua. Pero ellos estaban allí. Tampoco estaba él hablando en el centro con una tortuga de más de dos metros. Permaneció sentado en el cómodo diván mirando el brumoso cono gris azulado de St. Helen por la ventana. Y lentamente, como un ladrón nocturno, llegó a él una sensación de bienestar, la certeza de que las cosas estaban bien, que él estaba en el centro de todas las cosas. El yo es el Universo. No se le permitiría sentirse aislado, desamparado. Volvía a estar donde debía. Tuvo la perfecta certeza en cuál era su lugar y el lugar de todo lo demás. Esta sensación no le llegaba como algo celestial o místico, sino simplemente normal. Era el modo en que generalmente se había sentido, salvo en tiempos de crisis, de angustia; era el modo de su niñez y de todas las horas mejores y más profundas de la adolescencia y la madurez; era su natural modo de ser. Esos últimos años los había perdido, gradualmente pero casi por completo, casi sin darse cuenta de que los había perdido. Hacía cuatro años ese mes, cuatro años en abril, algo había ocurrido que le había hecho perder el equilibrio por un tiempo; y en tiempos más recientes, las drogas que había tomado, los saltos constantes de una memoria de vida a otra, el empeoramiento de la textura de la vida, cuanto más la mejoraba Haber, todo esto lo había sacado de sus carriles. Ahora, de pronto, volvía a estar donde debía. Orr sabía que esto no era algo que él hubiera conseguido solo.
Dijo en voz alta:
—¿Hizo eso la Ampliadora?
—¿Hizo qué? —preguntó Haber, inclinándose de nuevo para mirar la pantalla del electroencefalógrafo.
—Oh… no sé.
—No está haciendo nada, por lo menos en el sentido al que usted se refiere —replicó Haber con un toque de irritación. Haber era agradable en momentos como ese, en los que no representaba ningún papel y no simulaba ninguna respuesta, totalmente absorbido en lo que estaba tratando de aprender de las rápidas y sutiles reacciones de sus máquinas—. No hace más que amplificar lo que su propio cerebro está haciendo en el momento, reforzando selectivamente la actividad, y su cerebro no hace absolutamente nada interesante ahora… Eso —tomó rápida nota de algo, volvió a la Ampliadora, luego se hizo atrás para observar las inquietas líneas de la pequeña pantalla; separó tres que habían parecido una, girando los diales, y luego volvió a unirlas; Orr no volvió a interrumpirlo. De pronto Haber dijo, secamente—: Cierre los ojos. Haga girar los ojos hacia arriba Correcto. Manténgalos cerrados, trate de visualizar algo… un cubo rojo. Correcto…
Cuando por fin apagó las máquinas y empezó a retirar los electrodos, la serenidad que había sentido Orr no desapareció, como el ánimo inducido por una droga o el alcohol. Continuaba. Sin premeditación y sin timidez, Orr dijo:
—Doctor Haber, no puedo permitirle que siga usando mis sueños efectivos.
—¿Eh? —replicó Haber, con su mente aún en el cerebro de Orr, sin escucharlo.
—No puedo permitirle que siga usando mis sueños.
—¿“Usando”?
—Usándolos.
—Llámelo como quiera —replicó Haber. Se había enderezado y parecía una torre sobre Orr, que seguía sentado en el diván. Se lo veía gris, grande, ancho, de barba ondulada, de entrecejo fruncido. Su Dios no es un Dios celoso—. Lo siento, George, pero usted no está en situación de decir eso.
Los dioses de Orr no tenían nombre ni eran envidiosos, y no pedían veneración ni obediencia.
—Sin embargo lo digo —replicó con suavidad.
Haber lo miró, realmente lo miró por un momento, y lo vio. Pareció retroceder, como puede hacerlo un hombre que cree correr una cortina de gasa y se encuentra con una puerta de granito. Cruzó la habitación y es sentó a su escritorio. Ahora Orr se incorporó y se estiró un poco.
Haber acariciaba su barba con una mano grande y gris.
—Estoy al borde… no, estoy en el centro… de un hallazgo —dijo, su voz profunda sin la jovialidad habitual, obscura, potente—. Utilizando los modelos de su cerebro en una rutina de realimentación, eliminación, replicación y aumento, estoy programando la Ampliadora para que reproduzca los ritmos del electroencefalógrafo que se producen durante el sueño efectivo. Los llamo ritmos de estado e. Cuando los haya generalizado en modo suficiente, podré superponerlos a los ritmos del estado a de otro cerebro, y después de un período de sincronización inducirán, espero, los sueños efectivos en ese cerebro. ¿Entiende lo que esto significa? Podré inducir el estado en un cerebro correctamente seleccionado y entrenado, con tanta facilidad como un psicólogo que usa ESB puede inducir rabia en un gato, o tranquilidad en un humano psicótico… más fácilmente, porque puedo estimular sin implantar contactos o substancias químicas. Estoy a unos pocos días, quizás horas, de alcanzar esa meta. Una vez que lo consiga, usted estará libre; ya no será necesario. No me gusta trabajar con un sujeto que no está dispuesto, y el progreso será mucho más rápido con un sujeto adecuadamente equipado y orientado. Pero hasta que esté listo, lo necesito a usted. Esta Investigación debe terminarse. Es probablemente la investigación científica más importante que se haya hecho nunca. Lo necesito a usted hasta el extremo de que… si su sentido de la obligación hacia mí como amigo, y por el bienestar de toda la humanidad, no es suficiente para retenerlo aquí, entonces estoy dispuesto a obligarlo a servir a una causa superior. De ser necesario, obtendré una orden de Terapia Oblig… de Constreñimiento de Bienestar Personal. Si es necesario, usaré drogas, como si usted fuera un psicótico violento. Por supuesto, su renuncia a colaborar en un asunto de esta importancia es psicótica. Sin embargo no es necesario decir que preferiría infinitamente tener su colaboración libre, voluntaria, sin coerción legal o psíquica. Tendría mucha importancia para mí.
—En verdad, no tendría ninguna importancia para usted —dijo Orr, sin beligerancia.
—¿Por qué me combate… ahora? ¿Por qué ahora, George, cuando ya ha contribuido tanto y estamos tan cerca de la meta? Su Dios es un Dios increpante. Pero la culpa no era el modo de llegar a George Orr; de haber sido un hombre dado a los sentimientos de culpa, no habría llegado a los treinta años.
—Porque cuanto más adelanta, peor es. Y ahora, en lugar de evitar que yo tenga sueños efectivos, va a empezar a tenerlos usted mismo. No me gusta que el resto del mundo viva en mis sueños, pero por cierto no quiero vivir en los suyos.
—¿Qué quiere decir con eso de “peor es”? Escuche George. De hombre a hombre; la razón se impondrá. Si sólo pudiéramos sentarnos y conversar… En las pocas semanas que hemos trabajado juntos, esto es lo que hemos hecho. Eliminado el exceso de población; restablecida la calidad de la vida urbana y el equilibrio ecológico del planeta. Eliminado el cáncer como causa principal de muerte —Haber empezó a doblar hacia abajo sus fuertes dedos grises, enumerando—. Eliminado el problema del color, el odio racial. Eliminada la guerra. Eliminado el riesgo del deterioro de la especie y la conservación de genes perniciosos. Eliminada… no, digamos en proceso de eliminar, la pobreza, la desigualdad económica, la guerra de clase, en todo el mundo. ¿Qué más? La enfermedad mental, la desadaptación a la realidad: eso llevará más tiempo, pero ya hemos dado los primeros pasos. Bajo la dirección de IHID, ya esta en marcha, en progreso constante, la reducción del dolor humano, psíquico, y físico, y el constante incremento de la expresión del yo individual. Hemos hecho más progreso en seis semanas que la humanidad en seiscientos mil años.