Haber volvió a acariciar su barba.
—Por eso —dijo lentamente— las drogas para suprimir los sueños. Para evitar otras responsabilidades.
—Sí. Las drogas impedían que se formaran los sueños y se tornaran vívidos. Son sólo algunos, muy intensos, los… —buscó una palabra— efectivos.
—Bien. Ahora, veamos. Usted es soltero; es dibujante del Distrito de Energía Bonneville-Umatilla. ¿Le gusta su trabajo?
—Sí.
—¿Cómo es su vida sexual?
—Tuve un matrimonio de prueba. Rompimos el verano pasado, después de dos años.
—¿Fue usted el que rompió, o ella?
—Los dos. Ella no quería tener hijos. No fue un asunto serio.
—¿Y desde entonces?
—Bueno, hay algunas chicas en mi oficina, no soy… no soy muy mujeriego, en realidad.
—¿Qué tal sus relaciones interpersonales en general? ¿Cree que se relaciona de manera satisfactoria con la gente, que tiene su lugar en la ecología emocional de su ambiente?
—Creo que sí.
—De manera que podría decir que nada funciona realmente mal en su vida, ¿verdad? Perfecto. Ahora dígame, ¿usted desea, seriamente desea liberarse de esta dependencia de la droga?
—Sí.
—Bien, bien. Usted ha estado tomando drogas porque quiere evitar los sueños. Pero no todos los sueños son peligrosos; sólo algunos, muy vividos. Usted soñaba que su tía Ethel era un gato blanco, pero ella no era un gato blanco el día siguiente, ¿verdad? Algunos sueños son correctos… seguros.
Esperó que Orr asintiera con la cabeza.
—Ahora, piense en esto. ¿Qué le parece si hacemos una prueba, y tal vez aprende a soñar con seguridad, sin temor? Permítame explicarle. Para usted, soñar es algo que tiene una carga emocional. Literalmente, tiene miedo de soñar porque cree que algunos de sus sueños tienen la capacidad de afectar la vida real. Ahora bien, esa puede ser una metáfora elaborada y significativa por la cual su mente inconsciente está tratando de decirle a su mente consciente algo sobre la realidad —su realidad, su vida—, que usted no está preparado, racionalmente, para aceptar. Pero podemos tomar la metáfora literalmente; en este punto, no hay necesidad de traducirla a términos racionales. En la actualidad su problema es éste: tiene miedo de soñar, y al mismo tiempo necesita soñar. Intentó la supresión de los sueños por la droga, y no resultó. Muy bien, intentemos lo opuesto. Hagamos que usted sueñe, intencionalmente. Hagamos que usted sueñe, intensa y vividamente, aquí mismo. Con mi supervisión, en una situación controlada. Para que usted pueda lograr el control de lo que usted cree que se le ha escapado de las manos.
—¿Cómo voy a poder soñar así, a pedido? —pregunto Orr, sumamente molesto.
—¡Podrá, en el Palacio de los Sueños del doctor Haber! ¿Lo han hipnotizado alguna vez?
—Para ciertas operaciones dentales.
—Bien. El sistema es este: lo hago entrar en trance hipnótico y le sugiero que se dormirá, que va a soñar, y lo que va a soñar. Se colocará un casco para asegurar que tiene un dormir genuino, no un mero trance. Mientras esté soñando, yo lo observo, tanto físicamente como en el electroencefalógrafo, todo el tiempo. Lo despierto, y hablamos de la experiencia del sueño. Si la cosa anduvo bien, tal vez se sienta en mejores condiciones para enfrentar el próximo sueño.
—Pero no voy a soñar de manera efectiva aquí; sólo ocurre en un sueño entre docenas o cientos —las racionalizaciones defensivas de Orr eran muy consistentes.
—Podrá soñar cualquier tipo de sueño aquí. El contenido y la forma del sueño pueden ser controlados casi por completo por un sujeto motivado y un hipnotizador adecuadamente preparado. Lo he estado haciendo desde hace diez años. Y usted se sentirá bien, porque va a utilizar un casco. ¿Alguna vez se colocó un casco?
Orr negó con la cabeza.
—¿Pero sabe de qué se trata?
—Envían una señal a través de los electrodos que estimulan… el cerebro para que funcione de cierta manera.
—Más o menos eso. Los rusos lo han estado usando por cincuenta años, los israelitas lo perfeccionaron, y finalmente nosotros lo adoptamos y lo fabricamos masivamente para uso profesional, en el tratamiento de pacientes psicóticos, y para uso doméstico, para inducir el sueño o el trance alfa. Hace un par de años yo estaba trabajando con una paciente muy deprimida en TTO, en Linnton. Como muchos depresivos, no conseguía dormir lo suficiente, y en especial no podía lograr el estado d, es decir, dormir con sueños; toda vez que entraba en el estado d, tendía a despertar. Un efecto de círculo vicioso: más depresión, menos sueños; menos sueños, más depresión. Había que romper el círculo. ¿Cómo? Ninguna de las drogas que poseemos es muy efectiva para aumentar el estado d. ¿Estimulación electrónica del cerebro? Pero eso implica implantar electrodos, y de manera profunda en los centros del sueño; es preferible evitar una operación. Estaba usando el casco con ella, para inducir el sueño. ¿Qué ocurría si hacía que la señal difusa de baja frecuencia fuera más específica, si la dirigía localmente al área específica dentro del cerebro? ¡Seguro, doctor Haber, eso es lo correcto! En realidad, una vez que obtuve los elementos electrónicos, sólo me llevó un par de meses elaborar la máquina básica. Entonces traté de estimular el cerebro del sujeto con un registro de ondas cerebrales de un sujeto sano en los estados adecuados, las diversas etapas del dormir y del sueño. No tuve demasiada suerte. Descubrí que una señal de otro cerebro puede o no estimular una respuesta en el sujeto; debí aprender a generalizar, a hacer una especie de promedio entre cientos de registros de ondas cerebrales normales. Luego, mientras trabajo con la paciente, lo voy adaptando: cuando el cerebro del sujeto está haciendo lo que deseo que haga, registro ese momento, lo aumento, lo agrando, y lo prolongo, lo repito, y estimulo al cerebro para que siga con sus impulsos más sanos. Todo eso implicó una gran cantidad de análisis, de modo que un simple electroencefalógrafo más un casco se convirtió en esto —e indicó el bosque electrónico que estaba detrás de Orr. Lo tenía casi oculto detrás de paneles de plástico porque muchos pacientes se sentían muy atemorizados ante la maquinaria o estaban muy identificados con ella; ocupaba una cuarta parte del consultorio—. Esa es la Máquina del Sueño —dijo con una sonrisa— o, de manera más prosaica, la Ampliadora; y lo que hará con usted será garantizar que se duerma y que sueñe, breve y ligeramente, o larga e intensamente, como lo deseemos. Ah, por otra parte, la paciente depresiva fue dada de alta el verano pasado en Linnton, totalmente curada —se inclinó hacia, adelante—. ¿Está dispuesto a hacer un intento?
—¿Ahora?
—¿Para qué quiere esperar?
—¡Pero no puedo dormirme a las 4.30 de la tarde! —luego pareció avergonzado.
Haber había estado buscando en el atestado cajón de su escritorio y ahora extraía un papel, la fórmula de Consentimiento a la hipnosis, requerida por SEB. Orr tomó la lapicera que le ofrecía Haber, firmó el papel y lo puso sumisamente sobre el escritorio.
—Perfecto. Ahora, dígame, George. ¿Su dentista usa cinta para hipnosis, o es un hombre práctico?
—Cinta. Tengo el número 3 en la escala de susceptibilidad.
—Justo en el medio del gráfico, ¿eh? Bien, para que la sugerencia funcione bien en cuanto al contenido del sueño, necesitaremos un trance bastante profundo. No queremos un sueño de trance, sino un genuino sueño del dormir; la Ampliadora se encargará de eso, pero tenemos que asegurarnos de que la sugerencia sea profunda. Entonces, para no tener que perder tiempo en condicionarlo para que entre en trance profundo, usaremos la inducción v-c. ¿Ha visto alguna vez cómo se hace?