—Hola George —lo saludó ella.
—Hola —contestó él, tomando sus manos—. Estás hermosa, hermosa.
¿Cómo podía pensar alguien que este hombre estaba enfermo? Muy bien, él tenía sueños extraños. Eso era mejor que ser cruel y odioso, como casi una cuarta parte de la gente que ella había conocido.
—Ya son las cinco —dijo ella—. Esperaré aquí. Si llueve, estaré en el hall. Parece la tumba de Napoleón, ahí adentro, con todo ese mármol negro. Pero es lindo esto, acá afuera. So oye el rugido de los leones del zoológico.
—Entra conmigo —dijo él— ya está lloviendo. Efectivamente, llovía, la interminable garúa cálida de la primavera, el hielo de la Antártida que caía suavemente sobre las cabezas de los hijos de los responsables de su derretimiento.
—Él tiene una linda sala de espera. Probablemente vas a estar acompañada por un grupo de personajes del estado y tres o cuatro jefes de estado. Todos esperando que los atienda el director de IHID. Y yo tengo que arrastrarme entre ellos para pasar primero, cada maldita vez. El psicótico domado del doctor Haber. Su número de atracción… —él la conducía por el enorme hall bajo el domo del Panteón, por pasillos móviles y una increíble, aparentemente interminable escalera mecánica en espiral—. IHID realmente maneja el mundo —dijo él—. No puedo dejar de preguntarme por qué Haber necesita alguna otra forma de poder. Tiene suficiente, por cierto. ¿Por qué no se conformará con esto? Supongo que es como Alejandro el Grande; necesita nuevos mundos para conquistar. Nunca pude entender esto. ¿Cómo te fue en el trabajo hoy?
Orr estaba tenso, por eso hablaba tanto; pero no parecía deprimido o angustiado, como había estado por semanas. Algo le había devuelto su calma habitual. Ella nunca había creído realmente que él pudiera perderla por mucho tiempo, perder su modo, cambiar; sin embargo, había estado muy mal, cada vez peor. Ahora no, y el cambio fue tan repentino y completo que ella se preguntaba qué podía haberlo producido. Según pudo recordar, había empezado cuando se sentaron en la sala de estar, aún sin amoblar, para escuchar aquella alegre y profunda canción de los Beatles la tarde anterior y ambos se quedaron dormidos. Desde entonces, él había vuelto a ser él mismo.
No había nadie en la enorme y bruñida sala de espera de Haber. George pronunció su nombre frente a un aparato parecido a un escritorio que estaba junto a la puerta, un autorecepcionista, según le explicó a Heather. Ella estaba haciendo una broma acerca de si también tenían autoeroticistas, cuando se abrió una puerta y apareció Haber en el umbral.
Ella lo había visto una vez, brevemente, cuando inició el tratamiento con George. Había olvidado qué hombre grande era, qué barba larga tenía, y qué impresionante resultaba.
—¡Pase, George! —atronó la voz de Haber; ella se sintió espantada, retrocedió; Haber advirtió su presencia—. Señora Orr… ¡encantado de verla! ¡Me alegra que haya venido! Entre usted también.
—Oh, no. Yo…
—Sí, sí. ¿Se da cuenta de que ésta es probablemente la última sesión de George aquí? ¿Se lo dijo él? Esta tarde terminamos. Por cierto, usted debería estar presente. Entre. He dejado salir temprano a mi personal. Me imagino que habrán visto la estampida por la escalera que baja. Tuve deseos de tener el lugar para mí solo, hoy. Eso es, siéntese ahí —él siguió hablando; no había necesidad de contestarle en forma coherente.
Heather estaba fascinada por el proceder de Haber, la clase de energía que traslucía; ella no había recordado que era una persona dominante, afable, enorme. Era increíble, realmente, que ese hombre, un líder mundial y un gran científico, hubiera dedicado todas esas semanas de terapia personal a George, que no era nadie. Pero, por supuesto, el caso de George era muy importante desde el punto de vista de la investigación.
—Una última sesión —estaba diciendo Haber mientras ajustaba algo en un aparato parecido a una computadora que estaba en la pared, en la cabecera del diván—. Un último sueño controlado, y luego, creo, habremos resuelto el problema. ¿Está dispuesto, George?
Él usaba el nombre de su marido con frecuencia. Recordó que George le había dicho, un par de semanas antes:
—Siempre me llama por mi nombre; supongo que lo hace para recordarse a sí mismo de que hay alguien presente.
—Seguro, estoy dispuesto —contestó George, y se sentó en el diván, levantando un poco el rostro; miró una vez a Heather y sonrió. Haber comenzó de inmediato a colocarle pequeñas piezas unidas a cables en la cabeza, apartando el cabello. Heather recordaba el proceso por el electroencefalograma que le habían hecho, como parte de la batería de tests y análisis a que se sometía a todos los ciudadanos. Le resultó incomodo ver que se lo hacían a su marido, como si los electrodos fueran pequeñas ventosas que drenarían los pensamientos de la cabeza de George para convertirlos en garabatos en un trozo de papel, la escritura incomprensible de los locos. El rostro de George tenía ahora una expresión de suma concentración. ¿En qué estaba pensando?
Haber puso su mano sobre la garganta de George repentinamente, como si estuviera por estrangularlo, y con la otra mano puso en funcionamiento un aparato que transmitía su propia voz en el acto de hipnotizar: “Usted está entrando en el estado hipnótico…” En unos pocos segundos lo detuvo e hizo una prueba, comprobando que George ya estaba hipnotizado.
—Perfecto —dijo Haber, y se detuvo, obviamente pensando; enorme, como un oso gris erguido sobre sus patas traseras, estaba allí entre ella y la figura pasiva sobre el diván—. Ahora escuche atentamente, George, y recuerde lo que le digo. Usted está profundamente hipnotizado y seguirá cuidadosamente todas las instrucciones que le dé. Usted se va a dormir cuando se lo ordene, y soñará. Tendrá un sueño efectivo. Soñará que usted es completamente normal, que es como todo el mundo. Soñará que una vez tenía, o pensaba que tenía, la capacidad para soñar efectivamente, pero que eso ya no es así. De ahora en adelante, sus sueños serán como los de todo el mundo, significativos sólo para usted, sin efecto sobre la realidad exterior. Soñará todo esto; cualquiera que sea el simbolismo que use para expresar el sueño, su contenido efectivo será ya que no puede soñar efectivamente. Será un sueño agradable, y despertará cuando yo pronuncie su nombre tres veces, sintiéndose despejado y bien. Después de este sueño nunca volverá a soñar efectivamente. Ahora, extiéndase. Póngase cómodo. Usted va a dormir. Usted está dormido ¡Amberes!
Cuando Haber pronunció esa última palabra, los labios de George se movieron y dijo algo en esa voz débil y remota del que habla en sueños. Heather no pudo oír lo que él dijo, pero en seguida recordó la noche anterior; ella estaba casi dormida, ovillada junto a él, cuando dijo algo en voz alta, algo así como “ser perenne”. “¿Qué”, le había preguntado, pero él no respondió, estaba dormido, como ahora.
El corazón de Heather se contrajo mientras lo miraba tendido ahí, con sus manos tranquilas a los costados, vulnerable.