Haber se había incorporado, y ahora oprimía un botón blanco en el costado de la máquina, en la cabecera del diván; algunos de los electrodos llegaban a ella, y algunos al electroencefalógrafo, que ella reconoció. El aparato de la pared debía ser la Ampliadora, el objeto en el que se centraba la investigación.
Haber se acercó a ella, que estaba hundida en un gran sillón de cuero. Cuero real; ella había olvidado cómo era el cuero real. Era similar a los cueros sintéticos, pero más interesante para los dedos. Estaba atemorizada; no sabía qué estaba ocurriendo. Miró oblicuamente hacia el hombre enorme que estaba parado frente a ella, el oso-hechicero-dios.
—Esta es la culminación, señora Orr —estaba diciendo él en tono bajo— de una larga serie de sueños sugeridos. Hemos estado trabajando para llegar a esta sesión, este sueño, por semanas. Me alegra que haya venido; no pensé en invitarla, pero su presencia es importante para hacerlo sentir completamente seguro y confiado. ¡Sabe que no puedo cometer ningún crimen en su presencia! ¿Correcto? En realidad, confío mucho en el éxito. La dependencia de las drogas para dormir se romperá una vez que el temor obsesivo a soñar desaparezca. Es simplemente una cuestión de condicionamiento… Tengo que estar atento al electroencefalógrafo, porque ahora debe estar soñando —rápido y macizo, atravesó el cuarto.
Ella se quedó inmóvil, observando el rostro calmo de George, del que había desaparecido toda expresión. Así podría verse cuando muriera.
El doctor Haber estaba ocupado con los aparatos, incansablemente ocupado, inclinándose sobre ellos, ajustándolos, controlándolos. No le prestaba ninguna atención a George.
—Eso —dijo suavemente, no a ella, pensó Heather; él era su propio público—. Eso es. Ahora. Ahora un pequeño corte, dormir de segunda etapa por un momento, entre sueños —él hizo algo en el equipo de la pared—. Luego haremos una pequeña prueba… —volvió a acercarse a ella; Heather deseaba que la ignorara realmente en lugar de simular una conversación; parecía no conocer la posibilidad del silencio—. Su esposo ha sido de inestimable utilidad para nuestra investigación, señora Orr. Un paciente muy singular. Lo que hemos aprendido acerca de la naturaleza de los sueños y el empleo de los sueños en la terapia de condicionamiento tanto positivo como negativo, será de un valor literalmente inestimable en todos los conceptos de la vida. Usted sabe a qué equivale IHID; Interés Humano: Investigación y Desarrollo. Bien, lo que hemos aprendido con este caso será de inmenso, literalmente inmenso interés humano; algo sorprendente que se fue desarrollando a partir de lo que parecía ser un caso rutinario de abuso menor de drogas. Lo más sorprendente es que los de la Escuela de Medicina hayan tenido la astucia de notar algo especial en el caso y me lo hayan derivado. Rara vez se encuentra tanta perspicacia en psicólogos clínicos académicos —sus ojos habían estado vigilando todo el tiempo, y ahora dijo—: Bien, vuelvo a Baby —y rápidamente volvió a cruzar el cuarto; volvió a manipular la Ampliadora y dijo en voz alta—: George. Aún está dormido, pero puede oírme. Puede oírme y entenderme perfectamente. Mueva la cabeza si me oye.
El rostro calmo no se alteró, pero la cabeza asintió una vez, como un títere accionado por un hilo.
—Bien. Ahora escuche atentamente. Usted va a tener otro sueño vivido. Soñará que… que hay una fotografía mural en la pared, aquí en mi consultorio. Un gran cuadro del monte Hood, todo cubierto de nieve. Soñará que ve el mural allí, en la pared que está detrás del escritorio, aquí en mi consultorio. Muy bien. Ahora usted va a dormir, y a soñar… Amberes.
Haber volvió a ponerse en movimiento y a vigilar las máquinas.
—Así —murmuró con voz apenas audible—. Así… Muy bien… Correcto.
Las máquinas estaban inmóviles. George yacía inmóvil. Hasta Haber dejó de moverse y de murmurar. No había un solo sonido en el cuarto grande y suavemente iluminado, con su pared de cristal que miraba hacia la lluvia. Haber estaba parado junto al electroencefalógrafo, con su cabeza vuelta hacia la pared que estaba detrás del escritorio.
No ocurrió nada.
Heather movió los dedos de su mano izquierda en un pequeño círculo en la superficie irregular y muelle del sillón, la materia que una vez fuera la piel de un animal vivo, la superficie intermedia entre una vaca y el Universo. La melodía del viejo disco que habían escuchado el día, anterior llegó a su mente y no quería abandonarla.
What do you see when you turn out the light?
I can’t tell you, but I know it’s mine…
Ella no hubiera creído que Haber podía mantenerse inmóvil, silencioso, por tanto tiempo. Sólo una vez sus dedos se movieron, rápidos, hacia un dial. Luego volvió a quedarse inmóvil, observando la pared desnuda.
George suspiró, elevó una mano vacilante, volvió a relajarse y se despertó. Parpadeó y se sentó en el diván. Sus ojos se volvieron de inmediato hacia Heather, como para asegurarse de que ella estaba allí.
Haber frunció el entrecejo, y con un movimiento de alarma, casi un salto, oprimió el botón inferior de la Ampliadora.
—¡Qué demonios ocurre! —dijo; miró la pantalla del electroencefalógrafo, donde aún aparecían y se movían pequeños trazos—. La Ampliadora le estaba transmitiendo modelos del estado d, ¿cómo demonios se despertó?
—No sé —George bostezó—. Lo hice, simplemente. ¿No me ordenó usted que me despertara pronto?
—En general lo hago. Pero con la señal convenida. ¿Cómo demonios pudo superar el estímulo de la Ampliadora?… Deberé aumentar el poder; obviamente se hizo en forma muy tentativa —ahora le hablaba a la Ampliadora misma, no había duda; cuando hubo terminado esa conversación se volvió abruptamente hacia George y le dijo—: Muy bien. ¿Cuál fue el sueño?
—Soñé que había un cuadro del monte Hood en aquella pared, detrás de mi esposa.
Los ojos de Haber miraron la pared revestida de pino y volvieron rápidamente a George.
—¿Algo más? ¿Algún sueño anterior… algo que recuerde?
—Creo que sí. Espere un minuto… Creo que soñé que estaba soñando, o algo así. Era algo confuso; yo estaba en un negocio. Eso es… estaba en Meier y Frank’s comprándome un nuevo traje, que debía ser azul porque iba a tener un nuevo empleo o algo así. No lo recuerdo. Pero ellos tenían una hoja impresa que informaba lo que uno debía pesar si tenía tal altura y viceversa. Y yo estaba justo en el medio, tanto de la escala del peso como en la escala de la altura para un hombre de contextura promedio.
—Normal, en otras palabras —dijo Haber, y de pronto rió, con una risa enorme. Heather se sobresaltó, después de la tensión y el silencio.
—Eso es bueno, George; eso es muy bueno —palmeó a George en el hombro y empezó a sacarle los electrodos—. Lo hemos conseguido. Hemos llegado. ¡Está salvado! ¿Lo sabe?
—Creo que sí —replicó George suavemente.
—Se ha quitado el gran peso de encima, ¿verdad?
—¿Y se lo pasé a usted?
—Y me lo pasó a mí. ¡Exacto! —otra vez la risa estentórea, tal vez demasiado prolongada. Heather se preguntaba si Haber siempre sería así o es que se hallaba en un estado de suma excitación.
—Doctor Haber —dijo su esposo—. ¿alguna vez conversó con un Extraño sobre los sueños?
—¿Un Aldebaraniano, quiere decir? No. Forde, en Washington, intentó un par de nuestros tests en ellos, junto con toda una serie de tests psicológicos, pero no se consiguieron resultados significativos. Simplemente, no hemos solucionado el problema de la comunicación allí. Son inteligentes, pero Irchevsky, nuestro mejor xenobiólogo, cree que ellos pueden no ser racionales, y lo que parece una conducta socialmente integrativa entre los humanos no es más que una especie de mimetismo adecuador instintivo. No se puede decir con seguridad; no se les puede hacer un electroencefalograma, y en realidad, ni siquiera podemos saber si duermen o no, no hablemos de soñar.