Otra de sus clásicas preguntas era: «¿Alguno de los presentes sabe algo sobre la retina de los chimpancés? ¿No?», y Florinda decía entonces todo tipo de barbaridades acerca de la retina de los monos. Nunca había disfrutado tanto hasta entonces. Era su más ferviente admirador y su seguidor incondicional.
Una vez tuve una fístula en la cresta del hueso de la cadera, resultado de haberme caído años atrás por un barranco lleno de agujas de cactus. Me clavé setenta y cinco agujas por todo el cuerpo. Una de ellas no salió completamente, o bien quedaron restos de suciedad o residuos, y años más tarde me salió una fístula.
– No es nada -afirmó mi doctor-. No es más que una bolsa de pus que hay que sacar. Es una operación muy simple. Tardaré sólo unos minutos en realizarla.
Lo consulté con Florinda, y ella me dijo:
– Eres el nagual. O te curas a ti mismo o te mueres. Nada de ambigüedades ni doble comportamiento. Si al nagual le tiene que operar un doctor es que ha perdido su poder. ¿Un nagual muerto por una fístula? ¡Qué vergüenza!
Con la excepción de Florinda Donner-Grau y Taisha Abelar, el resto de los aprendices de don Juan no tenían el menor interés por Florinda. Para ellos era una figura amenazadora, alguien que no les permitía las libertades a las que se creían con derecho. Ella nunca alababa sus pseudoexhibiciones chamánicas y les obligaba a detener sus actividades cada vez que se desviaban del camino del guerrero.
En el texto de El segundo anillo de poder se manifiesta más que evidente esa pelea de los aprendices. Los demás aprendices de don Juan eran una partida de descarriados, llenos de arrebatos egomaníacos, cada cual tirando en su propia dirección, cada cual reafirmando su valía.
Aunque Florinda Matus nunca estuvo en primera fila, todo lo que sucedió en nuestras vidas a partir de entonces estuvo profundamente influido por ella. Fue siempre una figura en segundo plano, sabia, divertida, despiadada. Florinda Donner-Grau y yo aprendimos a amarla como nunca habíamos amado a nadie, y cuando se fue, legó su nombre, sus joyas, su dinero, su gracia y su savoir faire a Florinda Donner-Grau. Sentí que nunca podría escribir un libro sobre Florinda Matus; que si algún día alguien lo hacía habría de ser Florinda Donner-Grau, su legítima heredera, su hija entre las hijas. Al igual que Florinda Matus, yo no era más que una figura en segundo plano, puesta ahí por don Juan para romper la soledad del guerrero y para disfrutar de mi estancia sobre la Tierra.
Citas de El don del Águila
El arte de ensoñar es la capacidad de utilizar los sueños ordinarios y transformarlos en conciencia controlada, en virtud de una forma especializada de atención denominada la atención de ensueño.
El arte de acechar es un conjunto de procedimientos y actitudes que permiten a un guerrero extraer lo mejor de cualquier situación concebible.
Lo recomendable para los guerreros es no tener cosas materiales en las que enfocar su poder, sino enfocarlo en el espíritu, en el verdadero vuelo a lo desconocido y no en trivialidades.
Todo el que quiera seguir el camino del guerrero ha de librarse de la compulsión de poseer cosas y de aferrarse a ellas.
Ver es un conocimiento corporal. La preponderancia del sentido visual en nosotros influye en este conocimiento corporal y hace que parezca estar relacionado con los ojos.
La pérdida de la forma humana es como una espiral. Le da a un guerrero la libertad de recordarse a sí mismo como un conglomerado de campos de energía enderezados, lo que a su vez le hace aún más libre.
Un guerrero sabe que espera y sabe lo que espera; y mientras espera, deleita sus ojos en la contemplación del mundo. El logro definitivo de un guerrero es disfrutar con la alegría del infinito.
El destino de un guerrero sigue un curso inalterable. El desafío consiste en cuán lejos puede llegar y cuán impecable puede ser dentro de esos rígidos confines.
Cuando un guerrero deja de tener cualquier clase de expectativas, las acciones de la gente ya no le afectan. Una extraña paz se convierte en la fuerza que rige su vida. Ha adoptado uno de los conceptos de la vida del guerrero: el desapego.
El desapego no aporta automáticamente sabiduría; pero no obstante, supone una ventaja, pues permite al guerrero detenerse momentáneamente para reconsiderar las situaciones y volver a revisar las posibilidades. Para usar de manera consistente y correcta ese momento extra, un guerrero tiene, sin embargo, que luchar incansablemente durante toda su vida.
Ya me di al poder que a mi destino rige.
Y no me aferro ya a nada, para así no tener nada que defender.
No tengo pensamientos, para así poder ver.
No temo ya a nada, para así poder acordarme de mí.
Desapegado y sereno, me lanzaré
más allá del Águila para ser libre.
A los guerreros les resulta mucho más fácil salir adelante en condiciones de máxima tensión que ser impecables en circunstancias normales.
Los seres humanos tienen dos lados. El lado derecho abarca todo lo que el intelecto es capaz de concebir. El lado izquierdo es un ámbito de características indescriptibles, un ámbito para el que no caben palabras. El lado izquierdo es comprendido -si es comprensión lo que tiene lugar- con la totalidad del cuerpo. De ahí que se resista a la conceptualización.
Todas las facultades, posibilidades y logros del chamanismo, desde los más simples hasta los más asombrosos, se encuentran en el propio cuerpo humano.
A1 poder que gobierna el destino de todos los seres vivientes se le llama el Águila, no porque sea un águila ni porque tenga nada que ver con las águilas, sino porque aparece ante los ojos del vidente como un águila inconmensurable, negra como el azabache, erguida como se yerguen las águilas, cuya envergadura alcanza el infinito.
El Águila devora la conciencia de todas las criaturas que, vivas en la Tierra un momento antes, y ahora ya muertas, van flotando como un incesante enjambre de luciérnagas hacia el pico del Águila, al encuentro de su dueño, de la razón de haber tenido vida. El Águila desenreda esas minúsculas llamas, las tiende como un curtidor extiende una piel y después las consume, pues la conciencia es el sustento del Águila.
El Águila, ese poder que gobierna los destinos de toda cosa viviente, refleja igualmente y a la vez todas esas cosas vivas. No hay lugar, por tanto, a que el hombre rece al Águila, le pida favores o espere misericordia. La parte humana del Águila es demasiado insignificante como para conmover a la totalidad.
A toda cosa viviente se le ha otorgado el poder, si así lo desea, de buscar una apertura hacia la libertad y de pasar por ella. Es obvio para el vidente que ve esa apertura, y para las criaturas que pasan por ella, que el Águila ha otorgado ese don a fin de perpetuar la conciencia.
Cruzar hacia la libertad no significa alcanzar la vida eterna en el sentido usual de eternidad; esto es, vivir por siempre. Ocurre, más bien, que los guerreros pueden conservar su conciencia, que normalmente se abandona al momento de morir. En el momento de cruzar, el cuerpo en su totalidad se inflama de conocimiento. Al instante, cada célula se torna consciente de sí misma y, además, consciente de la totalidad del cuerpo.