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El conocimiento silencioso es un repaso intelectual de los pensamientos de los chamanes del México antiguo en su aspecto más abstracto. Mientras elaboraba a solas el libro, me contaminé del ánimo de aquellos hombres, de su deseo de conocer más siguiendo un camino cuasirracional. Florinda me explicó que, al final, aquellos chamanes se volvieron extremadamente fríos y desapegados. Para ellos no existía ya la calidez. Estaban empeñados en su búsqueda: su frialdad como hombres era un esfuerzo por igualar la frialdad del infinito. Lograron cambiar sus ojos humanos para igualar los fríos ojos de lo desconocido.

Sentí que a mí me ocurría lo mismo y traté desesperadamente de cambiar el curso de aquella marea. Todavía no lo he logrado. Mis pensamientos se han vuelto cada vez más parecidos a los pensamientos de aquellos hombres al final de su búsqueda. No es que no me ría. Muy al contrario, mi vida es una dicha sin fin. Pero al mismo tiempo es una búsqueda interminable y despiadada. El infinito me tragará y quiero estar preparado para ello. No quiero que el infinito me disuelva en la nada porque, por vagos que sean, aún conservo deseos humanos, cálidos afectos, apegos. Más que nada en el mundo, quiero ser como aquellos hombres. Nunca los conocí. Los únicos chamanes que llegué a conocer fueron don Juan y los restantes miembros de su grupo; lo que ellos manifestaban se hallaba muy lejos de esa frialdad que intuyo en aquellos hombres desconocidos.

Debido a la influencia que tuvo Florinda en mi vida, tuve gran éxito en aprender a enfocar mi atención sostenidamente en el ánimo de personas que jamás conocí. Enfoqué mi atención de recapitulación en el ánimo de aquellos chamanes, y fui atrapado por él sin esperanza de desembarazarme jamás de su atracción. Florinda no creía que mi estado fuera definitivo. Me gastaba bromas y se reía abiertamente de ello.

– Tu estado parece definitivo -me dijo Florinda-, pero no lo es. Llegará un momento en que cambiarás de jurisdicción. Quizá llegues a burlarte de cada pensamiento de los chamanes del México antiguo. Puede, incluso, que te burles de los pensamientos y las visiones de los chamanes con los que trabajaste tan estrechamente, como el nagual Juan Matus. Hasta puede que reniegues de él. Ya verás. Un guerrero no tiene límites. Su sentido de la improvisación es tan agudo que puede construir a partir de la nada; y no meras estructuras vacías, sino funcionales y prácticas. Ya verás. No es que vayas a olvidarlos, pero en un momento dado, antes de zambullirte en el abismo, si tienes agallas para recorrer su filo y la audacia de no apartarte de él, llegarás a conclusiones de guerrero de un orden y estabilidad infinitamente más adecuados para ti que la fijación de los chamanes del México antiguo.

Las palabras de Florinda eran como una agradable y alentadora profecía. Puede que tuviera razón. La tenía, ciertamente, al afirmar que los recursos del guerrero no tienen límites. El único fallo es que para adquirir una visión de mí y del mundo ordenada de un modo diferente, una visión que sea todavía más adecuada a mi temperamento, he de caminar al filo del abismo, y dudo tener la audacia y la fuerza necesarias para lograr esa proeza. Pero ¿quién sabe?

FIN