Dalgliesh no contestó. Permanecieron sentados en silencio un momento, al cabo del cual lord Martlesham prosiguió:
– Hay palabras y acciones que definen a un hombre. Una vez pronunciadas unas y realizadas las otras no hay excusa ni justificación posible, ni explicación aceptable. Te dicen: «Así es como eres. No hay modo de que sigas fingiendo, ahora ya lo sabes.» Pasan a ser inalterables e inolvidables.
– Pero no necesariamente imperdonables -apuntó Dalgliesh.
– No son perdonables para quienes llegan a saberlo, ni para uno mismo. Quizá lo sean para Dios, pero tal como alguien dijo alguna vez, C’est son metier. Sentí algo así cuando me alejé con el coche de aquel incendio. Sabía que no era una hoguera, ¿cómo iba a serlo? Sabía que alguien tal vez estuviese en peligro, alguien que podía necesitar que lo rescatasen. Me entró pánico y me marché de allí.
– Se paró para asegurarse de que la señora Clutton se encontraba bien.
– ¿Está presentando eso como circunstancia atenuante, comisario?
– No, lo constato como un hecho, sencillamente.
Tras un breve silencio, Dalgliesh preguntó:
– Antes de irse, ¿entró en el piso de la señorita Dupayne?
– Sólo para abrir la puerta. El vestíbulo estaba a oscuras y el ascensor se hallaba en la planta baja.
– ¿Está usted seguro? ¿Habían dejado el ascensor en la planta baja?
– Completamente seguro. Eso me convenció de que Celia no estaba en el piso.
Tras otro silencio, Martlesham añadió:
– Igual que un sonámbulo… Es como si hubiera seguido el camino que otros me habían preparado con anterioridad. Fundé una organización benéfica porque vi una necesidad y una forma de cubrirla. Lo cierto es que era evidente: miles de personas empujadas a la desesperación económica, al suicidio incluso, porque no consiguen un crédito salvo de unos tiburones decididos a explotarlos. Sin embargo, quienes más necesitan dinero son aquellos que no pueden obtenerlo. Y hay miles de personas a las que les sobra el dinero y están dispuestas a proporcionar fondos de un día para otro, sin intereses pero con la garantía de que recuperarán el capital. Y funciona. Lo organizamos con voluntarios. Muy poco dinero va a parar a la administración y poco a poco, porque la gente es agradecida, empiezan a tratarte como si fueras una especie de santo seglar. Necesitan creer que la bondad existe, que no a todo el mundo lo mueve la avaricia. Están ávidos de encontrar a un héroe virtuoso. Nunca creí que yo fuese bueno, pero sí que estaba haciendo el bien. Pronunciaba los discursos, los llamamientos que se esperaban de mí, y ahora he visto la verdad acerca de mí mismo, lo que soy en realidad, y me horroriza. No hay modo de ocultarla, imagino. No por mí, sino por los padres de Celia. No debe de haber nada peor para ellos que su muerte, pero desearía que se les ahorrara el mal trago de conocer parte de la verdad. ¿Es necesario que les cuenten lo del club? Y además, hay que considerar a mi esposa. Ya sé que es un poco tarde para pensar en ella, pero no está bien y me gustaría evitar que sufra.
– Si se constituye en prueba ante el tribunal, tendrán que saberlo -le explicó Dalgliesh.
– Igual que el resto del mundo. Los periódicos sensacionalistas ya se encargarán de eso aunque no sea yo quien se siente en el banquillo de los acusados. Yo no la maté, pero soy responsable de su muerte. Si no me hubiera conocido, seguiría con vida. ¿Debo entender que no estoy detenido? No me ha informado de mis derechos.
– No está usted detenido. Necesitamos su declaración y mis colegas se la tomarán ahora mismo. Tendré que volver a hablar con usted. Esa segunda entrevista será grabada según lo estipulado en la Ley de enjuiciamiento criminal y policial.
– Supongo que, llegados a este punto, me aconsejará que me busque un abogado.
– Eso deberá decidirlo usted. En mi opinión, es una buena idea -contestó Dalgliesh.
3
Pese a la densidad del tráfico, Kate, acompañada de Caroline Dupayne, regresó al Yard al cabo de dos horas. La segunda había pasado la tarde montando a caballo en el campo y su coche había aparecido a la entrada de Swathling’s un minuto antes de la llegada de Kate. No había esperado para cambiarse y todavía llevaba puestos los pantalones de montar. A Dalgliesh se le ocurrió que, de haber llevado su fusta consigo, la impresión de dominatrix habría sido absoluta.
Kate no le había contado nada durante el trayecto y escuchó la identificación que Tally hizo de lord Martlesham sin mostrar más emoción que una sonrisita de inquietud.
– Charles Martlesham me llamó después de que encontraran el cadáver de Celia Mellock -explicó-. Me dijo que, si lo identificaban, intentaría mentir, pero que al final creía que tendría que contar la verdad, tanto sobre lo que estaba haciendo en el Dupayne el viernes pasado como sobre el Club 96. Con franqueza, no creí que llegarían a encontrarlo, pero si lo hacían, sabía que sería un mal mentiroso. Es una pena que Tally Clutton no limitase su educación política a la Cámara de los Comunes.
– ¿Cómo empezó el Club 96? -preguntó Dalgliesh.
– Hace seis años, con mi marido. Él lo creó. Se mató en su Mercedes hace cuatro años, pero eso ya lo saben, por supuesto. No creo que haya mucha información sobre nosotros que no hayan husmeado ya. El club fue idea suya. Solía decir que para hacer dinero hay que buscar una necesidad que no haya sido satisfecha todavía. Nada motiva más a la gente que el dinero, el poder, la fama y el sexo. Los que tienen fama y poder también suelen tener dinero; sin embargo, conseguir sexo, sexo seguro, no es tan fácil. Los hombres de éxito y ambiciosos necesitan sexo, lo necesitan con regularidad y les gusta la variedad. Si van con prostitutas corren el riesgo de ver su fotografía en la prensa sensacionalista o acabar presentando una querella por difamación ante un tribunal. También pueden conseguirlo dándose una vuelta por King’s Cross en coche si les atrae el peligro, o acostándose con las esposas de sus amigos si están preparados para las complicaciones emocionales y matrimoniales. Raymond decía que lo que un hombre poderoso necesitaba era sexo sin sentimiento de culpa con mujeres a las que les gustase la práctica del sexo tanto como a él y que tuviesen lo mismo que perder. Casi todas serían mujeres que valoran su matrimonio pero que se sienten aburridas, sexualmente insatisfechas o que necesitan algo con cierto morbo o secretismo e incluso un poco de riesgo. Así que creó el club. Por aquel entonces mi padre había muerto y yo ya disponía del piso.
– ¿Y Celia Mellock era un miembro del grupo? -preguntó Dalgliesh-. ¿Cuánto tiempo llevaba siéndolo?
– No puedo decírselo, ni siquiera sabía que lo fuese. Así es como funcionaba el club: nadie, y eso me incluye a mí, sabe quiénes son los miembros. Tenemos una página web para que éstos puedan consultar la fecha de la siguiente reunión, si el lugar sigue siendo seguro…, y, por supuesto, siempre lo es. Tras la muerte de Neville, lo único que tuve que hacer fue colgar un mensaje en la página web anunciando que todas las reuniones quedaban suspendidas. Es inútil que me pidan un listado de miembros, pues no existe. El objetivo de todo el asunto era la discreción absoluta.
– A menos que se reconociesen unos a otros -señaló Dalgliesh.
– Llevaban máscaras. Era muy teatral, pero Raymond pensaba que eso le confería un atractivo mayor.
– Cuando la gente practica el sexo una máscara no basta para esconder una identidad.
– De acuerdo, es posible que uno o dos sospechasen quiénes eran sus parejas ocasionales, a fin de cuentas, muchos proceden del mismo mundo, pero ustedes no lograrán descubrir quiénes son.
Dalgliesh permaneció sentado sin decir nada. Caroline Dupayne debió de encontrar opresivo su silencio, pues de repente le espetó:
– ¡Por el amor de Dios, no estoy hablando con el párroco local! Es usted policía, ya ha visto esto antes. La gente se reúne para practicar sexo en grupo e internet es una forma de organizarlo. Sexo en grupo consensuado. Sucede, lo que hacíamos no era ilegal. ¿Tan difícil es conservar el sentido de la proporción? La policía ni siquiera dispone de los recursos para combatir la pedofilia en internet. ¿Cuántos hombres pagan para ver cómo torturan sexualmente a niños pequeños? ¡Miles, cientos de miles! ¿Y la gente que facilita las imágenes? ¿Propone usted en serio malgastar tiempo y dinero tratando de dar caza a los miembros de un club privado para adultos que practican el sexo consentido en una propiedad privada?