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Simona se calmó y la miró a los ojos.

— ¿Entonces me crees?

— Sí. Sé que dices la verdad. Pero también tú debes creerme a mí cuando te digo que conozco la magia que te protegerá del Caminante de los Sueños.

Simona se secó las lágrimas de sus sucias mejillas.

— ¿De veras que es posible? ¿Cómo?

— ¿Recuerdas a Richard? ¿El joven con el que regresé?

Simona, acurrucada contra Verna, asintió con una sonrisa.

— ¿Quién podría olvidarlo? Problemas y prodigios en un mismo paquete.

— Pues escucha. Además del don, Richard posee un tipo de magia heredada de sus antepasados, que lucharon contra los primeros Caminantes de los Sueños. Esa magia protege de los Caminantes no sólo a él sino a cualquiera que le jure fidelidad, a cualquiera que le sea realmente leal. Ésa fue la razón por la cual fue tejido el hechizo: para luchar contra los Caminantes de los Sueños.

— No puede ser tan simple como eso —replicó una incrédula Simona.

— Leoma me tenía encerrada en una celda, al final del pasillo. Me puso un rada’han al cuello y trató de doblegar mi voluntad con la prueba del dolor para que renegara de Richard. Me dijo que el Caminante de los Sueños quería visitarme en sueños, como hace contigo, pero mi lealtad hacia Richard lo impidió. Funciona, Simona. No sé cómo pero funciona. Yo estoy protegida frente al Caminante de los Sueños, y tú también puedes, si quieres.

La hermana Simona se apartó unos mechones de pelo cano de la cara.

— Verna, no estoy loca. Quiero librarme del rada’han y escapar antes de que llegue el Caminante de los Sueños. Debemos irnos. ¿Qué debo hacer?

Verna abrazó con más fuerza a la menuda mujer.

— ¿Nos ayudarás? ¿Ayudarás al resto de las Hermanas de la Luz a escapar?

Simona se besó el dedo anular con sus labios partidos.

— Lo juro por el Creador.

— Entonces debes jurar lealtad a Richard. Debes vincularte a él.

Simona se apartó, se arrodilló y apoyó la frente en el suelo.

— Juro fidelidad a Richard. Le entrego mi vida con la esperanza de que el Creador me acoja en su seno en el otro mundo.

Verna instó a Simona a levantarse. Entonces colocó las manos a ambos lados del rada’han y proyectó su han sobre él, uniéndose con él. Se oyó un zumbido. Luego un chasquido y el collar cayó al suelo.

Simona lanzó un grito de alegría y se abrazó a Verna. Ésta la estrechó contra sí. Comprendía perfectamente su gozo al verse libre del odiado rada’han.

— Simona, debemos irnos. Tenemos mucho que hacer y poco tiempo. Necesito tu ayuda.

Simona se enjuagó las lágrimas.

— Estoy lista. Gracias, Prelada.

Al llegar a la puerta con el cerrojo bloqueado mediante una intrincada red, Verna y Simona unieron esfuerzos para romperla. Aquella red había sido tejida por tres Hermanas y, pese a todo el poder de Verna, sería todo un reto quebrarla. Pero con la ayuda de Simona la red cedió fácilmente.

Los dos soldados apostados al otro lado de la puerta se sobresaltaron al ver aparecer a las mugrientas prisioneras. Al instante bajaron las picas.

Verna reconoció a uno de ellos.

— Walsh, tú me conoces. Levanta la pica.

— Sé que habéis sido declarada culpable de ser una Hermana de las Tinieblas.

— Sé que tú no crees eso.

La punta de la pica estaba peligrosamente cerca de su rostro.

— ¿Qué os hace pensar eso?

— Porque, si fuese cierto, os habría matado a ambos para escapar.

El soldado se quedó un momento en silencio, pensando.

— Continuad —dijo.

— Estamos en guerra. El emperador desea someter el mundo entero. Ha llegado el momento de elegir bando. Aquí y ahora debes decidir a quién eres leaclass="underline" a Richard o a la Orden Imperial.

El soldado frunció los labios. En su mente se libraba una dura batalla. Finalmente apoyó en el suelo el extremo romo de la pica.

— A Richard —declaró.

Los ojos del otro soldado saltaban de Walsh a Verna. Súbitamente se lanzó al ataque con el grito de «¡A la Orden!».

Verna estaba preparada. Antes de que el arma la tocara, lanzó al soldado contra la pared con tanta fuerza que se le abrió la cabeza. Cuando tocó el suelo ya estaba muerto.

— Creo que he elegido bien —dijo Walsh.

— Así es. Tenemos que reunir a las auténticas Hermanas de la Luz y a los jóvenes magos que nos son leales y alejarnos de palacio cuanto antes. No hay tiempo que perder.

— Vamos —dijo Walsh, que con la pica preparada abría camino.

En el exterior, una menuda figura esperaba sentada en un banco en el cálido aire nocturno. Cuando los reconoció se puso de pie de un salto.

— ¡Prelada! —susurró con lágrimas de alegría en los ojos.

Verna abrazó a Millie con tanta fuerza que la anciana chilló que la soltara.

— Oh, Prelada, perdonadme por esas cosas tan horribles que os dije. No lo decía en serio, lo juro.

Verna, al borde de las lágrimas, volvió a abrazarla y luego le besó la frente una docena de veces.

— Gracias, Millie. El Creador no podía haber enviado a nadie mejor que tú para ayudarme. Nunca olvidaré lo que has hecho por mí y por las Hermanas de la Luz. Ahora debemos escapar. El emperador piensa tomar el palacio. Por favor, ¿vendrás con nosotras para que no te pase nada?

Millie se encogió de hombros.

— ¿Queréis a una vieja como yo? ¿Queréis que os ayude a escapar de las sanguinarias Hermanas de las Tinieblas y de monstruos mágicos?

— Por favor.

Millie sonrió de oreja a oreja.

— Suena más divertido que fregar suelos y vaciar orinales.

— Perfecto, escuchadme todos, vamos a…

Una alta sombra asomó por la esquina del edificio. Todos callaron y se quedaron inmóviles mientras la figura se aproximaba.

— Bueno, Verna, parece que has hallado el modo de escapar. Ya contaba con ello. —Al acercarse más, vieron que se trataba de la hermana Philippa, la otra consejera de Verna. Se besó el dedo anular y sus finos labios esbozaron una sonrisa—. Gracias al Creador. Bienvenida de vuelta, Prelada.

— Philippa, tenemos que sacar a las Hermanas de palacio esta misma noche, antes de que Jagang llegue, o nos capturará para utilizarnos.

— ¿Qué vamos a hacer, Prelada?

— Escuchad todos con atención. Debemos darnos prisa y ser muy precavidos. Si nos atrapan, nos pondrán collares a todos.

Richard acabó sin resuello la carrera por el bosque Hagen, y decidió aminorar el paso para recuperar el aliento. Vio que unas Hermanas merodeaban por los jardines del palacio pero ellas no podían verlo. Pese a que la capa de mriswith lo protegía, no podía registrar todo el edificio; tardaría días en recorrerlo de arriba abajo. Tenía que averiguar dónde tenían prisioneros a Kahlan, a Zedd y a Gratch, liberarlos y regresar a Aydindril. Una vez allí Zedd sabría qué hacer.

Probablemente Zedd se pondría furioso y le echaría una buena reprimenda, aunque Richard sabía que se la merecía. Tenía el estómago encogido por la enormidad de lo que había provocado. Si seguía vivo, desde luego no era por haber actuado con inteligencia. Con su insensatez y temeridad había puesto en peligro infinitas vidas.

Seguramente Kahlan estaría más que furiosa con él. Y con razón.

Richard se estremeció al pensar qué querían hacer los mriswith en Aydindril y sintió una punzada de temor por sus amigos. Quizá los mriswith sólo deseaban establecer un nuevo hogar, como el bosque Hagen, del que no saldrían. Pero una voz interior se reía de tan absurdas ilusiones. Debía regresar a Aydindril.

«Deja de pensar en el problema —se reprendió—. Piensa en la solución.»

No podía imaginarse por qué las Hermanas habrían apresado a Kahlan, Zedd y Gratch, aunque no dudaba de las palabras de Merissa; la Hermana creía que lo tenía en su poder, por lo que no tenía razón alguna para mentir. ¿Por qué las Hermanas de las Tinieblas mantenían a sus prisioneros en un lugar en el que corrían peligro de ser descubiertas?