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Rápidamente Ulicia clavó un cuchillo en el dorso de la mano del capitán, inmovilizándola contra la mesa. Entonces se llevó el dedo de la otra mano al aro del labio inferior y con un flujo de Magia de Resta lo hizo desaparecer.

— De acuerdo, capitán Blake, iremos al Lady Sefa. Nos encantará ver de nuevo a toda la tripulación.

Con un puño mágico le propinó un tremendo golpe hacia atrás. El cuchillo que tenía clavado le cortó la mano en dos. El capitán quiso gritar, pero una mordaza de aire se lo impidió.

49

— Algo pasa ahí fuera —susurró Adie—. Deben de ser ellos. ¿Estás segura de que quieres hacer esto? —preguntó, fijando sus blancos ojos en Kahlan—. Yo estoy dispuesta pero…

— No nos queda otro remedio —repuso Kahlan, echando un vistazo al fuego para asegurarse de que ardía con intensidad—. Tenemos que escapar. Y si morimos en el intento, bueno, al menos ya no seremos el anzuelo que debe atraer a Richard a la trampa. De ese modo se quedará donde está y con la ayuda de Zedd protegerá la Tierra Central.

— De acuerdo. Lo intentaremos. Sé lo que está haciendo pero no sé por qué.

Adie le había explicado que Lunetta se comportaba de modo muy peculiar: se envolvía en su poder continuamente. Para conseguir algo tan extraordinario se requería un talismán imbuido de magia. Tratándose de Lunetta, el talismán sólo podía ser una cosa.

— Aunque no sepas el porqué, Adie, no lo haría si no fuese importante.

Kahlan se llevó un dedo a los labios, conminando al silencio, cuando se oyó el crujir del suelo de madera del pasillo. El cabello negro y gris de Adie, que le llegaba hasta la mandíbula, osciló cuando la hechicera se inclinó sobre la lámpara para apagarla, tras lo cual se colocó detrás de la puerta. El fuego iluminaba la estancia pero las sombras se movían a las titilantes llamas, lo cual se sumaría a la confusión.

La puerta se abrió. Kahlan, de pie en el extremo más alejado, de cara a Adie, inspiró profundamente para armarse de valor. Ojalá antes de entrar hubiesen roto el escudo, o todo eso no serviría para nada.

Dos figuras entraron en la habitación. Eran ellos.

— ¿Qué estás haciendo tú aquí, asqueroso bufón? —vociferó Kahlan.

Brogan, con Lunetta a la zaga, se volvió contra Kahlan. Ésta le escupió a los ojos.

Rojo de rabia, el general fue a por ella. Kahlan lo golpeó con la bota en la entrepierna. Brogan lanzó un alarido, y Lunetta corrió en su ayuda. Por detrás, Adie estrelló un tronco en la cabeza de la bruja, que se había agachado.

Brogan se abalanzó sobre Kahlan. Ambos forcejearon. El general le propinaba puñetazos en las costillas. Entretanto, Adie aprovechó que Lunetta caía al suelo para tirar de su curioso atavío de retales. Con un tremendo esfuerzo fruto de la desesperación, Adie logró arrancar el vestido de la bruja, que casi estaba inconsciente.

Lunetta, aturdida y aletargada, logró lanzar un grito cuando Adie se dio media vuelta y arrojó el vestido al rugiente fuego.

Mientras ella y Brogan caían al suelo, Kahlan alcanzó a ver cómo los retales multicolores eran pasto de las llamas. Al estrellarse contra el suelo logró quitarse de encima al general e inmediatamente se puso en pie. Cuando Brogan trató de hacer lo propio, Kahlan le lanzó un puntapié a la cara.

Lunetta emitía angustiosos chillidos. Kahlan no quitaba ojo a Brogan, que, sangrando por la nariz, se disponía a lanzarse contra ella de nuevo. No obstante, vio a su hermana detrás de Kahlan y se quedó paralizado.

Kahlan osó echar una fugaz mirada tras de sí. Vio una mujer tratando desesperada y vanamente de recuperar unos retales de colores del fuego.

Pero esa mujer no era Lunetta. Era una mujer atractiva y de más edad que Lunetta, vestida con un holgado vestido blanco.

También Kahlan se quedó de piedra. ¿Qué le había pasado a Lunetta?

— ¡Lunetta! —vociferó Brogan, fuera de sí—. ¿Cómo te atreves a hacer un sortilegio delante de otras personas? ¿Cómo osas usar tu magia para que te vean hermosa? ¡Ya basta! ¡Tu lacra es horrorosa!

— Lord general —sollozaba Lunetta—, mis galas. Mis galas se están quemando. Por favor, hermano, ayúdame.

— ¡Maldita streganicha! ¡Acaba con esto de una vez!

— No puedo —sollozaba Lunetta—. Sin mis galas, no puedo.

Lanzando un gruñido de furia, Brogan apartó a Kahlan de su camino y corrió al fuego. Allí alzó a Lunetta por el pelo y la golpeó con el puño. La mujer cayó al suelo, arrastrando consigo a Adie.

Brogan pateó a su hermana, que trataba de levantarse.

— ¡Ya me he hartado de tu desobediencia y de tu impía lacra!

Kahlan cogió un tronco y lo blandió contra Brogan, pero éste se agachó y recibió el impacto en los hombros. De un puñetazo en el vientre Brogan la lanzó hacia atrás.

— ¡Cerdo asqueroso! —resopló Kahlan, tratando de recuperar el aliento—. ¡Deja en paz a tu hermosa hermana!

— ¡Está como una cabra! ¡Es Lunetta, la lunática!

— ¡No le hagas caso, Lunetta! ¡Tu nombre significa «pequeña luna»! ¡No le hagas ningún caso!

Brogan, gritando furioso, extendió los brazos hacia Kahlan. Un estruendoso relámpago estalló en la habitación y solamente falló porque se movía sin ningún control, a tontas y a locas. El aire se llenó de yeso y otros restos.

Kahlan se quedó tan estupefacta que apenas podía moverse. Tobias Brogan, el lord general de la Sangre de la Virtud, el hombre que había jurado exterminar la magia, poseía el don.

Gritando de nuevo, Brogan lanzó contra Kahlan un puñetazo de aire que le golpeó en pleno pecho y la arrojó contra la pared. La mujer cayó al suelo, desmadejada, aturdida y casi sin sentido.

Al ver qué había hecho Brogan, Lunetta gritó más fuerte.

— ¡No, Tobias! ¡No uses la lacra!

Brogan cerró las manos alrededor del cuello de su hermana y le golpeó la cabeza contra el suelo.

— ¡Has sido tú! ¡Estás usando la lacra! ¡Es uno de tus conjuros! ¡Tú has lanzado el rayo!

— No, Tobias, has sido tú. No debes usar el don. Mamá me dijo que no debías usarlo.

Brogan la levantó cogiéndola por el blanco vestido.

— ¿De qué estás hablando? ¿Qué te dijo mamá, malvada streganicha?

La atractiva mujer jadeaba y resoplaba.

— Que tú eres el elegido, hermano. Que estás llamado a hacer grandes cosas. Dijo que yo debía procurar no llamar la atención, para que toda la gloria fuese tuya. Dijo que tú eras el importante, pero que no debía permitir que usaras el don.

— ¡Mentirosa! ¡Mamá nunca dijo tal cosa! ¡Mamá no sabía nada!

— Sí lo sabía, Tobias. También ella poseía un poco de magia. Las Hermanas vinieron para llevarte. Pero nosotras te amábamos y no queríamos que se llevaran a nuestro pequeño Tobias.

— ¡Yo no tengo la lacra!

— Es cierto, hermano. Las Hermanas afirmaron que tenías el don y querían llevarte al Palacio de los Profetas. Mamá me dijo que si se marchaban con las manos vacías, vendrían otras. Así pues, las matamos, mamá y yo. Así es como te hiciste esa cicatriz junto a la boca, en nuestra lucha con ellas. Mamá dijo que teníamos que matarlas o enviarían a otros. También me dijo que no te dejara usar nunca el don, o regresarían para llevarte.

Brogan respiraba agitadamente, enfurecido.

— ¡Todo mentira! ¡Tú has lanzado el rayo y estás usando un sortilegio!

— No —sollozó Lunetta—. Me han quemado las galas. Mamá dijo que estabas destinado a hacer grandes cosas, pero que todo podía echarse a perder. Ella me enseñó a usar mis galas para ocultar mi aspecto e impedirte usar el don. Las dos queríamos que fueses un gran hombre.

»Tú has lanzado el rayo. Yo, sin mis galas, no podría.

Brogan tenía ojos de loco y parecía estar viendo algo que nadie más podía ver.

— No es la lacra —musitó—. Sólo soy yo. La lacra es maldad. Esto no es malo. Sólo soy yo.