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— ¿Un acto desesperado, Zedd?

El mago respondió con un gruñido, le dio la espalda y alzó los brazos. De la roca surgían chispas de colores que lo envolvían en espirales de ronroneante luz.

Ann había oído hablar de rocas de hechicero, pero nunca había visto ninguna ni cómo se usaban. Desde el mismo instante que el viejo mago se había subido a ella, Ann había sentido el poder que empezaba a emanar de él.

Holly le echó sus delgados brazos al cuello cuando Ann se reunió con ella en la negra oquedad.

— ¿Has visto a alguien?

— No, Ann —susurró Holly.

— Perfecto. Bueno, nos quedaremos aquí las dos, bien juntitas, hasta que el mago Zorander acabe con su trabajo.

— Chilla mucho, dice muchas palabrotas y agita los brazos como si fuera a provocar una tormenta contra nosotras, pero a mí me parece que es un buen hombre.

— ¿Ya han dejado de picarte las pulgas de nieve? —Ann se sonrió en el oscuro escondrijo entre la roca—. Pero sí, creo que tienes razón.

— A veces la abuela se enfadaba cuando alguien trataba de hacernos daño, pero yo me daba cuenta de que no iba en serio. Tampoco el mago Zorander va en serio. Sólo finge.

— Eres más perspicaz que yo, hija mía. Vas a ser una magnífica Hermana de la Luz.

Con la cabeza de Holly apoyada en el hombro de Ann, ambas esperaron en silencio. La Prelada rezaba para que el mago se apresurara. Si las descubrían en las criptas, no podrían escapar y, pese a su poder, sabía que nada podría hacer contra las Hermanas de las Tinieblas.

El tiempo fue transcurriendo con exasperante lentitud. Por su respiración lenta y regular, se dio cuenta de que Holly se había quedado dormida. La pobre niña apenas había podido dormir, de hecho ninguno de ellos había podido, pues habían viajado durante el día y la mayor parte de la noche para llegar a Tanimura antes que Jagang. Todos estaban exhaustos.

Se sobresaltó cuando alguien tiró de ella por el hombro.

— Vámonos de aquí —susurró Zedd.

Llevando a Holly, Ann salió del escondrijo.

— ¿Lo has conseguido?

Zedd, más que enfadado, miró por la enorme puerta redonda hacia las criptas.

— Ha sido imposible, maldita sea. Es como tratar de encender un fuego bajo el agua.

— Zedd, tiene que funcionar —insistió Ann, desesperada.

El mago posó en ella una mirada de inquietud.

— Lo sé. Pero quienes tejieron esa red poseían Magia de Resta. Yo sólo tengo la de Suma. He probado todo lo que sé. Es una red tan estable que me es imposible romperla. Lo siento mucho.

— Pero yo misma he realizado un conjuro de luz en palacio. Puede hacerse.

— Yo no he dicho que no haya lanzado un conjuro, he dicho que no puedo activarlo. Al menos, no aquí abajo, en el nodo.

— ¿Has tratado de activarlo? ¡Estás loco!

Zedd se encogió de hombros.

— Un acto desesperado, ¿recuerdas? Como no estaba seguro de que funcionara, tenía que comprobarlo. Y menos mal o me habría ido pensando que lo había logrado. Si se activa, será definitivo; no se expandirá para consumir el encantamiento.

Ann se dio por vencida.

— Bueno, si alguien entra ahí, y esperemos que sea Jagang, lo matará. Al menos hasta que descubran lo que has hecho y vacíen el escudo. Luego todo volverá a la normalidad en las criptas.

— No les será tan sencillo. He colocado algunos «trucos». De hecho, las criptas se han convertido en una trampa mortal.

— ¿No podemos hacer nada más?

— Lo que he hecho no basta para hacer estallar el palacio, pero es la mecha. Si las Hermanas de las Tinieblas realmente poseen Magia de Resta, como dices, podríamos pedir a una de ellas que tratara de encenderla por nosotros.

— No hay nada más que podamos hacer. Tendremos que rezar para que los trucos que has dejado los maten. Tal vez baste con eso, aunque no podamos destruir el palacio. Será mejor que salgamos de aquí —declaró, cogiendo a Holly de la mano—. Nathan nos está esperando. Tenemos que escapar antes de que Jagang llegue o que las Hermanas nos descubran.

50

Verna se agachó detrás de un banco de piedra al percibir el resplandor del acero a la luz de la luna. Los ruidos de la batalla que se libraba en palacio ascendían por los jardines hasta donde ella se encontraba. Sabía por otros que recientemente habían llegado a palacio unos soldados de capas de color carmesí para unirse a la Orden Imperial, pero de repente habían empezado a matar a todos los que encontraban.

Dos hombres con capas de color carmesí surgieron de la oscuridad y echaron a correr hacia arriba. Desde la dirección contraria a la que había visto el destello, alguien saltó y los abatió al instante.

— Son dos de la Sangre —susurró una voz femenina. Era una voz que le sonaba familiar—. Vamos, Adie.

Otra figura, más delgada, emergió de las sombras. La mujer había usado la espada, y Verna tenía su han para defenderse. Decidió correr el riesgo y se plantó ante ellas.

— ¿Quién anda ahí? Mostraos.

La espada centelleó al alzarse.

— ¿Quién quiere saberlo?

Ojalá no estuviera arriesgándose tontamente, pero aún tenía amigas entre las Hermanas.

— Soy Verna —declaró, presto el dacra.

La figura en las sombras se detuvo.

— ¿Verna? ¿La hermana Verna?

— Sí. ¿Quién eres tú? —inquirió en susurros.

— Kahlan Amnell.

— ¡Kahlan! No es posible. —Verna corrió hacia la zona iluminada por la luna y se detuvo ante la mujer—. Querido Creador, es cierto. —Verna la abrazó—. Oh, Kahlan, creía que te habían matado.

— Verna, no puedes ni imaginarte cómo me alegro de ver una cara amiga.

— ¿Quién te acompaña?

— Ha pasado mucho tiempo —dijo la anciana— pero aún te recuerdo muy bien, hermana Verna.

Verna se la quedó mirando, tratando de situarla.

— Lo siento, pero no te reconozco.

— Soy Adie. Pasé un tiempo en palacio en mi juventud. De eso hace ya cincuenta años.

— ¡Adie! Sí, recuerdo a Adie.

Lo que no dijo Verna fue que la Adie que ella recordaba era una mujer joven. Hacía mucho tiempo que había aprendido a guardarse para sí ese tipo de comentarios; el tiempo pasaba mucho más deprisa para quienes vivían en el mundo exterior.

— Seguramente recuerdas mi nombre, pero no mi rostro. Hace mucho tiempo. Pero tú sigues igual. —Adie abrazó a Verna cariñosamente—. Fuiste muy amable conmigo cuando estuve aquí.

Kahlan interrumpió las evocaciones de ambas.

— ¿Verna, qué está pasando aquí? La Sangre de la Virtud nos trajo, y hemos conseguido escapar. Tenemos que huir pero parece que se ha declarado una batalla.

— Es una historia muy larga y ahora no hay tiempo. Ni siquiera estoy segura de conocerla toda. Pero tienes razón: debemos huir enseguida. Las Hermanas de las Tinieblas han tomado el palacio, y el emperador Jagang de la Orden Imperial llegará en cualquier momento. Tengo que llevarme de aquí a las Hermanas de la Luz. ¿Queréis acompañarnos?

Kahlan escudriñó los alrededores en busca de posibles atacantes.

— Sí, pero antes debo ir a buscar a Ahern. No puedo dejarlo atrás; se ha portado muy bien con nosotras. Apuesto a que estará tratando de recuperar su coche y el tiro de caballos.

— Yo aún no he acabado de reunir a todas las Hermanas leales —repuso Verna—. Hemos convenido reunirnos allí, al otro lado de ese muro. El soldado que se oculta al otro lado, junto a la verja, es leal a Richard, al igual que todos los demás que vigilan las puertas del muro. Se llama Kevin. Es de fiar. Cuando regreses, dile que eres amiga de Richard. Es la contraseña y te dejará entrar en el complejo.

— ¿Es leal a Richard?

— Sí. Date prisa. Yo tengo que entrar para rescatar a un amigo. No puedes permitir que ese cochero trate de atravesar con su coche por aquí. Los jardines se han convertido en un campo de batalla. Nunca lo conseguiría.