Выбрать главу

»Sé perfectamente que el propósito de las Confesoras no es ejercer la autoridad sino proteger al pueblo. Actué confiando en que te darías cuenta de que yo también deseaba proteger a la gente, no dominarla. No obstante, me rompe el corazón haberte causado tanto daño.

Sobrevino un largo silencio en la sala de piedra.

— Richard, cuando recibí tu carta admito que me quedé destrozada. Soy la depositaria de un deber sagrado y no deseaba pasar a la historia como la Madre Confesora que perdió la Tierra Central. Pero de camino hacia aquí, con el rada’han al cuello, tuve mucho tiempo para pensar.

»Esta noche las Hermanas han hecho algo muy noble. Han sacrificado un legado de tres mil años por una razón más elevada: ayudar a sus semejantes. No me alegra lo que hiciste, y aún tienes que explicarme muchas cosas, pero puedes estar seguro de que te escucharé con todo mi amor, no sólo hacia ti sino hacia todas las personas de la Tierra Central que nos necesitan.

»Durante las semanas que duró el viaje me di cuenta de que debemos vivir mirando al futuro, no al pasado. Yo deseo que el futuro sea un lugar en el que todos podamos vivir en paz y seguridad. Eso es lo realmente importante. Te conozco y sé que no hubieras actuado como lo hiciste por razones egoístas.

Richard le acarició suavemente las mejillas.

— Estoy orgulloso de ti, Madre Confesora.

Kahlan le besó los dedos.

— Más adelante, cuando no haya nadie que trate de matarnos y tengamos tiempo, me cruzaré de brazos, pondré mala cara y daré golpecitos con el pie contra el suelo, como se supone que debe hacer la Madre Confesora, y te escucharé mientras tú te explicas balbuceando. Pero de momento me conformo con salir de aquí.

Ya más tranquilo, Richard sonrió y siguió gateando hacia el fondo de la cripta. La delgada capa de reluciente neblina que flotaba por encima de ellos cubría la cripta por entero. Richard ignoraba si esa sensación de peligro que lo embargaba era una percepción real o no. Pero estaba aprendiendo a confiar en sus instintos sin necesidad de pruebas.

Al entrar en la pequeña cámara del fondo, Richard examinó con la mirada los libros colocados en las estanterías y dio con el que buscaba. Por desgracia, estaba situado por encima de la neblina. Aunque no sabía qué era exactamente, no se le ocurría ni por asomo tratar de alcanzarlo a través de ella. Era algún tipo de magia, y ya había visto sus efectos en los soldados.

Con ayuda de Kahlan balancearon la librería hasta tumbarla. El mueble se estrelló contra la mesa y los libros salieron despedidos en todas direcciones, pero el que le interesaba quedó sobre la mesa a apenas unos centímetros por debajo de la reluciente neblina. Muy cuidadosamente Richard pasó la mano por el tablero, percibiendo el cosquilleo de la magia que flotaba justo por encima del brazo. Por fin alcanzó el libro con los dedos y lo tiró al suelo.

— Richard, algo va mal.

Richard recogió el libro y lo hojeó rápidamente para asegurarse de que era el que buscaba. Aunque ya era capaz de leer d’haraniano culto y reconocía algunas palabras, no tenía tiempo de ponerse a pensar en lo que decía.

— ¿Qué? ¿Qué pasa?

— Fíjate en la niebla. Cuando entramos nos llegaba al pecho. Seguramente fue eso lo que partió a los soldados en dos. Mírala ahora.

La niebla había descendido justo a la altura de la mesa. Richard se metió el libro en el cinto.

— Sígueme. Deprisa —dijo.

Ambos salieron a toda prisa de la cámara. Richard no sabía qué sucedería si la mágica neblina los tocaba, pero podía imaginárselo.

Kahlan lanzó un grito. Richard se dio media vuelta y la vio despatarrada en el suelo.

— ¿Qué te pasa?

Kahlan trató de arrastrarse impulsándose con los codos, pero no logró moverse.

— Algo me tiene cogida por el tobillo.

Richard regresó junto a ella y la cogió por la muñeca.

— Se ha ido. Tan pronto como me has tocado, me ha soltado.

— Cógete de mi tobillo y salgamos de aquí.

— ¡Richard! Mira.

Cuando Richard la tocó, el fulgor que brillaba sobre sus cabezas descendió, como si la magia hubiera notado el contacto, oliera a su presa y descendiera para cazarla. Apenas podían gatear. Richard, con Kahlan cogida de su tobillo, corrió hacia la puerta.

El nivel de la neblina fue descendiendo más y más, hasta el punto que Richard notaba su calor en la espalda.

— ¡Al suelo!

Kahlan se tumbó boca abajo y así, arrastrándose sobre el vientre, avanzaron hasta la puerta. Cuando al fin llegaron, Richard se dejó caer sobre la espalda. La neblina flotaba a escasos centímetros sobre ellos.

Kahlan lo agarró por la camisa y lo acercó a ella.

— Richard, ¿qué vamos a hacer?

El joven alzó la vista hacia la placa metálica que quedaba por encima de la refulgente capa que se extendía de pared a pared. Era imposible tocar la placa sin atravesar la inquietante luz.

— Tenemos que salir de aquí, o nos matará como mató a los soldados. Me pondré de pie.

— ¿Te has vuelto loco? ¡No puedes hacer eso!

— Llevo la capa de mriswith. Tal vez con ella, la luz no me encontrará.

Kahlan lo detuvo con un brazo contra el pecho.

— ¡No!

— Si no lo intento, moriremos.

— ¡Richard, no!

— ¿Se te ocurre algo mejor? Se nos acaba el tiempo.

La mujer lanzó un gruñido de rabia y extendió una mano hacia la puerta. De su puño estalló un rayo azul. La puerta crepitó con haces de luz azul que recorrían su perímetro.

La delgada neblina luminosa retrocedió, como si estuviera viva y el contacto con la magia de Kahlan le resultara doloroso. Pero la puerta no cedió.

Aprovechando que la luz se retiraba y se replegaba en el centro de la sala, Richard se puso de pie de un salto y colocó la palma de la mano encima de la placa metálica. La puerta gruñó y empezó a abrirse. Los chisporroteantes destellos azules de Kahlan se extinguieron cuando la puerta se abrió un poco. Nuevamente la neblina se dispuso a extenderse.

Richard agarró a Kahlan de la mano. Se escurrió por la exigua abertura, tirando de la mujer. Ambos cayeron al suelo al otro lado, jadeando y cogidos de la mano.

— Ha funcionado —dijo Kahlan, pugnando por recuperar la respiración después del mal rato—. Mi magia ha funcionado porque sabía que estabas en peligro.

Cuando la puerta acabó de abrirse, la neblina luminosa se filtró afuera, hacia ellos.

— Tenemos que alejarnos —dijo Richard.

Ambos se levantaron y fueron avanzando de espaldas, sin perder de vista la niebla que se arrastraba hacia ellos. Ambos lanzaron un gruñido al unísono cuando se estrellaron contra una barrera invisible. Richard la palpó y no halló ninguna abertura. La neblina estaba a punto de alcanzarlos.

Con una furia nacida de la necesidad, Richard extendió los brazos hacia adelante.

De sus dedos brotaron negras ráfagas luminosas, ondulantes espacios vacíos en la existencia de la luz y la vida, como la misma muerte eterna, que avanzaban retorciéndose y serpenteando. El estallido de esos rayos formados por Magia de Resta fue atronador. Kahlan se estremeció, se cubrió los oídos y apartó la vista.

En el centro de la cripta, la refulgente neblina empezó a arder. Richard sintió un intenso golpe grave en el pecho y el temblor de la piedra bajo sus pies.

Una explosión arrojó las librerías hacia atrás, lanzando al aire un vendaval de papeles que ardían y se consumían al instante, como las miles de chispas de una hoguera. La luz aullaba como si tuviera vida propia. Richard sintió cómo el negro rayo estallaba desde su interior con un poder y una furia que escapaban de su comprensión, atravesaba ardiendo su cuerpo y volaba sinuoso hacia la cripta.

Kahlan tuvo que tirar de él para alejarlo de allí.

— ¡Richard! ¡Richard! ¡Corre, Richard! ¡Richard, escúchame! ¡Corre!

La voz de Kahlan parecía llegarle de muy lejos. Las negras ráfagas de Magia de Resta cesaron de repente. El mundo inundó de nuevo el vacío de su conciencia, y Richard se sintió nuevamente vivo. Vivo y muy asustado.