— Pensaba que podías localizarlo mediante ese infernal collar.
— Así es —replicó Ann, que empezó a buscar entre la maleza—, y por eso sé que tiene que estar aquí, en alguna parte. Tal vez está herido por la explosión. Puesto que el hechizo ha sido destruido, Nathan debió de cumplir con la parte que le correspondía con el escudo exterior. Ayúdame a buscar.
También Holly buscaba, pero sin alejarse. Zedd se dirigió hacia un lugar despejado y plano. Guiándose por las ramas y los arbustos inclinados o rotos, buscaba cerca del centro del nodo, donde debía de concentrarse el poder. Ann miraba entre las rocas. Zedd la llamó.
La Prelada cogió a Holly de la mano y corrió hacia el viejo mago.
— ¿Qué has encontrado?
Zedd señaló. Incrustado en una hendidura en un bloque redondo de granito, de pie para que no dejaran de verlo, había algo redondo. Ann lo sacó y lo observó, incrédula.
— Es el rada’han de Nathan.
Holly ahogó un grito.
— Oh, Ann, tal vez está muerto. Tal vez la magia lo mató.
Ann examinó el collar. Estaba cerrado.
— No, Holly —la tranquilizó, y le acarició el pelo—. Si hubiera muerto, encontraríamos algún indicio. ¿Qué le habrá pasado?
— ¿Que qué le habrá pasado? —Zedd se rió entre dientes—. Pues que se ha liberado. Metió el collar en esa roca para asegurarse de que lo vieras; es su modo de dedicarte un corte de mangas. Nathan quería que supiéramos que se ha quitado el collar él solito. Supongo que enlazó el poder del nodo con el collar, o algo así. Bueno —suspiró—, sea como sea, se ha marchado. Ahora quítame el mío.
Ann bajó la mano con la que sostenía el rada’han y fijó la mirada en la oscuridad.
— Tenemos que encontrarlo.
— Primero quítame el collar como me prometiste, y luego vete a buscarlo. Pero sin mí, desde luego.
Ann sintió que la sangre le hervía.
— Tú te vienes conmigo.
— ¿Qué? ¡Ni hablar! ¡No pienso hacerlo!
— Te digo que vienes.
— ¿Vas a romper tu promesa?
— No, pienso cumplirla tan pronto como encontremos a ese irritante Profeta. No tienes ni idea de los líos que puede llegar a armar.
— Pero ¿para qué me necesitas a mí?— gritó Zedd.
— Vendrás conmigo quieras o no, y no hay más que hablar. Cuando lo encontremos te quitaré el collar. Pero antes no.
Zedd blandió los puños, furioso, mientras Ann iba a por los caballos. Su mirada se dirigió hacia la lejana colina, hacia el grupo de Hermanas que se dirigían al norte. Al llegar junto a los caballos, se agachó delante de Holly.
— Holly, tu primer deber como novicia de las Hermanas de la Luz será cumplir una misión urgente y de vital importancia.
— ¿Qué es, Ann? —preguntó la niña, muy seria.
— Es imperativo que Zedd y yo encontremos a Nathan. Espero que no tardemos mucho, pero debemos darnos prisa, antes de que se aleje demasiado.
— ¡Antes de que se aleje! —vociferó Zedd a su espalda—. Ha tenido horas. Nos lleva demasiada ventaja. A saber dónde estará. No lo alcanzaremos nunca.
— Tenemos que encontrarlo —se limitó a decirle Ann. Enseguida se volvió hacia la niña—. Holly, debemos apresurarnos. No tengo tiempo de ponerme en contacto con las Hermanas de la Luz que van por esa colina de ahí. Quiero que te reúnas con ellas y le cuentes a la hermana Verna todo lo que ha ocurrido.
— Pero ¿qué le digo?
— Todo lo que has visto y oído mientras estabas con nosotros. Dile la verdad, sin inventarte nada. Es importante que Verna sepa qué está pasando. Dile que Zedd y yo vamos en pos de Nathan y que cuando podamos nos reuniremos con ellas. Pero nuestra prioridad es encontrar al Profeta. Dile que se dirijan al norte, como están haciendo, para huir de la Orden Imperial.
— Podré hacerlo.
— No están lejos. Sigue este camino, que te llevará hasta el sendero por el que ascienden. Así darás con ellas. La yegua te conoce y le gustas; te cuidará bien. Alcanzarás a las Hermanas en una o dos horas. Ellas te protegerán y te querrán mucho. La hermana Verna sabrá qué hacer.
— Te echaré mucho de menos —dijo la niña, muy emocionada.
Ann la abrazó.
— Oh, pequeña, yo también te echaré mucho de menos. Ojalá pudieras ir con nosotros, porque nos has ayudado mucho. Pero debemos partir enseguida si queremos encontrar a Nathan. Las Hermanas, sobre todo la prelada Verna, deben saber qué ha ocurrido. Es importante. Por eso debo enviarte con ellas.
Holly se secó las lágrimas.
— Lo entiendo —dijo con valentía—. No te fallaré, Prelada.
Ann la ayudó a montar, le besó la mano y le tendió las riendas. Luego se quedó mirándola y diciéndole adiós con la mano, mientras Holly se alejaba al trote.
— Será mejor que nos pongamos en marcha si queremos atraparlo —dijo al rabioso mago, y le dio palmaditas en un huesudo hombro—. No tardaremos mucho. Tan pronto como lo encontremos, te quitaré el collar, lo prometo.
52
El bosque Hagen seguía tan lúgubre e inhóspito como siempre, aunque Richard estaba seguro de que los mriswith ya no lo habitaban. Mientras se adentraban en la sombría floresta Richard no había sentido la presencia de ninguno. Pese a su siniestra atmósfera, el bosque estaba desierto; todos los mriswith habían partido a Aydindril. El joven se estremeció al pensar qué significaba eso.
Kahlan suspiró, nerviosa, y retorció los dedos mientras contemplaba fijamente la amable y sonriente faz plateada de la sliph.
— Richard, antes de hacer esto, por si algo sale mal, quiero que sepas que estoy al corriente de lo que ocurrió cuando estabas cautivo en el palacio y que no te lo reprocho. Creías que no te amaba y estabas solo. Lo entiendo.
— Pero ¿de qué estás hablando? ¿De qué estás al corriente?
Kahlan carraspeó antes de contestar:
— Merissa me lo contó todo.
— ¡Merissa!
— Sí. Lo entiendo y no te culpo. Estabas convencido de que nunca más volverías a verme.
Richard parpadeó, completamente atónito.
— Merissa es una Hermana de las Tinieblas y desea mi muerte.
— Ella me dijo que cuando estuviste en palacio fue tu maestra. También dijo que vosotros… Bueno, es una mujer muy hermosa y tú te sentías solo. No te culpo.
Richard la cogió por los hombros y la obligó a dejar de mirar a la sliph para mirarlo a él.
— Kahlan, no sé qué mentiras te ha contado Merissa, pero yo te digo la verdad: te amo desde el día que nos conocimos. Eres la única mujer a la que he querido. La única. Cuando me obligaste a ponerme el collar y yo creí que nunca volvería a verte, me sentí muy solo, pero nunca traicioné tu amor, aunque pensaba que lo había perdido. Aunque creía que no deseabas verme nunca más, yo nunca… ni con Merissa ni con nadie.
— ¿De verdad?
— De verdad.
Kahlan le sonrió de esa manera especial que reservaba para él y sólo para él.
— Adie trató de convencerme de lo mismo, pero yo temía que moriría sin volver a verte, por lo que quería que supieras que, hicieras lo que hicieses, yo te amo. Una parte de mí tiene miedo; me asusta ahogarme ahí abajo.
— La sliph te ha probado y afirma que puedes viajar. Posees un elemento de Magia de Resta. Sólo quienes poseen ambos lados de la magia pueden viajar. Todo saldrá bien, ya lo verás —la animó Richard con una sonrisa—. No hay nada que temer, te lo prometo. Es algo distinto a cualquier cosa que hayas sentido antes. Es maravilloso. ¿Qué, te sientes mejor ahora?
— Sí, mucho mejor. —Kahlan le echó los brazos al cuello y lo abrazó con tanta fuerza que lo dejó sin respiración—. Pero si me ahogo, quiero que sepas lo mucho que te quiero.
Richard la ayudó a encaramarse al muro de piedra que rodeaba el pozo y echó un último vistazo al oscuro bosque que se extendía más allá de las ruinas. Tenía una sensación extraña, como si alguien los vigilara aunque no podían ser los mriswith, pues sentiría su presencia. Finalmente decidió que era simple aprensión debida a sus experiencias previas en el bosque Hagen.