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— ¿De qué estás hablando? —preguntó Kahlan a la plateada faz.

— De quien ahora forma parte de mí.

— Habla de Merissa —le explicó Richard—. No es culpa tuya, sliph. Tuve que hacerlo o nos hubiera matado a ambos.

— En ese caso no tengo ninguna responsabilidad. Gracias, amo.

Kahlan se volvió bruscamente hacia él y bajó la mirada hacia la espada.

— ¿Qué ha pasado? ¿Qué ha ocurrido con Merissa?

Richard se desligó el cordel que sujetaba la capa de mriswith y se despojó de ella.

— Nos siguió por la sliph. Trató de matarte y de… bueno dijo algo de darse un baño conmigo.

— ¿Un baño?

— No —intervino la sliph—. Lo que dijo fue que quería bañarse en tu sangre.

Kahlan se quedó de una pieza.

— Bueno… ¿y qué ha pasado con ella?

— Ahora está conmigo —dijo la sliph—. Para siempre.

— Quiere decir que está muerta —le dijo Richard—. Ya te lo explicaré cuando tengamos tiempo. Gracias por tu ayuda, sliph, pero ahora debes dormir.

— Por supuesto, amo. Dormiré hasta que me volváis a llamar.

La reluciente faz plateada se suavizó y se fundió en la masa de mercurio. Sin ser consciente de lo que hacía, Richard cruzó las muñecas. La lustrosa masa brilló con más intensidad. La sliph se quedó inmóvil y luego empezó a sumergirse en el pozo, primero lentamente y luego cada vez más rápidamente hasta desaparecer.

— Tienes muchas cosas que explicarme, Richard Rahl —le dijo Kahlan.

— Prometo que lo haré, cuando tengamos tiempo.

— Por cierto, ¿dónde estamos?

— En los sótanos del Alcázar, debajo de una de las torres.

— ¿En los sótanos?

— Eso es. Debajo de la biblioteca.

— ¿Qué? ¡Nadie puede llegar hasta aquí! Que se sepa, ningún mago ha logrado traspasar los escudos que impiden el acceso a este nivel.

— Bueno, pues aquí estamos ahora. Ya hablaremos de eso más tarde. Ahora lo importante es bajar a la ciudad.

Abandonaron la estancia de Kolo, pero inmediatamente se aplastaron contra la pared. La reina mriswith flotaba en la piscina más allá de la baranda. Al verlos desplegó las alas con gesto protector sobre al menos un centenar de huevos grandes como melones y lanzó un berrido de advertencia que resonó por el interior de la enorme torre.

Por la tenue luz que penetraba por las aberturas superiores Richard supo que era por la tarde. Habían tardado menos de un día, o como mucho un día, en llegar a Aydindril. La luz le permitió ver asimismo la gran cantidad de huevos con manchas verdes y grises depositados sobre la roca.

— Es la reina mriswith —explicó rápidamente al mismo tiempo que se subía a la baranda—. Tengo que destruir esos huevos.

Kahlan gritó su nombre para tratar de detenerlo, pero él ya había saltado la baranda y se había sumergido en las negras y viscosas aguas, que le llegaban a la cintura. Mientras vadeaba la charca hacia las resbaladizas rocas del centro, desenvainó la espada. La reina se alzó sobre las garras y soltó un repiqueteante alarido.

Su cabeza se acercó al joven con serpenteantes movimientos, para tratar de propinarle un mordisco. Richard blandió la espada, y la grotesca testa retrocedió lanzándole una vaharada de acre aroma que transmitía un claro mensaje de advertencia. Sin darse por enterado, Richard siguió adelante. La reina abrió las fauces y dejó al descubierto unos largos y afilados colmillos.

Pero Richard no podía permitir que los mriswith tomaran Aydindril. Si no destruía aquellos huevos, nacerían muchos más mriswith con los que enfrentarse.

— ¡Richard! ¡He tratado de conjurar el relámpago azul, pero aquí abajo no puedo! ¡Vuelve atrás!

La reina emitió un sibilante sonido y quiso morderlo. Cuando la cabeza se acercó, Richard trató de clavarle la espada; pero la reina se mantenía fuera de su alcance y rugía de rabia. El joven logró mantener esa cabeza a distancia mientras que con la otra mano buscaba un asidero.

Halló un peñasco al que agarrarse y trepó a las oscuras y resbaladizas rocas. Blandió la espada y cuando la amenazante testa retrocedió, la descargó sobre los huevos. Las gruesas y correosas cáscaras se rompían y de su interior manaba una pestilente yema.

La reina enloqueció. Agitó las alas y se elevó de la roca para alejarse de la espada de Richard. Al mismo tiempo agitaba furiosamente la cola a modo de enorme látigo. Cuando la cola trató de golpearlo, Richard esgrimió la espada para mantenerla a raya. Su máxima prioridad era destruir los huevos.

Los colmillos de la reina chasqueaban, tratando de morderlo. De refilón Richard le propinó una estocada en el cuello, que bastó para que reculara llena de rabia y dolor. Su frenético aleteo lanzó al joven de bruces sobre la roca. Rápidamente rodó hacia un lado para esquivar las afiladas garras. La reina trataba de morderlo y darle un tremendo coletazo. Richard se vio obligado a olvidarse de los huevos, al menos temporalmente, y defenderse. Si la mataba, todo sería más sencillo.

La reina chilló, angustiada. Un instante después Richard oyó un crujido. Se volvió hacia donde sonaba el ruido y vio a Kahlan destrozar huevos con una tabla que había pertenecido a la puerta de la estancia de Kolo. Richard avanzó a toda prisa sobre las resbaladizas rocas para interponerse entre Kahlan y la enfurecida reina. Cuando la reina trataba de morderlos, Richard lanzaba estocadas contra la cabeza del monstruo; contra la cola cuando quería derribarlo de las rocas; y contra las garras cuando trataba de clavárselas.

— Tú mantenla a raya y yo me ocupo de los huevos —dijo Kahlan sin dejar de esgrimir la tabla, que hundía en los huevos mientras vadeaba las aguas pegajosas y amarillentas.

Richard no quería que Kahlan se arriesgara de ese modo, pero era consciente de que estaba defendiendo su ciudad y no podía pedirle que se escondiera. Además, necesitaba ayuda. Tenía que llegar cuanto antes a Aydindril.

— Date prisa —le gritó entre un movimiento de evasión y otro de ataque.

La enorme bestia roja se abalanzó sobre él para tratar de aplastarlo contra la roca. Richard se lanzó a un lado, aunque no pudo evitar que la reina aterrizara sobre una de sus piernas. Lanzó un grito de dolor y se defendió con la espada de los colmillos de la reina.

De pronto la tabla golpeó las carnosas rendijas situadas en la parte superior de la cabeza de la mriswith. Ésta se tambaleó hacia atrás, aullando de dolor, aleteando salvajemente y hendiendo el aire con las garras. Kahlan le cogió de un brazo y lo ayudó a salir de allí aprovechando que la roja mole se alzaba. Ambos cayeron a las aguas estancadas.

— Ya están todos —dijo Kahlan—. Salgamos de aquí.

— Tengo que matarla o pondrá más.

Pero la reina mriswith, al ver todos sus huevos destruidos, decidió trocar el ataque en huida. Agitando las alas frenéticamente se alzó en el aire. Entonces se lanzó contra el muro, se sujetó a la piedra con las garras y empezó a trepar hacia la abertura que había en la parte de arriba.

Richard y Kahlan salieron de la hedionda piscina y se encaramaron a la pasarela. El joven trató de dirigirse a la escalera de caracol que ascendía por el interior de la torre, pero cuando apoyó el peso en una pierna, se desplomó al suelo. Kahlan lo ayudó a ponerse de pie.

— Tal como estás no podrás alcanzarla. Ya hemos destruido todos los huevos. Nos ocuparemos de ella más tarde. ¿Te has roto la pierna?

Richard se reclinó contra la baranda y se frotó la magullada pierna mientras contemplaba cómo la reina llegaba a la parte superior de la torre y salía por la abertura.

— No, sólo me la ha aplastado contra la roca. Tenemos que ir a la ciudad.

— Pero no puedes andar.

— Sí puedo. El dolor ya empieza a remitir. Vamos.

Richard cogió una de las esferas luminosas y apoyándose en Kahlan se dispuso a abandonar el vientre del Alcázar. Kahlan nunca había estado en las salas y los pasillos por los que la condujo Richard. Tenía que abrazarla para ayudarla a pasar los escudos y no dejaba de darle instrucciones sobre qué no tocar y dónde no pisar. Kahlan cuestionaba una y otra vez aquellas advertencias, pero cumplía las insistentes órdenes de Richard mascullando que no tenía ni idea de que existieran en el Alcázar aquellos lugares tan extraños.