Cuando por fin llegaron al nivel superior después de recorrer incontables estancias y pasillos, la pierna le seguía doliendo, pero estaba recuperando la fuerza en ella. Ya podía caminar, aunque cojeaba.
— Por fin sé dónde estamos —dijo Kahlan al llegar al largo corredor con las bibliotecas—. Ya me temía que no podríamos salir nunca de aquí.
Richard la condujo por la ruta por la que él siempre salía del Alcázar. Kahlan le advirtió que no debía ir por ahí, pero él insistió en que conocía el camino. Por fin Kahlan lo siguió aunque de mala gana. Tuvo que abrazarla para traspasar el escudo en el amplio corredor de la entrada, cosa que ambos agradecieron.
— ¿Falta mucho? —preguntó ella, examinando la sala casi vacía.
— No. Ahí mismo está la puerta de salida.
Cruzaron la puerta y, una vez fuera, Kahlan giró dos veces sobre sí misma, sin llegar a creer dónde estaba. Atónita, lo cogió por la camisa y señaló la puerta.
— ¿Por aquí? ¡No me digas que has entrado siempre por aquí al Alcázar!
— Pues sí. El sendero de piedras conduce hasta aquí.
Kahlan señaló airadamente el dintel de la puerta.
— ¡Mira qué dice! ¿Cómo te has atrevido a entrar?
Richard miró las palabras grabadas en el dintel de piedra de la enorme puerta.
— No sé qué significan —admitió.
— Tavol de ator Mortado, o lo que es lo mismo «Sendero de la Muerte».
Richard echó un fugaz vistazo a las demás puertas que se abrían al otro lado de la extensión de grava y fragmentos de piedra. Recordaba perfectamente el ser que los había perseguido avanzando bajo la gravilla.
— Bueno, era la puerta más grande y el camino conduce directo a ella, por lo que pensé que era la entrada. Si te paras a pensarlo, es lógico. Después de todo, a mí me llaman «el portador de la muerte».
— Y pensar que teníamos tanto miedo de que te aventuraras en el Alcázar. Nos aterrorizaba la idea de que murieras al tratar de entrar. Por todos los espíritus, aún no comprendo cómo sigues vivo. Ni siquiera los magos pueden entrar por aquí. Sin tu ayuda, el escudo de dentro no me habría dejado pasar; lo cual significa que detrás acecha un peligro mortal. Piensa que yo puedo atravesar los escudos que protegen los lugares más peligrosos.
Richard oyó un crujido en la grava y percibió movimiento. Algo avanzaba sinuosamente hacia ellos. Rápidamente el joven tiró de Kahlan hacia el centro de una pasadera.
— ¿Qué pasa? —preguntó la mujer.
— Algo se acerca —respondió él, señalando el suelo.
Kahlan lo miró con ceño por encima del hombro y tranquilamente pisó la grava.
— Supongo que no tendrás miedo de esto, ¿verdad? —Kahlan se agachó, metió una mano en la grava y el ser fue hacia ella. La mujer movió la mano como quien acaricia una mascota.
— Pero ¿qué haces? —exclamó Richard muy alarmado.
Paro Kahlan seguía forcejeando juguetonamente contra el ser que se ocultaba bajo la grava.
— No es más que un sabueso de piedra. El mago Giller lo conjuró para ahuyentar a una mujer que lo perseguía sin tregua. A la mujer le daba miedo cruzar por la grava, y desde luego a nadie en su sano juicio se le ocurriría entrar en el Sendero de la Muerte. No me digas que te daba miedo el sabueso de piedra.
— Bueno… no, no exactamente. Es que…
Kahlan puso los brazos en jarras.
— ¿Me estás diciendo que entraste en el Sendero de la Muerte y atravesaste todos esos escudos porque tenías miedo de un sabueso de piedra? ¿Por eso elegiste esa puerta y no otra?
— Kahlan, yo no sabía qué era esa cosa que se movía bajo la grava. Nunca había visto nada igual. Bueno, vale, admito que tenía miedo. Trataba de ir con cuidado. Además, como no entendía lo que hay grabado, no sabía que era una puerta peligrosa.
Kahlan miró al cielo.
— Richard, podrías haber…
— No he muerto, ¿verdad? Encontré a la sliph y fui a por ti. Vamos, tenemos que llegar a la ciudad.
Kahlan lo enlazó por la cintura.
— Tienes razón. Supongo que estoy muy nerviosa por… —Señaló la puerta con una mano—… por todo lo que ha ocurrido dentro. La reina mriswith me ha asustado mucho. Me alegro de que lo hayas logrado.
Cogidos del brazo corrieron hacia la enorme abertura en forma de arco que se abría en la muralla exterior.
Justo cuando pasaban a la carrera bajo el colosal rastrillo, una membruda cola roja apareció tras una esquina y los derribó a ambos con un tremendo latigazo. Antes de que Richard pudiera recuperar la respiración, unas alas se agitaron encima de él y unas garras se hundieron en su carne. El joven sintió un abrasador dolor en el hombro izquierdo. De un coletazo la reina lanzó a Kahlan a un lado.
Mientras aquella garra hundida en su hombro lo iba acercando cada vez más a las fauces abiertas de la reina mriswith, Richard desenvainó la espada. Instantáneamente la furia lo inundó y dio un tajo a un ala. La reina retrocedió y sacó la garra de su hombro. Gracias a la cólera de la magia, que le permitía olvidar el dolor, Richard se puso en pie de un salto.
Clavó el acero en la bestia, que se precipitó sobre él, haciendo chasquear los colmillos. Mientras el joven retrocedía, una masa de alas, colmillos, garras y cola amenazaba con aplastarlo. Richard la golpeó en un brazo, y la reina reculó por el dolor. No obstante, descargo sobre él un tremendo coletazo en la cintura que lo arrojó contra el muro. Richard golpeó la cola y logró cercenar el extremo.
La roja reina se alzó sobre las patas traseras bajo el rastrillo. Viendo la oportunidad, Richard se lanzó hacia la palanca y la accionó con todas sus fuerzas. Con un chirriante traqueteo el rastrillo cayó sobre la rabiosa bestia. La reina se dio cuenta y en el último instante logró evitar que le cayera encima de la espalda, pero se le clavó en un ala, inmovilizándola en el suelo. Sus aullidos sonaron más intensos que nunca.
Aterrado, Richard se percató entonces de que Kahlan estaba en el suelo, al otro lado del rastrillo. También la reina la vio y, con un tremendo esfuerzo, se desgarró ella misma el ala en largas tiras para poder salir de debajo de la verja.
— ¡Kahlan! ¡Corre!
Aún aturdida, Kahlan trató de alejarse a gatas, pero la bestia saltó sobre ella y la agarró por una pierna.
Entonces se volvió hacia Richard y le lanzó una fétida vaharada. El significado era evidente: venganza.
Con fuerza nacida de la desesperación Richard tiró de la rueda que alzaba el rastrillo, que se fue elevando lentamente, centímetro a centímetro. Pero la reina se alejaba renqueando por el sendero, arrastrando a Kahlan por una pierna.
Entonces Richard soltó la rueda y, llevado por la furia de la magia, blandió la espada contra las barras del rastrillo. El aire se llenó de chispas y ardientes esquirlas de metal. Con un grito de rabia golpeó por segunda vez las barras de hierro, agrandando el tajo. Un tercer golpe bastó para acabar de cortar una pieza. Dando patadas la apartó y pasó por la abertura.
Enseguida se lanzó a todo correr en pos de la reina. Kahlan se agarraba al suelo en un intento desesperado por huir. Al llegar al puente la reina se subió al muro, y desde el borde le mostró los colmillos.
Seguía agitando las alas, como si no se diera cuenta de que en ese estado no podía volar. Sin dejar de correr Richard lanzó un grito cuando la reina se volvió y desplegó las alas, a punto de saltar del puente con su presa.
Los coletazos barrían el sendero por el que Richard debía acceder al puente. Con la espada Richard le cortó un trozo de casi dos metros. La reina giró sobre sí misma, sosteniendo a Kahlan boca abajo por una pierna como si fuera una muñeca de trapo. Richard, completamente fuera de sí, blandió la espada en un ataque de furia, defendiéndose de los colmillos de la bestia. Cubierto por la sangre de la mriswith, cortó de un tajo la mitad frontal de un ala. El hueso se quebró en blancos fragmentos. La reina plegó la otra ala destrozada y con la cola truncada trató de golpearlo.