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— Te quiero, Gratch. Te quiero mucho.

— Grrratch quierrrg Raaaach aaarg.

Kahlan se unió al abrazo, tras lo cual tuvo su propia ración de afecto gar.

— Yo también te quiero, Gratch. Has salvado la vida de Richard. Te estaré siempre agradecida.

Gratch gorgojeó su satisfacción mientras le acariciaba el pelo con una garra.

Richard apartó una mosca de un manotazo.

— ¡Gratch! ¡Tienes moscas de sangre!

La sonrisa de satisfacción de Gratch se hizo más amplia. Los gars usaban las moscas de sangre para localizar más fácilmente sus presas, pero hasta entonces Gratch nunca había tenido. Richard no quería aplastar las moscas de Gratch, pero le estaban picando en el cuello.

Gratch se inclinó, pasó una garra por la sangre de un mriswith muerto y se embadurnó con ella la piel tensa y rosada de su abdomen. Obedientemente las moscas se lanzaron sobre el festín. Richard no podía creer lo que veía.

Estaban rodeados por multitud de ojos verdes relucientes fijos en él.

— Gratch, parece que has vivido una aventura. ¿Has sido tú quien los ha reunido a todos? —Gratch asintió, exhibiendo una mirada de orgullo—. ¿Y todos te obedecen?

Gratch se golpeó el pecho con las garras, se volvió hacia sus congéneres y gruñó. Todos los gars le devolvieron el extraño gruñido. Gratch sonrió, dejando al descubierto sus colmillos.

— ¿Gratch, y Zedd?

La sonrisa gar se desvaneció. Los impresionantes hombros de Gratch se hundieron ligeramente y volvió la vista hacia el Alcázar. Al volver a mirar a Richard, sus ojos verdes habían perdido parte de su fulgor y sacudió la cabeza, apenado.

Richard notó un nudo de angustia en la garganta.

— Entiendo —susurró—. ¿Viste cómo lo mataban?

Gratch se golpeó el pecho, se levantó el pelaje encima de la cabeza —símbolo de Zedd— y se cubrió los ojos con las garras —símbolo de los mriswith. A través de signos y preguntas, Richard averiguó que Gratch había transportado a Zedd hasta el Alcázar, donde ambos habían luchado contra muchos mriswith. La última vez que Gratch vio a Zedd el mago estaba en el suelo, inmóvil, y tenía una herida en la cabeza. Luego lo buscó pero no pudo encontrarlo. Así pues, partió en busca de ayuda para luchar contra los mriswith y proteger a Richard. Después de muchos esfuerzos encontró a otros gars y logró que lo secundaran.

Richard volvió a abrazar a su amigo. Gratch lo estrechó contra sí largo tiempo, tras lo cual retrocedió y con la mirada buscó a los otros gars.

— Gratch —preguntó Richard con un nudo en la garganta—, ¿puedes quedarte?

Gratch señaló a Richard con una garra, luego a Kahlan y a continuación los unió. Entonces se golpeó el pecho y señaló a otro gar situado tras él. Cuando el gar se adelantó Richard vio que era una hembra.

— Gratch, ¿tienes una pareja? ¿Como yo y Kahlan?

Gratch sonrió y se golpeó el pecho con ambos puños.

— Y quieres irte con ellos, ¿verdad?

Gratch asintió con renuencia. Ya no sonreía.

Richard hizo de tripas corazón y esbozó su mejor sonrisa.

— Es fantástico, amigo mío. Mereces estar con tu pareja y tus nuevos amigos. Pero espero que nos visites. Nos encantará recibiros a ambos cuando deseéis. De hecho, todos los gars seréis bienvenidos.

Gratch recuperó la sonrisa.

— Gratch, quiero pedirte un favor. Es muy importante. ¿Podrías pedir a los demás que no comieran a personas? Nosotros no cazaremos gars y vosotros no comeréis personas. Por favor. Hazlo por mí.

Gratch se volvió a sus congéneres y les habló en un lenguaje compuesto de gruñidos. Los gars le respondieron con otros gruñidos, y entre ellos se desarrolló una especie de conversación. Los guturales sonidos de Gratch fueron subiendo de tono y se golpeó el pecho. Era igual de grande que cualquiera de los otros gars presentes. Finalmente los gars ulularon en señal de conformidad. Gratch miró a Richard y asintió.

Kahlan abrazó de nuevo a la peluda bestia.

— Cuídate mucho y ven a vernos, si puedes. Siempre estaré en deuda contigo, Gratch. Te quiero. Los dos te queremos.

Tras abrazar por última vez a Richard, los gars alzaron el vuelo y se perdieron en la noche.

Richard se quedó de pie junto a Kahlan, rodeado por sus guardaespaldas, su ejército y los espectros de los caídos.

54

Richard se despertó sobresaltado. Kahlan estaba acurrucada junto a el, dándole la espalda. La herida que la reina mriswith le había causado en un hombro aún le dolía. Apenas capaz de tenerse en pie, había dejado que un cirujano del ejército le pusiera una cataplasma y luego se había desplomado en el lecho de la habitación de invitados que ocupaba. Ni siquiera se había quitado las botas, y por la desagradable sensación que notaba en una cadera supo que aún llevaba la Espada de la Verdad y se había quedado dormido encima.

Se sintió invadido por el júbilo cuando Kahlan se desperezó entre sus brazos, pero entonces recordó a los miles de muertos, a las miles de personas que habían perdido la vida por su culpa, y la sensación de júbilo se evaporó.

— Buenos días, lord Rahl —dijo una animada voz.

Miró ceñudo a Cara y replicó con un gruñido. Kahlan parpadeó a la luz del sol que entraba a raudales por la ventana.

— Resulta más gratificante si os quitáis la ropa —comentó con aire burlón Cara.

— ¿Qué? —la voz de Richard sonaba ronca como un graznido.

La mord-sith pareció desconcertada con la pregunta.

— Bueno, ciertas actividades se realizan mejor sin ropa. Creí que al menos eso lo sabríais —añadió, poniéndose en jarras.

— ¿Cara, qué quieres?

— Ulic quiere veros pero no se atreve a asomar la cabeza, por lo que le he dicho que lo haría yo. Pese a su tamaño, puede ser muy cobarde a veces.

— Podría darte lecciones de buena educación. —Richard se incorporó en la cama con una mueca de dolor—. ¿Qué quiere?

— Ha encontrado un cuerpo.

Kahlan se frotó los ojos y se incorporó a su vez.

— Bueno, no me extraña nada —comentó.

Cara sonrió, pero borró la sonrisa de su rostro al darse cuenta de que Richard la miraba.

— Ha encontrado un cuerpo en el fondo del barranco, bajo el Alcázar.

— ¿Por qué no lo decías antes? —exclamó Richard, sentándose en el borde del lecho.

El joven salió al pasillo a todo correr, seguido por Kahlan. Ulic esperaba fuera.

— ¿Lo habéis encontrado? ¿Habéis encontrado el cuerpo de un anciano?

— No, lord Rahl. Es el cuerpo de una mujer.

— ¡Una mujer! ¿Qué mujer?

— Ha pasado tanto tiempo que el cuerpo está bastante estropeado, pero he reconocido la dentadura con piezas que faltan y la harapienta manta. Se trata de aquella anciana, Valdora. La que vendía tortas de miel.

Richard se frotó el dolorido hombro.

— Valdora. Qué extraño. ¿Y la niña? ¿Cómo se llamaba…?

— Holly. No hay ni rastro de ella. No hemos encontrado ningún otro cuerpo, aunque la zona de busca es muy amplia y las bestias salvajes pueden… bueno, es posible que nunca la encontremos.

Richard se limitó a asentir, pues las palabras le fallaron. Se sentía envuelto en un sudario.

— Las piras funerarias se encenderán dentro de un rato. ¿Deseáis estar presente? —preguntó Cara con voz compasiva.

— ¡Pues claro! —Richard suavizó el tono al notar una mano de Kahlan en la espalda que lo instaba a la calma—. Debo estar presente. Después de todo, murieron por mi culpa.

— Murieron por culpa de la Sangre de la Virtud y de la Orden Imperial —le corrigió Cara.

— Lo sabemos, Cara —intervino Kahlan—. Estaremos allí tan pronto como le cambie la cataplasma del hombro y nos aseemos un poco.

Las piras funerarias ardieron durante días. En total, los muertos ascendían a veintisiete mil. Richard sentía que las llamas no sólo consumían el espíritu de las personas muertas sino también el suyo. Durante el día asistía a los funerales y recitaba las oraciones al lado de los demás, y por la noche velaba las llamas junto con otros, hasta que se extinguían por completo.