«Del fuego hasta la luz. Que tengas buen viaje hasta el mundo de los espíritus.»
Día a día el hombro empeoraba; cada vez estaba más hinchado, rojo y rígido. Y su estado de ánimo también empeoraba.
Recorría los pasillos y contemplaba las calles desde las ventanas, pero casi no hablaba con nadie. Kahlan caminaba junto a él, ofreciéndole el consuelo de su presencia, pero no hablaba a menos que él quisiera hacerlo. Richard no podía borrar de su mente la imagen de todos aquellos muertos y lo atormentaba el nombre que le daban las profecías: el portador de la muerte.
Un día, cuando por fin su hombro empezó a sanar, estaba sentado a la mesa que usaba como escritorio, con la mirada perdida, cuando un súbito resplandor lo sobresaltó. Kahlan había entrado sin que él se percatara de su presencia y había abierto las cortinas para dejar pasar la luz de sol.
— Richard, me tienes muy preocupada.
— Lo sé, pero no consigo olvidar.
— El manto del poder es muy pesado a veces, Richard, pero no puedes dejar que te aplaste.
— Eso es fácil de decir, pero todas esas personas murieron por culpa mía.
Kahlan se sentó encima de la mesa, frente a él, y con un dedo le alzó el mentón.
— ¿Richard, de veras crees eso o sólo lo dices porque lamentas que hubiera tantos muertos?
— Kahlan, he sido un estúpido. Actué sin pensar. Si hubiera usado la cabeza, tal vez toda esa gente no habría muerto.
— Actuaste movido por el instinto. Tú mismo has dicho que así es como funciona el don en ti, al menos a veces.
— Pero…
— Deja de pensar en lo que podría haber sido. ¿Qué habría sucedido si hubieras actuado como ahora crees que debiste hacerlo?
— Bueno, toda esa gente no habría muerto.
— ¿De veras? No estás siendo realista. Piénsalo bien, Richard. ¿Qué habría pasado si no hubieras actuado por instinto y no hubieras despertado a la sliph? ¿Cuál habría sido el resultado?
— Bueno, déjame pensar. No lo sé, pero las cosas habrían salido de otro modo.
— Claro que sí. Habrías estado en Aydindril cuando empezó el ataque. Habrías luchado contra los mriswith desde el amanecer, en lugar de unirte a la lucha al final del día. Te habrías agotado y hubieras caído mucho antes de que llegaran los gars, al atardecer. Ahora estarías muerto, y el pueblo no tendría a lord Rahl.
— Tiene sentido. —Se quedó un momento pensativo y añadió—: Y si no hubiera ido al Viejo Mundo, el Palacio de los Profetas habría caído en manos de Jagang y ahora tendría las profecías. —Se levantó, fue hasta la ventana y contempló el soleado día de primavera—. Y nadie estaría protegido frente al Caminante de los Sueños, porque yo estaría muerto.
— Has dejado que tus pasiones pudieran más que la razón.
Richard volvió hasta ella, la tomó de las manos y por vez primera se dio cuenta de que se veía radiante.
— La Tercera Norma de un mago: la razón. Kolo advertía en su diario que era insidiosa. Yo la he estado violando precisamente por creer que la había violado antes.
— ¿Te sientes un poco mejor ahora? —preguntó Kahlan, deslizando los brazos alrededor de su cuerpo.
Richard posó las manos sobre la cintura femenina y sonrió por primera vez en días.
— Me has ayudado a ver claro, igual que Zedd solía hacer en el pasado. Supongo que tendré que contar con tu ayuda.
Kahlan lo rodeó con las piernas y lo atrajo hacia sí.
— Más te vale.
Richard le dio un casto beso y se disponía a darle otro, más apasionado, cuando las tres mord-sith entraron tranquilamente en la habitación. Kahlan apoyó su mejilla contra la de Richard e inquirió:
— ¿No se molestan nunca en llamar?
— Casi nunca —susurró Richard—. Les encanta ponerme a prueba. Es su afición preferida. Nunca se cansan.
Cara, que iba en cabeza, se detuvo junto a ellos y los miró de la cabeza a los pies.
— ¿Aún no habéis captado lo de la ropa, lord Rahl?
— Tenéis un aspecto fantástico esta mañana —fue la respuesta de Richard.
— Sí, sí. Y tenemos negocios que atender.
— ¿Qué tipo de negocios?
— Cuando tengáis tiempo, han llegado a Aydindril algunos representantes que solicitan audiencia.
Berdine agitó el diario de Kolo.
— Y yo quisiera que me ayudarais con esto. Lo que hemos averiguado nos ha sido de gran ayuda, y aún queda mucho por traducir. Tenemos trabajo.
— ¿Traducir? Yo conozco muchos idiomas —intervino Kahlan—. ¿De cuál se trata?
— D’haraniano culto —contestó Berdine, e inmediatamente hincó el diente a una pera que sostenía en la otra mano—. Lord Rahl se está convirtiendo en un experto en d’haraniano culto.
— ¿De veras? Estoy impresionada. Poca gente conoce el d’haraniano culto. Por lo que tengo entendido se trata de una lengua extremadamente difícil.
— Hemos trabajado juntos en la traducción. Sobre todo de noche —le explicó Berdine con una sonrisa.
Richard carraspeó.
— Bueno, veamos qué desean esos representantes. —Cogió a Kahlan por la cintura, la alzó y la dejó en el suelo.
— Hay que ver qué manos tan grandes tiene lord Rahl —insistió Berdine—. Tienen el tamaño exacto de mis senos.
Kahlan enarcó una ceja y comentó:
— No me digas…
— Pues sí. Un día nos obligó a todas a mostrarle los pechos.
— ¿Es eso cierto? ¿A las tres?
Cara y Raina se quedaron inexpresivas. Berdine asintió. Por su parte Richard se tapó el rostro con una mano.
Berdine dio otro mordisco a la pera.
— Aunque, desde luego, los míos fueron los que mejor se adaptaban a sus grandes manos.
Kahlan se dirigió tranquilamente hacia la puerta.
— Bueno, yo no tengo unos senos tan grandes como los tuyos, Berdine, aunque me parece que en las manos de Raina encajarían perfectamente.
Berdine se atragantó con la pera y Raina sonrió mientras Kahlan abandonaba la habitación.
Cara prorrumpió en carcajadas y cuando Richard pasó a su lado, le dio una palmada en la espalda.
— Me gusta, lord Rahl. Podéis quedaros con ella.
— Vaya, muchas gracias, Cara. Me alegro de contar con tu aprobación.
Cara asintió con rostro muy serio.
— ¿Cómo sabías los de Berdine y Raina? —preguntó Richard a Kahlan cuando la alcanzó.
La mujer lo miró con aire de asombro.
— Es evidente, Richard. ¿No te has fijado en cómo se miran? Supongo que lo notarías enseguida.
— Bueno… —Richard echó un vistazo a su espalda para asegurarse de que las mord-sith aún no los habían alcanzado—. Te alegrará saber que a Cara le caes bien y que me ha permitido conservarte a mi lado.
— A mí también me gustan ellas. Dudo que pudieras encontrar guardaespaldas mejores.
— ¿Lo dices para consolarme?
Kahlan sonrió y recostó la cabeza en su hombro.
— Para mí es un consuelo.
— Bueno —dijo Richard, cambiando de tema—, veamos qué tienen que decir esos representantes. Nuestro futuro y el de todos depende de ello.
Kahlan, ataviada con su blanco vestido de Madre Confesora, se sentó en silencio en su silla, la silla de la Madre Confesora, junto a Richard. Ambos se situaron bajo las figuras pintadas de Magda Searus, la primera Madre Confesora, y su mago Merritt.
Garthram, embajador de Lifany, Theriault, embajador de Herjborgue y Bezancort, embajador de Sanderia cruzaron la enorme sala de pulido suelo de mármol escoltados por un sonriente general Baldwin. Todos parecieron gratamente sorprendidos al ver a la Madre Confesora sentada junto a lord Rahl.
— Majestad. —El general Baldwin hizo una reverencia.
— Buenos días, general Baldwin —respondió Kahlan con una cálida sonrisa.
— Caballeros, espero que me traigáis buenas noticias de vuestros países. ¿Qué habéis decidido? —dijo Richard.