— Bueno, esto… sí, creo que sí.
— Ahí lo tienes —dijo Zedd, dando un palmetazo a Ann en la espalda—. Casi todo el mundo me conoce, Elsie. —El mago se acodó sobre el mostrador y se inclinó hacia la pareja situada detrás—. Elsie piensa que me lo invento, claro que estuvo encerrada en esa granja con esos pobres diablos que oyen voces y hablan con las paredes.
Las dos cabezas se volvieron al unísono hacia Ann.
— Trabajaba allí —murmuró entre dientes—. Trabajaba allí ayudando a esos «pobres diablos» que se alojaban en la granja.
— Sí, sí —dijo Zedd—. Hiciste un espléndido trabajo. Aunque nunca he entendido cómo te dejaron ir. —El mago volvió a dirigirse a los posaderos, que escuchaban el diálogo mudo—. Puesto que no tiene trabajo, creí que sería una buena idea llevarla conmigo para que conociera el mundo y la vida del exterior, ¿no les parece?
— Sí, sí —contestaron los posaderos simultáneamente.
— De hecho, preferimos dos cuartos. Uno para mi hermana y otro para mí. Es que ronca —explicó ante la mirada interrogadora de los posaderos—. Y yo tengo que dormir si quiero leer correctamente las nubes. Es un trabajo muy exigente.
— Bueno, bueno, tenemos unos cuartos preciosos —dijo la mujer, y nuevamente se le formaron hoyuelos en las mejillas—. Estoy segura de que descansaréis como es debido.
— Dénos las mejores que tengan —le advirtió Zedd—. Elsie se lo puede permitir. Su tío, al fallecer, le dejó todo lo que poseía, y era un hombre acaudalado.
El posadero puso ceño.
— ¿No era también vuestro tío? —inquirió.
— ¿Mío? Pues sí, claro que sí. Pero a mí no podía ni verme. Tuvimos nuestros problemillas, ya sabéis. Era algo excéntrico. Llevaba calcetines a modo de mitones en pleno verano. Elsie era su favorita.
— Las habitaciones —gruñó Ann, lanzando al mago una mirada asesina—. Ruben tiene que dormir. Hay muchas nubes que leer y debe empezar a primera hora de la mañana. Si no duerme las horas suficientes, le sale un sarpullido de lo más curioso alrededor del cuello.
— Ahora mismo se las muestro —dijo la posadera.
— No será pato asado eso que huelo, ¿verdad?
— Oh sí. Es lo que tenemos hoy de cena. Pato asado con chirivías, zanahorias y salsa. ¿Os gustaría probarlo?
Zedd inspiró profundamente.
— Vaya, el aroma es realmente delicioso. No es nada sencillo dar el punto exacto al pato asado, pero por el olor es evidente que sois una cocinera de primera. No hay duda.
La posadera se sonrojó y soltó una risita.
— Bueno, soy conocida por mi pato asado.
— Suena maravilloso —intervino Ann—. ¿Seríais tan amables de subirnos dos platos a las habitaciones?
— Naturalmente. Será un placer.
— Espera —dijo Zedd, deteniendo a la posadera—. Pensándolo mejor, ve tú delante, Elsie. Ya sé que te pone nerviosa que otros te miren cuando comes. Yo tomaré mi cena aquí, señora. Con una taza de té, por favor.
Ann se volvió y lo miró iracunda. Zedd notaba cómo el rada’han ardía.
— No tardes, Ruben. Mañana debemos partir temprano.
— Tú tranquila. Cenaré, jugaré una partidita con esos caballeros y me iré directamente a la cama. Hasta mañana. Recupera fuerzas para poder seguir enseñándote el mundo.
Ann le lanzó una mirada tan ardiente que hubiese podido fundir una piedra.
— Buenas noches, Ruben.
— No te olvides de pagar a esta buena mujer, y añadir una propina por la generosa ración de pato asado que piensa servirme —dijo el mago con indulgente sonrisa—. Y no te olvides de escribir en tu diario antes de acostarte —añadió con una significativa mirada y voz más baja.
— Sí —balbuceó la supuesta Elsie—. Lo haré, Ruben.
Una vez Ann se hubo ido, sin dejar de lanzarle admonitorias miradas, los caballeros sentados a la mesa, que lo habían oído todo, lo invitaron a unirse a ellos. Zedd extendió su túnica granate y tomó asiento entre ellos.
— ¿Lector de nubes, habéis dicho? —preguntó uno.
— El mejor de todos —afirmó Zedd—. Sirvo a la realeza, nada más y nada menos.
Los hombres intercambiaron susurros de asombro. Uno de ellos, situado a un lado, se sacó la pipa de la boca e inquirió:
— ¿Os gustaría leer algunas nubes para nosotros, maese Ruben? Todos contribuiríamos para pagaros con largueza.
Zedd alzó una flaca mano, como si quisiera prevenirlos.
— Me temo que no podrá ser. —El mago esperó a que los hombres mostraran su decepción para añadir—: No podría aceptar vuestro dinero. Será un honor deciros lo que puedo leer en las nubes, pero no aceptaré ni un penique por ello.
Todos sonrieron.
— Sois muy generoso, Ruben.
— ¿Y qué dicen las nubes? —preguntó un corpulento parroquiano.
La posadera lo distrajo al dejar ante él una humeante fuente de pato asado.
— Enseguida os traigo el té —dijo, y se marchó apresuradamente hacia la cocina.
— Las nubes dicen muchas cosas acerca de los vientos de cambio que soplan, caballeros. Hablan de peligros y oportunidades. Hablan de la gloria del nuevo lord Rahl y de… bueno, dejadme que antes pruebe el pato. Parece estar delicioso. Luego os diré todo lo que deseéis saber.
— Ataca ya, Ruben.
Zedd saboreó un mordisco e hizo una dramática pausa para suspirar de placer. Había atraído la atención de todos.
— Vaya collar tan extraño que lleváis.
— Pues sí —comentó Zedd, dando golpecitos al collar sin dejar de masticar—. Ya no los fabrican como éste.
El hombre de la pipa entrecerró los ojos y señaló el collar con la boquilla.
— No veo ningún cierre. ¿Cómo habéis logrado que pasara por la cabeza?
Zedd se quitó el collar y se lo mostró. Ambas mitades estaban unidas por una bisagra.
— Éste es el cierre, ¿veis? Es un magnífico trabajo de artesanía. Está forjado con tanta delicadeza que ni siquiera se ve. Una obra maestra. Ya no se ven de éstos.
— Eso es lo que yo siempre digo —comentó el fumador de pipa—. Los artesanos ya no son lo que eran.
Zedd volvió a colocarse el collar.
— Eso es muy cierto.
— Hoy he visto una nube muy extraña —dijo un hombre de mejillas hundidas sentado al otro lado—. Parecía una serpiente, sí señor. A veces parecía reptar por el cielo.
Zedd se inclinó hacia el hombre y bajó la voz para preguntar:
— ¿Es eso cierto?
— ¿Qué significa, Ruben? —preguntó otro de los parroquianos, susurrando. Todos se inclinaron hacia Zedd para oír mejor la respuesta.
El mago los fue mirando uno a uno.
— Algunos dicen que es una nube rastreadora conjurada por un mago para localizar a alguien. —Zedd se había metido al público en el bolsillo.
— ¿Para qué? —preguntó el hombre corpulento, sobrecogido.
Zedd fingió cerciorarse de que nadie de las otras mesas escuchaba antes de replicar:
— Para saber dónde está.
— ¿Pero no se daría él cuenta de que lo persigue una nube con una forma tan rara?
— Según me han dicho, tiene truco —susurró Zedd, que cogió el tenedor y lo puso vertical para hacer una demostración—. Señala desde muy arriba a la persona que sigue, por lo que ésta solamente ve un punto en el cielo semejante al extremo de un bastón. Pero quienes observan la nube desde un lado ven todo el bastón.
Los hombres lanzaron exclamaciones de asombro y se recostaron en sus sillas para asimilar esa información. Zedd aprovechó para atacar de nuevo el asado.
— ¿Sabéis algo de los vientos de cambio y del nuevo lord Rahl? —preguntó por fin uno de ellos.
— No sería el lector de nubes de la realeza si no lo supiera. Es una buena historia y, si tenéis tiempo, os la contaré.
Todos asintieron.
— Todo comenzó hace mucho, mucho tiempo, en la antigua guerra, cuando fueron creados los llamados Caminantes de los Sueños.